Palomas blancas

Abrí la puerta de entrada mientras sostenía a Dante en brazos. Mi pobre hijo estaba con fiebre y no podía hacerla bajar pese a todos los baños fríos que le había dado. Del otro lado estaban Gaeil y Helena.

—Hola, cuñadita —saludó mi cuñado con una sonrisa.

—¡Gaeil, Helena! Pasen, por favor —exclamé mientras me hacía a un lado. Los niños al escuchar la voz de su padrino bajaron corriendo las escaleras, algo que no me gustaba que hagan.

—¡Tíooooo! —gritaron mientras se prendían a las piernas de Gaeil, luego pasaron a atacar a Helena—. ¡Tíaaa!

—¡Hola, diablitos! —saludó Gaeil. A Helena no le gustaban mucho los niños, sin embargo recibía su cariño con alegría.

—No me basta verte todos los días en la oficina —rio al saludarme. Yo ahogué una carcajada y saludé con un beso en cada mejilla, como ella acostumbraba. Gaeil miró a Dante que le sonrió.

—¡Ya te están saliendo los dientes, enano loco! —le dijo mientras mi hijo se retorcía de la risa en mis brazos mientras mi cuñado le hacía cosquill
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