Capítulo 3
Gabriel miró a Isabella con cariño, sin poder contener una sonrisa.

—Lo dejaremos fluir de manera natural, preferiblemente para fin de año. No importa si es niño o niña…, mientras sea con Isabella, lo amaré.

Isabella bajó la mirada hacia el pastel frente a ella y permaneció en silencio unos segundos, mientras Gabriel se apresuraba a cortarlo con delicadeza; cuando, de pronto, un hombre entró a la pastelería y se acercó a Gabriel para informarle que alguien había rayado su auto y que debía salir a revisarlo.

Gabriel frunció el ceño, visiblemente molesto.

—Voy a revisar. Isabella, empieza a comer, volveré lo más rápido posible —repuso, poniéndose de pie—. Pide lo que quieras beber, pero nada frío… Pasado mañana te viene el periodo.

Esa atención tan considerada volvió a provocar suspiros y miradas envidiosos entre los clientes del local.

—¡Dios mío! ¡Hasta recuerda los días de su período! El señor Pérez es realmente el hombre perfecto. No tiene ni un defecto —dijo una mujer.

—No puedo imaginar lo feliz que sería yo si fuera la señorita Moreno —acotó otra.

La dueña de la pastelería miró a Isabella, quien permanecía callada, y comentó con una sonrisa amable:

—La señorita Moreno tiene mucha suerte. Encontrar a un hombre fiel que te ame así… es muy poco probable en la vida de una mujer.

—Sí, es muy poco probable —asintió Isabella, devolviéndole una sonrisa amarga.

Porque, en realidad, ella tampoco lo había encontrado.

Isabella no quería seguir hablando del tema, así que miró hacia la ventana, mientras Gabriel salía de la pastelería, acompañado del hombre que había dado el aviso, quien se inclinó hacia él y le dijo algo en voz baja.

Gabriel asintió y, a grandes zancadas, se metió en un Mercedes rosa estacionado junto al Bentley.

A Isabella se le congeló la mirada. Ese Mercedes rosa le resultaba familiar a Isabella.

Durante la última reunión social, Elena había hecho una ostentosa entrada con un Mercedes rosa. Y la matrícula… coincidía.

Había oído que era un regalo de bienvenida de Gabriel, valorado en quinientos mil dólares. Prácticamente, el mismo precio que el Maybach rosa pálido que él le había regalado a ella esa misma mañana.

Gabriel sabía mantener el equilibrio. Entre su ex y su esposa, su primer amor y su presente… parecía tener todo perfectamente medido.

Isabella no alcanzaba a ver con claridad lo que ocurría dentro del auto, así que apartó la mirada y, justo en ese momento, recibió una llamada de un número desconocido.

Dudó por unos segundos antes de contestar, y, cuando lo hizo, al otro lado de la línea escuchó una voz familiar.

—Nuestra Elena ha aprendido a ser lista… sabe cómo hacer que alguien me llame para que salga —dijo Gabriel, con voz ronca y cargada de deseo—. ¿Le pediste mi ubicación a mi asistente? Ya te dije que iré a verte, cuando ella se duerma

—Me siento mal —se quejó Elena, con voz melosa—. Solo pensar que estás celebrando tu aniversario con ella… imaginar lo que harán después, me hace sentir terrible.

Gabriel soltó una risa suave, comprendiendo que estaba celosa, y, rápidamente, la consoló:

—Tranquila, lo mejor te lo guardo para ti. Esta noche ni la tocaré. Además, ¿no te tomé tres veces hace apenas dos horas? ¿Aún no estás satisfecha?

—Mmm, quiero más. Llévala rápido a casa y ven a buscarme.

—Pequeña traviesa, sígueme con tu auto cuando salga, lo haremos ahí mismo.

—¡Mmm, malvado!

Poco después, el teléfono transmitió sonidos de besos húmedos, cargados de deseo, e Isabella colgó, de inmediato, con las manos temblorosas.

Miró el pastel frente a ella y, de pronto, sintió náuseas. Era como si algo le apretara con fuerza el corazón. Se sentía mareada, ansiosa… completamente incómoda.

Tomó el tenedor, sin que sus manos dejaran de temblar, y destrozó la placa de chocolate que decía «Feliz quinto aniversario».

Media hora después, Gabriel regresó. Al ver que apenas había probado el pastel, la miró fijo, notando su rostro pálido, y su corazón se tensó.

—¿Por qué estás tan pálida? ¿Te sientes mal? Te llevaré al médico ahora mismo —repuso, visiblemente alarmado.

Sin embargo, Isabella giró la cabeza, evitando encontrarse con sus hipócritas ojos.

—Escuché algunas cosas repugnantes. Perdí el apetito.

—¿Qué cosas? —inquirió Gabriel, frunciendo el ceño, verdaderamente preocupado.

—No querrás saberlo —respondió Isabella con los ojos enrojecidos.

Gabriel estaba confundido. Se levantó para abrazar, pero ella lo esquivó, antes de ponerse de pie y salir de la pastelería con paso firme. Se subió al primer taxi que encontró y le indicó al conductor que la llevara directo a casa.

—¡Isabella, espera! —gritó Gabriel, pero no pudo detener el taxi, por lo que, de inmediato se subió a su Bentley para seguirla.

Desde el asiento trasero, Isabella miró por el espejo retrovisor. La escena le pareció absurda: el Bentley seguía el taxi… y, detrás de él, el Mercedes rosa.

Cuando llegaron a la zona residencial, Isabella bajó del taxi, y Gabriel pronto la alcanzó, tomándola de la mano, con ansiedad, mientras preguntaba:

—Isabella, ¿por qué estás enojada? ¿Es porque fui a ocuparme del asunto del coche y no te acompañé mientras comías el pastel?

Isabella levantó la cabeza y lo miró fijo. El apuesto rostro de Gabriel mostraba preocupación y remordimiento, pero ningún rastro de culpa en él por haber sido infiel.

—Sí —respondió Isabella, al final, con firmeza.

—Es mi culpa por no manejarlo bien —repuso Gabriel en un suspiro—. La próxima vez que ocurra algo así, me quedaré contigo, aunque el auto esté destrozado.

Tras una pausa, tomó la mano de Isabella y preguntó con cautela:

—Mi asistente acaba de llamarme. Un cliente importante se cayó accidentalmente de un edificio y está en peligro de muerte. Tengo que ir. ¿Estás de acuerdo?

Isabella frunció el ceño, captando con agudeza el atisbo de anticipación y emoción que se escondía tras su expresión de aparente resignación.

¿Tan ansioso estaba por encontrarse con su amante… que inventaba semejante mentira?

Isabella esbozó una sonrisa forzada. No se molestó en desmentirlo y simplemente asintió con tranquilidad.

Caminó hacia la villa, pero, al llegar a la puerta, no entró. En cambio, se desvió hacia el estacionamiento. Desde ahí, pudo ver, a través del parabrisas del Mercedes rosa, cómo dos cuerpos se fundían en abrazos y besos apasionados.

Dentro del coche, Elena miraba a Gabriel con ojos seductores.

—Me puse las medias negras que tanto te gustan… sin nada debajo. Sé que tus fetiches no han cambiado, después de tantos años.

Los ojos negros de Gabriel brillaron con un deseo salvaje. Su mano, impaciente, se deslizó bajo la falda de la mujer.

—¿Planeas agotarme esta noche? —preguntó, con la voz ronca—. No puedo esperar, déjame entrar ya.

Elena detuvo su mano, con una sonrisa maliciosa, al notar la expresión frustrada de Gabriel.

—Mejor cambiemos de lugar. ¿No te gustaba hacerlo junto al lago?

Gabriel sonrió, su nuez de Adán subiendo y bajando con ansiedad.:

—¿Vamos a hacer algo tan atrevido esta noche?

—¿No vas a acompañarme mañana en mi cumpleaños? Considéralo tu recompensa —dijo Elena, guiñándole un ojo con picardía.

El Mercedes rosa arrancó rápidamente, saliendo del estacionamiento subterráneo, en el mismo momento en el que teléfono de Isabella vibró, con un mensaje de WhatsApp de Gabriel.

Al abrirlo, vio que contenía la ubicación de un lago.

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