Fred y Aaron conversaban en la oficina de este último. Eran amigos hace muchos años, desde antes de que Aaron Stuart se casara con la madre de Emma.También habían sido siempre socios, en todo tipo de negocios. Sin embargo, Frederick Meyer podía ver en Emma cosas que su amigo no. Estaba tan ciego por un inexplicable rencor hacia la joven, que no se daba cuenta de que ella, aún con su activa vida sexual, no era ninguna tonta.Y aunque Fred la conocía desde que nació, la había deseado desde que las primeras curvas redondearon su cuerpo.Se había decepcionado cuando Aaron la emparejó con Karl, pero eso no duró mucho. Lo malo fue que Emma supo aprovechar el poder, y ya no se rindió a sus intentos por conquistarla.-Me temo que tu hija tiene bien amarrado al tal Ares. Sin duda debe ser muy buena como amante. Han pasado semanas desde nuestra conversación y todo sigue igual. No ha vuelto a buscarme.-Es tu culpa, fuiste muy poco inteligente al citarlo justo mientras te tirabas a tu secretari
Emma sonreía radiante cuando la puerta se abrió mostrando al inmenso ruso desnudo.-Buenas tardes, Alexei… ¿Llegó mi regalo?-Sí, señora Fritz. La esperaba para degustarlo con usted.-¿Conmigo? ¿O sobre mi?-Como le plazca a la señora…-Pues hoy no me apetece beber… así que…-Será sobre usted entonces. Adelante, señora. Póngase cómoda.Emma se desvestía a medida que se acercaba a la mesa donde estaba el vodka, servía un vaso y se iba a la cama, se acomodaba apoyada en las almohadas, con el cabello suelto y las piernas abiertas.El ruso sonrió. -¿Está apurada mi señora?***Leonardo despertó en medio de la noche, de golpe y sudado, agitado. Había soñado con la señora Fritz. Estaba con un hombre enorme, alto, con acento extranjero.Ella estaba radiante, su piel delicada y su largo cabello suelto, y se veía pequeña junto a ese gigante que la tomaba con fuerza.Aún escuchaba los gemidos en su cabeza.Se veía todo tan vívido en su sueño, casi podía olerla a ella con el aroma dulzón de su
Esa semana, Aaron Stuart convocó a una reunión de directorio extraordinaria. Deseaba presentarles a todos los miembros, algunos de sus amigos, para que invirtieran en OldTree y tener algunos socios más a su favor.Para eso, debía ocultar inteligentemente que estos hombres contaban con su favor, y, sobre todo, convencer al binomio que formaban Emma y el señor Ares de esta maniobra, y luego los demás los seguirían.Este capital les permitiría a su vez, expandirse hacia otros países ahora que la empresa estaba bien establecida en el mercado local, y esa sería su arma para lograr el beneplácito de Emma. Su padre era consciente de que ella había pasado los últimos años convenciéndolos de esa expansión.Y, si eso fallaba, había otra carta a su favor, una que no había compartido con Frederick Meyer. Aunque había sido su amigo y socio por años, sabía que el interés de Fred por su hija a veces rozaba la obsesión. Eso era cada vez más evidente con la edad, cuando cada mujer que el hombre llevab
Benedict Black llevaba varios días de visita en la ciudad, asistiendo a la empresa casi a diario, y la oficina de Emma, más específicamente, con intenciones bastante evidentes. Esta última, consciente del peligro que representaba un hombre irresistible como él, se aseguraba de que, siendo visitas de negocios, estuvieran presentes siempre Clarisa o el señor Ares. De ese modo, evitaba cualquier posible insinuación de ese semidiós de ojos verdes.Aaron Stuart perdía la paciencia, mientras Meyer lo visitaba en su oficina con una inevitable sonrisa.-Te he dicho durante años que Emma no es ninguna estúpida, y tú te empeñas en ignorarme. Es demasiado inteligente para dejarse caer en los brazos de ese estirado de Black, por más fanática del sexo que pudiera ser. Te habría quitado esa absurda idea de la cabeza si te hubieras dignado a compartirla conmigo. Creí que buscabas un socio poderoso, no un yerno guapo.-No me fastidies. Te conozco demasiado, Fred… no te gustaría que nadie esté al lad
Finalmente, Benedict Black era un nuevo influjo de fondos, vínculos e ideas prometedoras para OldTree. Y se había vuelto a Inglaterra sin convencer a Emma.Se la habían vendido como volátil y frágil de carácter, y había descubierto que no era así.Eso no significaba que se diera por vencido, es más, ahora el reto era mucho más atractivo para él, y no se rendiría fácilmente. Pronto, él volvería a visitarla, o ella tendría que viajar a su país, lejos de su hogar y de sus amantes.Sería divertido, también, ver cómo se retorcía de celos el señor Ares, quien parecía a punto de estallar de furia cada vez que lo veía cerca de la señora Fritz.Leonardo estaba en su oficina, revisando unos papeles a pedido de Emma, cuando alguien golpeó su puerta.-Adelante.-Permiso, señor Ares.-¿Señor Meyer? Qué raro verlo por aquí.-Lo sé, pero me pareció que si le pedía que fuera a mi oficina, podría usted negarse.-Le pareció bastante bien.Fred lo escrutó con la mirada. Ese hombre era indudablemente fi
Leonardo estaba muy nervioso, aunque intentaba ocultarlo. Ahora que Emma, liberada de su contención habitual, dejaba traspasar su excitación a través de cada poro de su piel, dando vía libre a sus deseos, la imagen de fragilidad que tenía de ella, se disipaba. Le parecía lejano y fantasioso el absurdo pensamiento de que Emma Fritz se pudiera romper en sus brazos. Antes caería él, agotado.Se moría por sentarla en la erección que tensaba su ingle, y atravesarla con su fuego, llenarla de su lava, pero podía ver en sus ojos, que ella tenía el poder ahora.-No se preocupe, señor Ares, no seré demasiado exigente ahora. Nos estamos conociendo. Esta será algo así como… una evaluación de diagnóstico…Emma caminó a la puerta, moviéndose como una pequeña y grácil gata blanca, y puso el seguro. No quería interrupciones. Llevaba tiempo deseando degustar este manjar. Se giró, relamiéndose mientras lo miraba, quitándose la camisa de seda y el sostén de encaje, pensando cómo continuar. Su ojo expe
Leonardo había seguido a Emma hasta el baño, sin dejar de devorarla con los ojos mientras ella llenaba la bañera.No podía evitar sentir curiosidad por todo, pero no sólo en cuanto a lo que podía aprender de su maestra de artes amatorias.También le gustaría saber sobre su pasado y sobre sus demás amantes. ¿Cómo era que una joven como ella terminaba de ese singular modo, con esa afición? ¿Cómo eran esos otros hombres?Una pequeña nube de celos se cruzó por su mente, pero la desechó enseguida. No tenía derecho.Pero estaba seguro, por alguna extraña razón, y por ese sentimiento peculiar que se anidaba dentro de él, de que se esforzaría lo suficiente para conseguir la exclusividad sobre la señora Emma Fritz. Aún tenía en él la esencia de un hombre posesivo, celoso y protector. Ella no se lo permitiría. Y en cuanto se lo expresara, todo esto se esfumaría.Bueno, por ahora, él pensaba que la dejaría lo suficientemente satisfecha como para que ese día, no buscara a nadie más. Emma prepar
Durante las horas siguientes, él intentó concentrarse sólo en su trabajo, aunque su cuerpo tuviera vida propia, y su cerebro no pudiera soltar la conversación que había tenido con Clarisa. De la que sólo había obtenido la conclusión de que ella amaba hace tiempo a la señora Fritz, que habrían tenido algo en su momento, y que el pasado de Emma era sin duda interesante.También le parecía que Emma no tenía tantos amantes como decían las malas lenguas, teniendo en cuenta la reciente demostración de exigencia y perfeccionismo.La señora Fritz sin duda priorizaba calidad por sobre cantidad, como en cada aspecto de su vida.Eso, por supuesto, lo obligaba a esforzarse y a satisfacer los altos estándares de esa mujer que admiraba y respetaba y… ¿la quería? Sí. Como a una amiga. Eso era.Emma estaba feliz. La idea le había llegado sola. La presencia de Leonardo Ares a su lado, que sin duda marcaría su territorio, serviría como freno para los posibles candidatos de su padre. Sin decir nada, de