Benedict Black llevaba varios días de visita en la ciudad, asistiendo a la empresa casi a diario, y la oficina de Emma, más específicamente, con intenciones bastante evidentes. Esta última, consciente del peligro que representaba un hombre irresistible como él, se aseguraba de que, siendo visitas de negocios, estuvieran presentes siempre Clarisa o el señor Ares. De ese modo, evitaba cualquier posible insinuación de ese semidiós de ojos verdes.Aaron Stuart perdía la paciencia, mientras Meyer lo visitaba en su oficina con una inevitable sonrisa.-Te he dicho durante años que Emma no es ninguna estúpida, y tú te empeñas en ignorarme. Es demasiado inteligente para dejarse caer en los brazos de ese estirado de Black, por más fanática del sexo que pudiera ser. Te habría quitado esa absurda idea de la cabeza si te hubieras dignado a compartirla conmigo. Creí que buscabas un socio poderoso, no un yerno guapo.-No me fastidies. Te conozco demasiado, Fred… no te gustaría que nadie esté al lad
Finalmente, Benedict Black era un nuevo influjo de fondos, vínculos e ideas prometedoras para OldTree. Y se había vuelto a Inglaterra sin convencer a Emma.Se la habían vendido como volátil y frágil de carácter, y había descubierto que no era así.Eso no significaba que se diera por vencido, es más, ahora el reto era mucho más atractivo para él, y no se rendiría fácilmente. Pronto, él volvería a visitarla, o ella tendría que viajar a su país, lejos de su hogar y de sus amantes.Sería divertido, también, ver cómo se retorcía de celos el señor Ares, quien parecía a punto de estallar de furia cada vez que lo veía cerca de la señora Fritz.Leonardo estaba en su oficina, revisando unos papeles a pedido de Emma, cuando alguien golpeó su puerta.-Adelante.-Permiso, señor Ares.-¿Señor Meyer? Qué raro verlo por aquí.-Lo sé, pero me pareció que si le pedía que fuera a mi oficina, podría usted negarse.-Le pareció bastante bien.Fred lo escrutó con la mirada. Ese hombre era indudablemente fi
Leonardo estaba muy nervioso, aunque intentaba ocultarlo. Ahora que Emma, liberada de su contención habitual, dejaba traspasar su excitación a través de cada poro de su piel, dando vía libre a sus deseos, la imagen de fragilidad que tenía de ella, se disipaba. Le parecía lejano y fantasioso el absurdo pensamiento de que Emma Fritz se pudiera romper en sus brazos. Antes caería él, agotado.Se moría por sentarla en la erección que tensaba su ingle, y atravesarla con su fuego, llenarla de su lava, pero podía ver en sus ojos, que ella tenía el poder ahora.-No se preocupe, señor Ares, no seré demasiado exigente ahora. Nos estamos conociendo. Esta será algo así como… una evaluación de diagnóstico…Emma caminó a la puerta, moviéndose como una pequeña y grácil gata blanca, y puso el seguro. No quería interrupciones. Llevaba tiempo deseando degustar este manjar. Se giró, relamiéndose mientras lo miraba, quitándose la camisa de seda y el sostén de encaje, pensando cómo continuar. Su ojo expe
Leonardo había seguido a Emma hasta el baño, sin dejar de devorarla con los ojos mientras ella llenaba la bañera.No podía evitar sentir curiosidad por todo, pero no sólo en cuanto a lo que podía aprender de su maestra de artes amatorias.También le gustaría saber sobre su pasado y sobre sus demás amantes. ¿Cómo era que una joven como ella terminaba de ese singular modo, con esa afición? ¿Cómo eran esos otros hombres?Una pequeña nube de celos se cruzó por su mente, pero la desechó enseguida. No tenía derecho.Pero estaba seguro, por alguna extraña razón, y por ese sentimiento peculiar que se anidaba dentro de él, de que se esforzaría lo suficiente para conseguir la exclusividad sobre la señora Emma Fritz. Aún tenía en él la esencia de un hombre posesivo, celoso y protector. Ella no se lo permitiría. Y en cuanto se lo expresara, todo esto se esfumaría.Bueno, por ahora, él pensaba que la dejaría lo suficientemente satisfecha como para que ese día, no buscara a nadie más. Emma prepar
Durante las horas siguientes, él intentó concentrarse sólo en su trabajo, aunque su cuerpo tuviera vida propia, y su cerebro no pudiera soltar la conversación que había tenido con Clarisa. De la que sólo había obtenido la conclusión de que ella amaba hace tiempo a la señora Fritz, que habrían tenido algo en su momento, y que el pasado de Emma era sin duda interesante.También le parecía que Emma no tenía tantos amantes como decían las malas lenguas, teniendo en cuenta la reciente demostración de exigencia y perfeccionismo.La señora Fritz sin duda priorizaba calidad por sobre cantidad, como en cada aspecto de su vida.Eso, por supuesto, lo obligaba a esforzarse y a satisfacer los altos estándares de esa mujer que admiraba y respetaba y… ¿la quería? Sí. Como a una amiga. Eso era.Emma estaba feliz. La idea le había llegado sola. La presencia de Leonardo Ares a su lado, que sin duda marcaría su territorio, serviría como freno para los posibles candidatos de su padre. Sin decir nada, de
Hace casi siete años, la realidad era muy diferente, lejana al futuro de expansión y bonanza que se avizoraba ahora para Old Tree, la empresa que dirigía exitosamente la joven empresaria de hielo, Emma Fritz.Hace casi siete años, Aaron Stuart tenía graves problemas económicos y no lograba sacar su empresa Old Costume a flote. Las deudas, con bancos y con organizaciones ilegales, lo estaban agobiando y de seguir así debería declararse de una vez por todas en bancarrota.Estaba en el club Marine, bebiendo algunos tragos con viejos conocidos y socios, hasta que finalmente se quedó con su amigo Frederick Meyer. Aaron estaba bastante ebrio, pero no quería regresar a su mansión. Hablaba arrastrando las palabras:-Así es, estimado amigo, mi compañía no está funcionando muy bien… me temo que necesito un buen ingreso de capital para poder sacarla a flote.Frederick lo miró con cansancio:-Te advertí que no te metieras con esa gente, Aaron, no son de fiar y nunca lo fueron… debiste abandonar e
Emma estaba aún tristemente casada con Karl Fritz cuando conoció a Clarisa. En ese entonces, Clari era la asistente y secretaria del médico de la familia Fritz, el doctor Harris, un hombre ya muy mayor que ignoraba continuamente los claros signos de maltrato en el cuerpo de la señora Fritz, pero que a su joven empleada le resultaban más que evidentes. La asistente era además de cálida y eficiente, una mujer muy preparada con formación en enfermería pero también en administración empresarial. A una muy solitaria y joven Emma, Clarisa le pareció una bocanada de aire fresco y renovador, y ambas conversaban bastante en la sala de espera. La señora Fritz buscaba habitualmente recetas para analgésicos, análisis de sangre para corroborar su salud, y métodos de planificación familiar, estos últimos al principio a espaldas de su marido, Karl, que los primeros meses deseaba una descendencia. Ella no deseaba tener hijos de ese hombre, y, dados los moretones en su piel, Clarisa no podría reproc
Emma Fritz era muy buena clienta del mejor hotel de la ciudad, que siempre tenía disponible una suite a su gusto, sin importar el día o la hora en que la necesitara. Ese sería el lugar ideal para sus posteriores encuentros con Leonardo Ares, su nuevo amante. Un lugar discreto, pero no tanto como los departamentos de Alexei y Omar. Y esto era completamente a propósito, ya que los rumores le serían algo útil.Sobre todo si llegaban a oídos de su padre, Frederick Meyer y algunos socios que siempre se confabulaban con ellos.Su primer encuentro de ese día había sido intenso e interesante, y aunque se había propuesto dejarlo descansar esa tarde luego del trabajo, la verdad es que ardía en deseos de seguir probándolo. Se había contenido durante mucho tiempo, volcando ese anhelo en el buen Alexei y en Omar. Era consciente de que podía ir a visitar al ruso, y saciar esa excitación, pero no perdía nada con preguntar. Al fin y al cabo el señor Ares tenía su familia y sus propios pasatiempos, a