Capítulo 6
Gabriel se sobresaltó un poco. Cuando recibió la llamada del hospital, estaba cenando con los padres de Elena. En ese momento, sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y no dudó en dejar a la familia de Elena para correr al hospital.

Por suerte, Isabella no había sufrido lesiones graves.

—Estaba cenando con unos clientes por un contrato importante que estoy por cerrar. El hospital me notificó que habías tenido un accidente y vine de inmediato —explicó Gabriel.

Isabella entrecerró sus ojos, aún húmedos, y lo miró fijamente.

—¿Acabas de volver de ver a los clientes?

—Sí, Isabella —asintió Gabriel, frotándose las sienes—. Estoy agotado.

Isabella cerró los ojos lentamente, sin decir nada más, mientras Gabriel se sentaba a su lado para acompañarla. Poco después, su teléfono sonó. Sin pensarlo dos veces, cortó la llamada, pero quien llamaba insistió. Fastidiado, silenció el móvil y agachó la cabeza para escribir un mensaje.

Un minuto después, con rostro algo agitado, murmuró una excusa y se marchó apresuradamente.

Apenas Gabriel salió, Ximena llegó a visitar a Isabella. Su rostro reflejaba una mezcla de urgencia y preocupación.

—¿Adivina con quién me encontré cuando subía?

Al ver a su amiga, Isabella se incorporó a medias y, tras pensarlo unos segundos, aventuró en voz baja:

—¿Gabriel?

—El tercer piso de este hospital es ginecología. Subí en el ascensor y, apenas se abrieron las puertas, vi a Gabriel y Elena —respondió Ximena, torciendo la boca con disgusto—. Me pareció raro, así que decidí seguir la multitud que salía. Y ahí estaban: Elena sostenía un informe de prueba de embarazo, y Gabriel… Gabriel sonreía de oreja a oreja, murmurando que sería padre.

Isabella se quedó en silencio, como aturdida, antes de bajar la mirada, pensativa, sin mostrar ni una pizca de molestia.

—Así que está embarazada —murmuró.

Ximena sintió que había algo extraño en Isabella, aunque no podía precisar qué.

—¿No estás enfadada? —preguntó, acercándose y tocándole la frente—. Pero no tienes fiebre que te haya podido aturdir.

Isabella esbozó una ligera sonrisa, y sus labios apenas se movieron al hablar:

—Tú no lo sabes, pero Gabriel tiene un problema físico. Los médicos dijeron que no puede tener hijos.

Tres años atrás, habían estado intentando concebir durante un año entero sin éxito. En ese momento, ella había pensado que el problema era suyo, por lo que programó una revisión médica, mientras Gabriel, temiendo que cargara con toda la culpa, la acompañó a los exámenes.

Los resultados fueron claros: Gabriel era estéril.

Aquella noche ella no había podido dormir, convenciéndose a sí misma de que no era necesario tener hijos, siempre y cuando él la amara. Incluso, preocupada por afectar su autoestima y su carrera, le pidió al doctor Sanz que ocultara su condición, diciendo públicamente que ella era quien necesitaba mejorar su salud para poder quedar embarazada.

Pero ahora, saber que Gabriel estaba emocionado por convertirse en padre hacía que sus tres años de cuidadoso encubrimiento se le antojaran especialmente ridículos.

—¡No puede ser! ¡Vaya bomba! —exclamó Ximena, tan emocionada que casi salta de la emoción. Se frotó las manos y arqueó una ceja—. Tengo una idea, Isa. En cinco días te irás a vivir a Noruega. Hagamos de cuenta que no sabemos nada. —Sonrió—. Cuando Elena dé a luz, enviaremos los resultados médicos de Gabriel. ¡Me encantará ver su cara cuando descubra que no puede ser padre!

A la mañana siguiente, Gabriel no se presentó en el hospital.

Por la tarde, la secretaria de Isabella se adentró en la habitación, y, tras informarle sobre los preparativos de la boda, la miró con cierta vacilación.

—Habla claro —ordenó Isabella, frunciendo ligeramente el ceño.

La secretaria miró a Isabella con cautela y, en voz baja, dijo:

—Al mediodía, el señor Pérez me pidió que llevara unos documentos a la villa. Cuando llegué, vi a Elena en pijama sentada en el sofá de la sala. —Hizo una pausa nerviosa y continuó—: Señora, usted siempre ha sido buena conmigo… No podía quedarme callada. Sentí que tenía que decírselo.

Una sensación helada la recorrió de pies a cabeza, mientras su rostro se endurecía. Ella aún estaba hospitalizada, ¿y Elena ya se había instalado descaradamente en su casa? Con razón, la noche anterior Gabriel había insistido tanto en que le avisara antes de salir del hospital con la excusa de «ir a recogerla».

—Entiendo, gracias.

Isabella tomó su teléfono de la mesa y abrió la aplicación de las cámaras de seguridad. La pantalla estaba completamente negra. Gabriel se había preocupado de cubrir las cámaras de ante mano.

Frunciendo el ceño, Isabella alzó la vista hacia su secretaria, que aún no se había marchado.

—Esta noche encontraré la manera de distraer a Gabriel y a Elena. Contacta a alguien para que instale cámaras ocultas, que sean discretas.

—Sí, señora.

A las diez de la noche, Gabriel apareció en la habitación del hospital, y, al verla en la cama, sus ojos negros reflejaron una falsa culpa.

—Isabella, me llamaste para que viniera… ¿me extrañabas? Perdón por no venir antes, hoy estuve ocupado...

—Lo sé —lo interrumpió Isabella, frunciendo el ceño y dándole una salida—. Estabas preparando mi fiesta de cumpleaños, por eso has venido tan tarde a verme, ¿no?

Gabriel se sorprendió un poco, antes de sonreír y tomarle la mano, la cual acarició con suavidad.

—Isabella siempre me entiende tan bien…

—Sí, te entiendo, entiendo todo lo que haces —respondió Isabella, mirándolo fijamente y siguiéndole el juego.

El corazón de Gabriel dio un brinco.

—Isabella... —comenzó a decir, en el momento en el que la enfermera entró empujando un carrito de tratamiento para cambiar el suero de Isabella.

Al día siguiente, Isabella revisó las grabaciones de las nuevas cámaras.

En la villa, Elena y Gabriel estaban almorzando juntos. Elena, sentada justo en el sitio que solía ocupar Isabella, se quejaba con tono caprichoso de que, por estar embarazada, no tenía apetito. Y Gabriel, con toda la paciencia del mundo, la alimentaba, cucharada a cucharada.

—Sé buena, cuida tu salud. Cuando nazca el bebé, encontraré la manera de que Isabella lo acepte como su ahijado.

Media hora después, Elena se levantó satisfecha y subió las escaleras con aire triunfal.

Gabriel, con toda la paciencia del mundo, llamó a los sirvientes y les ordenó con seriedad:

—Elena está embarazada y tiene mal genio, sean comprensivos con ella. Y, escúchenme bien, sobre que se haya mudado aquí, ¡nadie debe mencionarle nada a Isabella cuando regrese!

—Sí, señor —respondieron a coro.

Isabella observó todo con calma, antes de apartar la mirada y comenzó a instruir a su secretaria sobre la preparación de las invitaciones para la boda, diciéndole que ese día prepararía la lista de invitados.

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