Capítulo 2
Isabella no prestó atención a la ostentosa declaración de amor de Gabriel.

Se levantó con calma, tomó su bolso y regresó a casa. Ya en su habitación, le pidió unas tijeras a la empleada doméstica.

Acto seguido, sacó la versión femenina de aquella camisa de pareja que había mandado hacer, la cortó en tiras, y luego hizo lo mismo con su certificado de matrimonio, antes de guardar todo en una caja de regalo, a la cual le escribió en la tapa: «Regalo para tu segundo matrimonio».

Apenas terminó, se dio la vuelta… encontrándose con Gabriel, quien acababa de llegar.

Él, con una expresión cariñosa en su apuesto rostro, le tomó la mano para bajar las escaleras:

—Amor, ya tengo lista tu sorpresa. Ven a verla.

Al bajar, Isabella vio un camión grande estacionado frente a la casa, y, sobre él, una enorme caja de regalo rosa.

Gabriel dio una palmada y la caja se abrió automáticamente. Globos y confeti se elevaron por los aires, revelando un Maybach en color rosa pálido.

Dos empleados levantaron rápidamente una pancarta que decía: «Para la princesa Isabella».

La escena provocó la envidia de todos los espectadores que se habían reunido a observar.

Gabriel sacó las llaves del Maybach y se las entregó a Isabella, diciendo con ternura:

—Isabella, la última vez mencionaste que querías cambiar de auto, y lo anoté. Como tu esposo, por supuesto que debo comprarte todo lo que desees.

Cuando Isabella extendió la mano para tomar las llaves, notó algo que la hizo fruncir el ceño: en la muñeca izquierda de Gabriel había una pulsera hecha con el tirante de un sostén.

Repentinamente, sintió náuseas y su mirada se llenó de desprecio.

—¿Qué pasa? ¿No quieres el Maybach? ¿O no te gusta el color rosa? —preguntó Gabriel, con los ojos llenos de preocupación, al percibir el cambio en Isabella.

Isabella negó con la cabeza, mirándolo con los ojos enrojecidos, mientras respondía:

—El auto está muy bien.

Lo que no quería no era el Maybach, era a él.

Al oír esto, Gabriel suspiró aliviado.

Cuando regresaron a la habitación, Gabriel vio una caja de regalo en el tocador. Iba a acercarse a mirarla, cuando Isabella se adelantó y cubrió la inscripción con la mano.

—Isabella, ¿es esta la sorpresa que preparaste para mí? —preguntó, con los ojos brillando de ilusión.

—Sí, pero aún no puedes verla —respondió Isabella, forzando una sonrisa—. Estoy preparando un segundo regalo. En siete días te los entregaré juntos. Por lo que te conozco, creo que te encantará.

—¿Una doble sorpresa dentro de siete días? —preguntó Gabriel, visiblemente emocionado.

Sin embargo, tras reflexionar un momento, empezó a murmurar tratando de recordar qué fecha sería. De pronto, cayó en la cuenta y, sin perder tiempo, salió de su habitación para llamar a su asistente.

—¡Casi lo olvido! Dentro de siete días es el cumpleaños de Isabella. Prepara una gran fiesta con tiempo. Lo más grande posible. No puedo fallarle.

Mientras Gabriel hablaba por teléfono, no notó que Isabella se había quedado parada en la puerta de la habitación, con una expresión terriblemente fría.

En siete años de relación, Gabriel «nunca» había olvidado su cumpleaños. Pero este año, con Elena de regreso al país, ni siquiera había recordado la fecha.

Mejor así. Quería ver qué expresión pondría cuando, después de tanto esfuerzo preparando la fiesta, la cumpleañera no apareciera.

Isabella sacó su teléfono y envió un mensaje a su secretaria:

«Averigua en qué hotel está organizando Gabriel mi fiesta de cumpleaños. Quiero que prepares la boda en el piso superior al de la fiesta».

La respuesta llegó rápidamente:

«Sí, señora.»

Sin más, Isabella se dio la vuelta y fue a ducharse, mientras Gabriel, a punto de regresar a la habitación, recibía otra llamada de su asistente.

—Por cierto, señor Pérez, no olvide llevar a la señora a la pastelería frente a la universidad. Si no come pastel hoy, seguramente se entristecerá.

—Sí, sí, casi lo olvido. Pide un pastel que le guste a Isabella. La llevaré esta noche.

Isabella escuchó cada palabra con claridad.

Gabriel le quitó la bata de baño que tenía en las manos y la dejó a un lado.

—Isabella, vamos a comer pastel a la pastelería frente a la universidad. Le pedí a la dueña que lo preparara; estará listo cuando lleguemos.

Aquella pastelería era su favorita durante sus años universitarios. Fue frente a ese lugar donde, por un pequeño incidente, había conocido a Gabriel. Dos años después de comenzar su relación, se casaron y, desde entonces, cada aniversario él la llevaba a comer pastel allí.

Antes, Gabriel siempre lo planeaba con anticipación; ahora necesitaba que su asistente se lo recordara.

Una hora después, el Bentley negro se detuvo frente a la pequeña pastelería, llamando de inmediato la atención.

Una influencer que estaba transmitiendo en vivo reconoció a Gabriel y se acercó emocionada, enfocando su teléfono:

—¡Dios mío, es el señor Pérez, el loco enamorado de su esposa! —exclamó—. ¡Amigos, miren esto! ¡La pareja que adoro es real! Dicen que el señor Pérez trae a su esposa aquí cada aniversario… ¡y es verdad!

Después de bajar del auto, Gabriel tomó a Isabella de la mano y juntos caminaron hacia la pastelería.

De pronto, Gabriel notó que el cordón del zapato derecho de Isabella estaba desatado, por lo que, ante la mirada de todos, se detuvo, se arrodilló con reverencia y comenzó a atarlo.

Este gesto provocó la envidia de las universitarias alrededor. Una de ellas, más atrevida, se acercó felicitarlos con una sonrisa:

—¡Un CEO multimillonario arrodillándose para atar el cordón de su esposa! Ni en mis sueños me atrevería a imaginar algo así. ¡Les deseo una larga vida juntos!

Isabella observó a Gabriel sin ninguna expresión, antes de alzar la vista y respondió con una sonrisa cortés, aunque distante.

Gabriel, tomando nuevamente la mano de Isabella, entró en la pastelería y ambos se sentaron en su lugar habitual junto a la ventana.

Sin perder tiempo, Gabriel miró hacia la dueña que se encontraba tras del mostrador, diciendo:

—¿Está listo el pastel? El relleno debe ser de mango, y crema de fresa. La combinación que le gusta a Isabella. Y arriba debe decir «Feliz quinto aniversario».

—Está recién hecho —respondió la mujer, con una sonrisa.

La dueña tenía una fuerte impresión de ese matrimonio. Minutos antes le había dicho a su esposo que, a pesar de ser más de las nueve, seguramente vendrían a celebrar su aniversario porque se notaba cuánto se querían.

Y efectivamente, allí estaban.

Un par de minutos después, la dueña llevó el pastel, con una sonrisa amable en su rostro:

—Cinco años y el señor Pérez sigue tratando a la señorita Moreno con el mismo cariño. ¿Para cuándo el bebé?

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