Capítulo 5
—¡Sí, acepto! —asintió Elena, emocionada, con los ojos enrojecidos—. ¡Me caso contigo, acepto al doscientos por ciento!

—¡Que vivan los novios! —vitoreó el equipo de fotografía, al instante—. ¡Que vivan los novios!

Desde el auto, Isabella observaba la escena con el rostro helado, sintiendo un frío intenso que le recorría todo el cuerpo.

Cinco años atrás, cuando Gabriel le había propuesto matrimonio, había sido igual de apasionado. También vestía un elegante traje negro, sostenía un ramo de rosas brillantes y un anillo escogido cuidadosamente. Incluso entonces, había llorado al pedirle matrimonio, con la voz entrecortada:

—Isabella, en esta vida solo te amaré a ti, ninguna otra mujer entrará en mi corazón. Te lo ruego, ¿te casarías conmigo? Juro que preferiría morir, antes que serte infiel.

Isabella soltó una risa amarga que pronto se transformó en llanto silencioso. Todo había sido mentira. Las promesas, los juramentos… todo era falso. Incluso, el llamado «amor verdadero» podía desaparecer de un día para otro.

—Se están yendo. ¿Los seguimos? —preguntó Ximena con suavidad, mirando a Isabella con tristeza.

—Sí —asintió Isabella, bajando la mirada antes de volver a observar por la ventanilla.

Quería ver adónde irían después.

Una hora más tarde, el Bentley se detuvo frente a un restaurante exclusivo, ubicado en la zona más próspera de Santa Marta, tanto que las mesas junto a la ventana eran prácticamente imposibles de reservar.

Sin embargo, no era hora de comer, por lo que solo había unas pocas mesas ocupadas.

Cada asiento en el restaurante estaba separado por biombos. Evidentemente, Gabriel había tomado precauciones extremas.

Al ver que Gabriel y Elena entraban, Isabella se dirigió primero a la tienda de al lado. Compró un conjunto más formal, se puso una mascarilla y un sombrero grande, y entró al restaurante caminando con paso tranquilo.

Ximena ya lo tenía todo preparado: había pagado para conseguir la mesa justo detrás de la que ocupaban Gabriel y Elena.

Apenas se sentaron, una pareja de mediana edad fue guiada por un camarero a la mesa de Gabriel. Ambos parecían tener alrededor de cincuenta años y vestían con sencillez. Al observarlos con más atención, la mujer Isabella notó que la mujer tenía rasgos muy similares a los de Elena.

—¿No serán los padres de Elena? —exclamó Ximena, sorprendida.

Isabella, con el rostro serio, sacó su teléfono y, a través de la rendija del biombo, encontró un ángulo perfecto para tomar varias fotos rápidamente.

El momento fue preciso. Logró capturar justo cuando Gabriel le entregaba una tarjeta negra a la madre de Elena.

—Este canalla es bastante generoso —se quejó Ximena.

Isabella bajó la mirada y guardó su teléfono lentamente.

Años atrás, cuando Gabriel había conocido a sus padres, también había sacado una tarjeta negra sin límite de crédito para demostrar su «sinceridad». Sin embargo, sus padres se habían negado rotundamente a aceptarlo: no querían vender a su hija.

Y ahora, la historia se repetía… solo que con otra mujer.

—Vámonos —dijo Isabella con voz apagada.

No quería permanecer allí ni un segundo más.

Rápidamente, bajaron al primer piso. Ximena quiso llevar a Isabella a casa, pero ella negó con la cabeza.

—Ximena, estoy muy confundida ahora. Necesito estar sola.

Ximena no insistió, pero sí le pidió, una y otra vez, que tuviera cuidado.

Cuando su amiga se fue, Isabella caminó sola por las calles.

La temperatura exterior había bajado a un grado bajo cero, y ella solo llevaba una chaqueta ligera. Pero el frío en su cuerpo era nada comparado con el frío que sentía en su corazón.

Después de caminar sin rumbo durante un tiempo que no supo calcular, el teléfono de Isabella vibró de repente.

Era un mensaje de Gabriel.

Al abrirlo, tres fotos de boda aparecieron en la pantalla. En una, Elena se apoyaba tiernamente en el pecho de Gabriel, en una pose demasiado íntima. En otra, los dos se besaban con dulzura. Mientras que, en la última, Gabriel, estaba arrodillado, ofreciéndole flores mientras Elena sonreía con aire triunfal.

«Hoy tomamos fotos de boda. Me propuso matrimonio en público. Estoy tan conmovida.»

«Incluso quiere conocer a mis padres. Excepto por el certificado de matrimonio, hemos completado todos los pasos de una boda.»

«¿Quién dice que compartir marido es malo? Yo lo acepto. ¿Tú puedes aceptarlo? De todos modos, yo no pierdo nada.»

Isabella miró las arrogantes palabras de Elena, sin reaccionar, y, con el rostro inexpresivo, envió aquellas tres fotografías a su secretaria, junto con las que ella había tomado durante la cena de aquellas cuatro personas y capturas de todas las conversaciones.

«Muestra todo esto el día de la boda.»

Después de aquello, Isabella guardó su teléfono en el bolsillo y siguió caminando como un zombi, sin notar que un sedán negro fuera de control se dirigía hacia ella a toda velocidad.

¡Bang!

No tuvo tiempo de reaccionar. El impacto la lanzó dos metros por el aire antes de caer pesadamente contra el suelo.

Pasó un largo rato antes de que Isabella volviera a abrir los ojos. Un fuerte olor a desinfectante le dio la bienvenida a la conciencia, y lo siguiente que vio fue el techo blanco de una habitación de hospital.

Gabriel, al ver que finalmente había despertado, se acercó ansiosamente a la cama. Sus ojos negros estaban llenos de preocupación y miedo.

—¿Despertaste? ¿Te duele algo?

Isabella movió ligeramente los ojos, posándolos lentamente en él. Tenía los ojos enrojecidos y la mirada llena de nervios y de dolor, como si deseara cambiar de lugar con ella.

Pero Isabella solo sintió náuseas. El recuerdo de aquellas fotos, le revolvieron el estómago.

«Gabriel… ah Gabriel… ¿cuál de tus versiones es la verdadera?», se preguntó, sin saber qué responder.

—¿Por qué no dices nada? ¿Dónde te duele? Llamaré al médico.

Gabriel se giró con apuro, dispuesto a salir, pero Isabella le detuvo la mano y, con voz ronca, preguntó:—¿Cómo es que estás aquí?

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