Capítulo 7
Al día siguiente, faltaban tres días para la cuenta regresiva.

Por la mañana, Gabriel llegó al hospital con un termo con sopa de costillas.

—La mandé preparar especialmente con la cocinera, es tu sopa de costillas favorita. Pruébala.

—Está bien —respondió Isabella sin rechazar el gesto, y comenzó a comer lentamente, a pequeños sorbos.

Media hora después de que Gabriel se fue, Isabella abrió el sistema de vigilancia desde su teléfono.

En la sala de la villa, Elena insistía en salir de compras. A pesar de que llovía y las calles estaban resbaladizas, se mostraba caprichosa. Gabriel, temeroso de que resbalara y pusiera en riesgo al bebé, había contactado directamente a varias marcas de lujo para que fueran a la casa y así Elena pudiera elegir con calma lo que quisiera.

Incluso, consideradamente, hizo que marcas de productos para bebés llevaran ropa para recién nacidos para que Elena las seleccionara a su gusto.

Esa noche, el abogado Vega llegó a la habitación del hospital.

—Señora, el acuerdo de divorcio entre usted y el señor Pérez ya está en vigor.

—Gracias —dijo Isabella mientras tomaba el documento. Luego, girándose hacia su secretaria, dijo—: Haz una copia y colócala en la caja de «Regalo para tu segundo matrimonio».

Siete años de relación tormentosa. Ya era hora de ponerle punto final.

A dos días del final de la cuenta regresiva, por la mañana, Gabriel llegó a la habitación con un ramo de girasoles y un collar de cuentas que, según él, había conseguido por un precio exorbitante.

Al ver que Isabella se recuperaba bien, se inclinó hacia ella para ponerle el collar con expresión complacida.

—Mañana te darán el alta. Anoche le pedí a un maestro este collar. Es para protegerte.

Isabella miró el collar en su cuello, y su delicado rostro se tensó ligeramente.

Sabía la verdad.

Anoche, Elena tenía dolor de estómago. Gabriel, alarmado, la llevó al hospital y, aprovechando la salida, buscó un amuleto protector… para el bebé.

Su collar había sido comprado de paso.

—Señora, las invitaciones ya están listas —dijo su secretaria, adentrándose en la habitación, en cuanto Gabriel se marchó—. Después de que usted suba al avión, haremos que envíen las invitaciones electrónicas. —Hizo una breve pausa, antes de añadir con cierta vacilación—: El señor Pérez acaba de comprar la villa que está detrás de la suya a un precio sumamente alto.

—¿Esa villa no ha estado desocupada durante años? —preguntó Isabella, frunciendo levemente el ceño.

La secretaria negó discretamente con la cabeza y, con cautela, dijo:

—Sí, señora, pero el señor Pérez pagó un precio muy alto y les ofreció un gran contrato para que la familia se fuera. Dicen que la propiedad quedó únicamente a nombre de la señorita Elena… es un regalo por su embarazo.

Isabella apretó los labios, sus ojos brillando de pura frialdad.

Gabriel no solo le mentía, sino que, además, estaba preparando un nido dorado para su amante y el hijo que venía en camino.

Al atardecer, Isabella volvió a revisar las cámaras, y, a través del video, vio cómo Elena dirigía a regañadientes a los sirvientes para que empacaran sus pertenencias y se mudaran a la villa que Gabriel acababa de comprar.

Ese era el último día, antes de que Isabella se fuera.

Temprano por la mañana, Gabriel fue a recoger a Isabella luego de que le dieran el alta.

En el auto, se inclinó hacia ella con gesto atento y le abrochó con cuidado el cinturón de seguridad.

—Isabella, hoy es tu cumpleaños. Ya tengo todo listo para la fiesta, que empezará puntualmente a las siete de la noche. Recuerda invitar a tus amigas.

—Está bien —respondió Isabella sin más.

En ese momento, el sedán negro entró en la zona residencial. Después de cuatro días, Isabella regresaba a casa. Todo estaba exactamente como el día que había ingresado al hospital, sin el más mínimo cambio, como si Elena nunca hubiera estado allí.

Isabella entró en la habitación principal, encontrándose con un lapis de labios sobre el tocador, al cual le echó una mirada indiferente.

Guerlain 539, usado.

Era evidente que ese lápiz labial había sido dejado allí con toda la intención, más como provocación que por descuido.

Isabella no permaneció mucho tiempo en la habitación, antes de que una sirvienta la llamara a comer.

En la mesa, Gabriel pelaba camarones para ella y se los ofrecía con delicadeza, como un esposo abnegado. Sus gestos eran suaves, considerados, casi idénticos a los que usaba para alimentar a Elena dos días antes.

Isabella masticaba lentamente, mirando los ojos tiernos y amorosos de Gabriel, antes de preguntar de repente:

—Si, solo digo «si», algún día soñaras que te dejo, ¿te sentirías triste?

Gabriel se detuvo en seco, y su expresión se tensó, mientras tomaba la mano de Isabella, respondiendo con firmeza:

—Isabella, no solo estaría triste… me volvería loco. No me dejes.

Ella apretó los labios, a punto de decir algo más, cuando el teléfono de Gabriel vibró repentinamente sobre la mesa.

Isabella desvió la mirada hacia el aparato, comprobando que se trataba de un mensaje de Elena.

«Estoy sangrando, me duele mucho. ¿El bebé estará bien...?»

Los ojos negros de Gabriel se llenaron de pánico, un segundo antes de que se pusiera de pie de inmediato.

—Isabella, hay un pequeño problema con los preparativos de la fiesta. Iré a solucionarlo ahora y más tarde vendré a buscarte para ir juntos.

Estaba a punto de irse, cuando Isabella lo tomó inesperadamente de la mano y le sonrió.

—Gabriel… adiós.

Él se detuvo en seco, y se volvió para mirarla, congelándose al ver la calma en los ojos de Isabella.

Antes, los ojos de Isabella siempre estaban llenos de amor por él. ¿En qué momento se habían vuelto tan fríos? ¿Tan vacíos?

—Isabella, tú... —comenzó a decir, cuando su teléfono vibró de nuevo, haciendo que se marchara a toda prisa.

Luego de verlo partir, Isabella subió a la habitación principal, tomó todos sus documentos, arrojó el collar de cuentas a la basura y llamó a su secretaria.

—Gabriel ha ido a acompañar a Elena. Me voy ahora al aeropuerto. Cuando aborde el avión, activen el plan como lo hemos acordado. —Hizo una pausa y suspiró, antes de agregar con ironía—: Ay, y asegúrate de invitar a elena a su propia boda.

—Sí, señora.

Una hora después, Isabella llegó al aeropuerto. Rápidamente, pasó el control de seguridad y les envió un mensaje a sus padres, avisándoles que embarcaría en media hora, antes de abrir el chat con Gabriel.

«Esta noche te he preparado dos sorpresas. Espero que te gusten.»

Gabriel respondió al instante:

«Isabella, estoy muy emocionado por tus sorpresas. Todavía estoy solucionando los detalles de la fiesta, quiero supervisarlo todo personalmente. Espérame, iré a buscarte para celebrar tu cumpleaños.»

Isabella esbozó una ligera sonrisa, mientras escribía una respuesta rápida:

«No necesitas venir por mí. Iré por mi cuenta al Hotel Continental.»

Ella no asistiría a la cita.

La fiesta de cumpleaños se llevaría a cabo en el segundo piso del Hotel Continental, mientras que la ceremonia de boda sería en el tercer piso.

Solo si Gabriel la esperaba allí, todo saldría según lo planeado: mientras él la buscaba en el segundo piso, la boda se llevaría justo encima.

Media hora después, se anunció el abordaje del vuelo con destino a Noruega, por lo que Isabella se apresuró a sacar la tarjeta SIM de su teléfono para arrojarla a la basura.

«Adiós para siempre, Gabriel», pensó. «A partir de ahora, no verás nunca más».

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