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CAPÍTULO 3: ¿Aiden? ¿Tú... aquí?

Aiden sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar y reconocer esa voz. Sin embargo, ya no era la muchacha ingenua del pasado. Se armó de valor, se dio la vuelta y miró directamente a los ojos de Liam. Lo que vio la sorprendió y entristeció a la vez. Liam era un reflejo de lo que alguna vez fue, pero ahora estaba deteriorado, con el cabello desaliñado y la ropa arrugada, evidenciando el paso de los años y los errores cometidos. Sin embargo, detrás de ese aspecto desaliñado, aún podía percibir al hombre que alguna vez había amado, lo que le provocó una punzada de nostalgia y dolor.

Liam, por su parte, apenas reconoció a Aiden. Había cambiado, y no solo en apariencia. Su figura era más esbelta y tonificada, y sus ojos verdes ya no mostraban la misma vulnerabilidad de antes, sino una mezcla de determinación y tristeza que lo desconcertó. Pero, a pesar de los años y los malentendidos, una parte de él no pudo evitar sentir una atracción visceral, un eco de lo que alguna vez fue su amor por ella.

—Soy Aiden —respondió ella con firmeza—. Y estoy aquí para reclamar la finca que Edward me dejó.

Liam sintió una punzada de sorpresa y dolor al escuchar el nombre de Edward. Su voz se quebró un poco, pero trató de mantener su compostura. En su interior, un torbellino de emociones lo sacudía, pero se esforzó por no mostrarlo.

—¿Aiden? ¿Tú... aquí? —murmuró, sin saber cómo manejar el torbellino de emociones que lo invadía—. ¿De qué demonios estás hablando?

Aiden no estaba dispuesta a mostrar debilidad. Mantuvo su mirada fija en la de Liam y respondió con frialdad:

—Sí, Liam. Estoy aquí para reclamar lo que me pertenece. ¿Qué haces tú en esta finca?

Liam se enderezó, intentando recuperar algo de la arrogancia que lo había caracterizado en el pasado. Pero detrás de esa fachada, sentía un dolor sordo al verla de nuevo, mezclado con la culpa por lo que había sucedido entre ellos.

—Esta finca es mía. Siempre lo ha sido —respondió, aunque sabía que la verdad era más complicada. Sabía que Edward se aprovechó en su momento de la amistad que los unía para quedarse con la mitad de la finca, pero había guardado silencio durante años para no romper su amistad y porque en su momento pensó que Aiden jamás volvería.

Aiden sintió cómo la rabia empezaba a hervir dentro de ella. Dio un paso hacia él, sus ojos verdes brillando con determinación y algo más profundo que había intentado suprimir durante años: el dolor de la traición y el amor no correspondido.

—Estás mintiendo, Liam. Edward me dejó esta finca, y tengo las escrituras que lo prueban. Esta propiedad me pertenece por derecho.

Liam la miró con furia, pero también con una creciente desesperación que intentaba ocultar. Sabía que Aiden estaba en lo cierto, pero no podía dejar que viera cuán quebrantado estaba.

—No tienes idea de lo que estás diciendo, Aiden. Esta finca es mía, y no voy a permitir que vengas aquí a reclamar algo que no te pertenece —espetó con su aliento a alcohol.

Aiden avanzó un paso más, acortando la distancia entre ellos. El aire a su alrededor parecía vibrar con la tensión, frunció la nariz al inhalar ese aroma a licor.

—No me iré, Liam. Edward me dejó esta finca para que mi hijo y yo tuviéramos un lugar seguro. Y no me detendré hasta que se haga justicia. Tú no tienes derecho a estar aquí, y lo sabes.

Liam sintió que un nudo se formaba en su estómago. La magnitud de la situación pesaba sobre él, pero no estaba dispuesto a ceder. A pesar de todo, ver a Aiden tan resuelta le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sabía que Edward estaba moviendo las piezas a su favor, pero no podía enfrentar esa verdad sin arriesgarlo todo.

—¡Dile a Edward que sea valiente y venga él mismo a enfrentarse conmigo! —gritó Liam, su voz resonó con desesperación más que con ira.

Las palabras de Aiden se quedaron atrapadas en su garganta por un momento. Luego, con la voz fragmentada y lágrimas en los ojos, gritó:

—¡Edward murió!

Liam se quedó helado por un instante. La noticia lo tomó por sorpresa, pero no pudo procesarla de inmediato. Su expresión se endureció, adoptando una fría indiferencia que le servía de escudo.

—¿Qué demonios estás diciendo? —replicó, con una voz que intentaba sonar despectiva, pero que traicionaba su confusión y un dolor latente que no podía ignorar. Agarró por los hombros a ella, la zarandeó.

Aiden lo miró con una mezcla de tristeza y resolución.

—Edward murió, Liam. Hace tres años. Y me dejó esta finca para que yo y nuestro hijo pudiéramos tener un lugar seguro —explicó, su voz tembló al recordar a su difunto esposo.

Liam sintió un golpe de realidad que lo dejó sin palabras por un instante. Su mundo, que ya estaba tambaleándose, parecía desmoronarse aún más. La indiferencia que había intentado mantener se desvaneció, y en su lugar, apareció una mezcla de dolor y confusión. A pesar de todo, en el fondo, la noticia de la muerte de Edward lo afectó más de lo que estaba dispuesto a mostrar.

—¡Mientes…!

Antes de que pudiera decir algo más, un pequeño niño apareció corriendo y le dio una patada en la espinilla a Liam.

—¡Suelta a mi mamá! —gritó el pequeño, con voz firme y decidida.

Liam, sorprendido, soltó a Aiden y se giró para enfrentar al niño. Al verlo, se quedó pasmado. El infante era una copia exacta de él cuando era pequeño. Sus ojos azules, su cabello oscuro, todo en el niño le recordaba a sí mismo.

—¿Quién?... ¿Quién eres tú? —murmuró Liam, su voz temblaba. La posibilidad de que este niño pudiera ser su hijo cruzó fugazmente su mente, pero el miedo a la verdad lo paralizó.

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