CAPÍTULO 4: ¡Esta finca es mía y no me iré!

Aiden, recuperando la compostura, se inclinó y tomó la mano de su hijo.

—No tienes derecho a saberlo —expresó Aiden con frialdad—. Edward fue el único padre que conoció, y no voy a permitir que lo lastimes como lo hiciste con nosotros.

Liam se quedó sin habla, como si las palabras hubieran desaparecido de su boca. En ese momento, el llanto de Fiore, que había estado observando la confrontación, rompió el tenso silencio. La pequeña estaba aterrorizada y las lágrimas corrían por su rostro.

—Papá... —lloraba Fiore, temblando.

El sonido del llanto de su hija fue lo único que logró conmover el frío corazón de Liam. Se giró hacia Fiore, viendo su miedo y vulnerabilidad, y algo dentro de él se rompió. La furia y la indiferencia dieron paso a un destello de humanidad mientras se acercaba a ella, tratando de consolarla.

—Fiore, no llores... —solicitó Liam con voz más suave, pero la niña se apartó, aferrándose a la pierna de Aiden.

Aiden, viendo la reacción de su hijo y el miedo en los ojos de Fiore, se enderezó con determinación. Abrazó a ambos niños, decidida a protegerlos.

—No quiero que te acerques a nosotros, Liam. Estás asustando a los niños —advirtió sin dejar de verlo a los ojos—. Esta finca es nuestra, y no me iré.

Liam sintió una mezcla de frustración y desesperación, pero sabía que no podía forzar la situación. Soltó un suspiro y asintió con la cabeza, sin decir nada más. En su interior, la lucha entre lo que sabía y lo que sentía por Aiden comenzaba a erosionar las defensas que había construido durante años.

Aiden buscó con sus ojos un sitio donde pudiera lavar la cara y las manos de los niños. Finalmente, localizó una pequeña fuente cerca de la entrada.

—Voy a llevar a los niños al pueblo a comer —avisó Aiden, girándose hacia Liam—. Espero que cuando regrese podamos hablar como dos personas civilizadas.

Sin esperar respuesta, Aiden subió a los niños a su camioneta. Fiore seguía llorando suavemente, y Leo miraba a Liam con desconfianza.

Liam se quedó parado en la entrada de la finca, viendo cómo la camioneta se alejaba, con una mezcla de emociones revolviéndose en su interior. Sabía que el enfrentamiento con Aiden no había hecho más que empezar, y que tendría que enfrentar no solo su propio pasado, sino también las consecuencias de sus acciones.

Mientras Aiden y los niños se dirigían al pueblo, Liam decidió que necesitaba cambiar su apariencia antes de que regresaran. No podía enfrentar a Aiden y a los niños luciendo como un despojo humano. Determinado, se dirigió a la casa y comenzó a buscar las escrituras.

Encontró los documentos en un cajón viejo, él sabía que la mitad le pertenecía a Edward y por ende a sus herederos. Sintió una punzada en el pecho, sabiendo que Edward se aprovechó de la situación, pero decidió que debía presentarse lo mejor posible.

Se dirigió al baño y se tomó su tiempo para asearse. Se duchó, se afeitó y encontró ropa limpia y presentable. Quería estar listo para hablar civilizadamente con Aiden cuando ella regresara.

****

En la camioneta, Aiden conducía en silencio mientras los niños iban en el asiento trasero. Fiore seguía llorando, asustada por la confrontación. Leo, miraba a la niña con compasión, sin imaginar que era su media hermana. 

—No llores, Fiore —susurro Leo con suavidad, ofreciéndole una sonrisa reconfortante—. Vamos a comer algo rico en el pueblo. Te va a gustar.

Fiore miró a Leo con sus ojos llenos de lágrimas y asintió débilmente. A pesar de su tristeza, la amabilidad de Leo comenzó a calmarla un poco.

—¿Te gustan los helados? —preguntó Leo, tratando de distraerla.

—Sí —respondió Fiore, limpiándose las lágrimas con las manos.

—Genial. Podemos pedir helados después de comer —propuso Leo con entusiasmo—. Mi mamá dice que el helado siempre hace que todo sea un poco mejor.

Mientras avanzaban hacia el pueblo, Aiden sabía que la verdadera prueba sería enfrentar a Liam una vez más, pero esta vez, con la fuerza y la dignidad que Edward le había enseñado.

Al llegar al pueblo, Aiden notó cómo algunos de los residentes la miraban con curiosidad. El lugar le traía recuerdos, tanto buenos como malos, pero decidió mantener la cabeza en alto. Bajó con los niños y se dirigió a un pequeño restaurante local. Por suerte, nadie la reconoció, pero algunos comenzaron a murmurar al ver a Fiore.

—Mira, Liam ya encontró una nueva mujer para reemplazar a Nicol —susurró una mujer.

—Y parece que se lleva bien con Fiore —agregó otra.

Aiden decidió ignorar los comentarios y llevó a los niños al restaurante. Se sentaron en una mesa y pidieron hamburguesas y helados.

—Vamos a disfrutar de la comida, niños —expresó Aiden con una sonrisa—. Nos espera un largo día.

****

Mientras tanto, Liam entraba y salía de la casa, mirando el reloj impaciente, esperando que Aiden regresara con los niños. Cada minuto que pasaba parecía una eternidad, y su mente no dejaba de pensar en la confrontación que se avecinaba.

Finalmente, escuchó el sonido de una camioneta acercándose. Salió y vio a Aiden llegar con los niños. Fiore bajó de la camioneta, feliz y sonriente, habiendo pasado una tarde agradable. Aiden la siguió, sosteniendo a Leo de la mano.

Liam respiró hondo y se acercó a ellos.

—Qué bueno que estás de vuelta —mencionó mirando a su hija. La contempló con ternura. Aiden le había comprado ropa nueva. 

Fiore corrió hacia él y lo abrazó.

—Papá, comimos hamburguesas y helado. Leo me contó historias divertidas —avisó con entusiasmo—. Y Aiden me compro este vestido. ¿Te gusta? —Giró modelando frente a su papá. 

Liam sonrió débilmente y luego miró a Aiden.

—Gracias por cuidar de ella —susurró sinceramente, volvió sus ojos hacia Fiore—. Te ves preciosa. 

Aiden asintió, aun manteniendo su postura firme.

—Ahora que estamos aquí, creo que es momento de hablar —avisó ella, sus ojos verdes se mantuvieron fijos en los de Liam.

Liam asintió, consciente de que no podía seguir evitando la verdad.

—Sí, tenemos mucho de qué hablar —respondió, preparándose para la conversación que cambiaría sus vidas.

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