Capítulo 4
Media hora después, Isabella se encontraba sentada en el taxi, observando a lo lejos el Mercedes rosa.

Gabriel abrió el techo solar y, en cuestión de un minuto, el Mercedes comenzó a sacudirse con violencia.

Varias personas se detuvieron a mirar, asombradas.

—Sexo al aire libre… ¡qué emocionante!

—Vaya, así viven los ricos: junto al lago, en un Mercedes, con una belleza. La está pasando increíble esta noche.

Isabella, con los ojos enrojecidos, miraba el coche. Se sentía completamente helada. Con manos temblorosas, sacó su teléfono y grabó un video de cinco minutos.

Sin pensarlo dos veces, se lo envió a su secretaria y con voz ronca le instruyó:

—El día de la boda, muestra este video.

Después de enviar el mensaje de voz, Isabella marcó el número de Mariana, su madre.

—Mamá, en siete días iré a Noruega a verlos a ti y a papá —dijo, intentando mostrarse serena.

Sin embargo, al otro lado de la línea, Mariana notó que la voz de Isabella temblaba ligeramente. Era evidente que algo no andaba bien.

—¿Gabriel te acompañará? —inquirió e Isabella casi pudo ver cómo fruncía el ceño.

—No. Voy sola —respondió, sin rodeos.

—Está bien, no te angusties —respondió Mariana con voz suave pero preocupada; imaginaba lo que había ocurrido—. Te recogeré en el aeropuerto.

En plena madrugada, Gabriel regresó haciendo mucho ruido y despertando a Isabella que dormía profundamente. Estaba muy ebrio y no dejaba de buscarle el rostro para besarla, murmurando nervioso:

—Esposa mía… te amo tanto. Puedes enojarte conmigo, puedes gritarme o pegarme, pero, por favor… nunca me dejes, ¿sí? No te preocupes, mi amor. Nunca te seré infiel.

En la enorme cama, Isabella lo miraba fríamente con frialdad.

Gabriel probablemente había bebido demasiado y, al volver a casa, olvidó limpiarse la marca de lápiz labial que llevaba en el cuello.

Pero en sus ojos, el amor parecía genuina.

A la mañana siguiente, Isabella despertó aturdida.

Gabriel ya le había preparado la pasta dental, le ofreció agua tibia para enjuagarse la boca y le eligió la ropa para el día.

Después de que ella terminara de arreglarse, ambos bajaron hacia el comedor.

Sin embargo, mientras desayunaban, el teléfono de Gabriel vibró. Echó un vistazo al mensaje y miró a Isabella con una expresión de disculpa:

—Isabella, esta noche no volveré. Tengo una reunión.

Isabella se detuvo mientras comía su panqueque a medio comer. Sabía que Gabriel pasaría el día con Elena, así que ni se molestó en confrontarlo.

—Está bien —asintió con indiferencia.

En cuanto Gabriel se fue, Isabella tomó un taxi y lo siguió discretamente, para ver que, veinte minutos después, él se adentraba en un elegante vecindario.

Elena, vestida con un conjunto blanco de Chanel y una bufanda del mismo color, lucía hermosa y refinada. Desde lejos, al ver el Bentley de Gabriel, saludó con la mano, emocionada, y corrió a subirse al coche.

Probablemente se quedaron un rato hablando en el coche, hasta que Gabriel por fin arrancó y salió del vecindario.

Media hora después, el Bentley negro se detuvo frente a un estudio de fotografía de bodas. Elena se bajó del lado del copiloto, y, cuando Gabriel se acercó, lo tomó del brazo con familiaridad mientras se adentraban al local.

Al verlos, el personal del estudio los recibió con entusiasmo.

—Señor Pérez, señorita Castro, bienvenidos. Hemos reservado el local con anticipación. Permítanme mostrarles los estilos de fotos de boda que tomaremos hoy.

Desde el taxi, Isabella observaba la escena sin expresión, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo.

De pronto, su teléfono comenzó a sonar. Rápidamente, lo tomó y comprobó que se trataba de Ximena, su amiga. Sin perder tiempo, contestó y, pronto, escuchó su alegre voz.

—Isabella, ¿dónde estás? Quiero invitarte a un té.

Isabella respondió sin rodeos, dándole la ubicación exacta del estudio fotográfico.

Al otro lado de la línea, Ximena quedó perpleja por unos segundos, sorprendida, antes de exclamar con entusiasmo:

—¡Llevas cinco años casada con Gabriel y ahora van a tomarse nuevas fotos de boda! ¡Qué bien! Cada vez más enamorados… Me dan envidia a mí. Yo sigo soltera.

—Ximena, no está tomando fotos conmigo —respondió Isabella, con la mirada perdida y un tono cargado de amargura.

Ximena se quedó en silencio por unos segundos, desconcertada, hasta que comprendió lo que estaba pasando.

—¿Se está sacando fotos con otra mujer? ¿Gabriel te está engañando? ¡Imposible! Espera, ¡llegaré en veinte minutos!

Veinte minutos después, tal y como había prometido, Isabella se bajó del taxi y se subió al auto de Ximena.

Ante las preocupadas preguntas de su amiga, Isabella le contó todo sobre la infidelidad de Gabriel desde el regreso de Elena al país. Acto seguido, le mostró el provocador mensaje de Elena había enviado desde el celular de Gabriel hacía un mes, tras lo cual, señalando la tienda de novias, murmuró con una sonrisa amarga:

—Como puedes ver, hoy es el cumpleaños de Elena y Gabriel planea tomarle fotos de boda.

Ximena miró en la dirección indicada. Dentro de la tienda, Gabriel se inclinaba para arreglar con cuidado el vestido de novia de Elena. Su expresión era dulce y sus movimientos sumamente delicados, como si estuviera tocando una obra de arte.

Ximena frunció el ceño con fuerza.

—No lo soporto —dijo, a punto de explotar—. Entraré y les daré una paliza. ¡Alguien tiene que hacer justicia por ti!

Ximena tenía un temperamento explosivo. Se arremangó, lista para irrumpir en el local, pero Isabella la detuvo, sujetándola del brazo.

—Espera, quiero ver qué harán a continuación, hasta dónde son capaces de llegar.

Media hora después, Gabriel y Elena salieron de la tienda. Él vestía un elegante traje negro y ella un vestido de novia blanco, entallado. Se tomaron de la mano y, juntos, subieron al Bentley.

Poco después, llegaron al lago. El área de la sesión fotográfica había sido acordonada para evitar curiosos, y el fotógrafo ya los estaba esperando, quien sonrió adulador, al verlos llegar.

—Señor Pérez, señorita Castro hacen una pareja perfecta. Son los más fotogénicos que he tenido frente a mi cámara.

Elena, del brazo de Gabriel, rio coquetamente:

—Es que tengo buen gusto. Elegí al hombre más guapo del mundo como mi esposo.

Durante la siguiente media hora, se cambiaron tres veces de vestuario.

Como era invierno, durante los descansos, Gabriel se aseguraba de abrigar a Elena con un chal grueso, colocándoselo sobre los hombros con sumo cuidado.

Cuando Elena no lograba una buena pose, él la animaba y alentaba hasta que se sentía cómoda.

Terminada la sesión, Gabriel no se apresuró a marcharse, y, de pronto, se arrodilló frente a Elena. Ella lo miró, sorprendida, junto en el momento en el que él sacaba un ramo de rosas y un anillo de compromiso.

—Antes dijiste que querías fotos de boda —empezó Gabriel con voz temblorosa—, y yo siempre pensé que debía haber una propuesta formal. Tú fuiste comprensiva y siempre dijiste que no era necesario, pero Elena… ¿te casarías conmigo?

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