Rafael Rowling había llegado a una mansión en particular, un hogar escondido del ojo público. Caminó a pasos lentos y con una mano en el bolsillo, le asintió con la cabeza a cada persona que se topaba, porque muchos lo conocían. Subió las escaleras, su objetivo era encontrarse con el jefe de ese lugar. El hombre más peligroso y buscado del país, Alejandro Bridget. Sabía que su asociado Rafael iría de visita, por lo que lo estaba esperando en su oficina. —Bienvenido, señor —Una mujer que cuidaba de la puerta, se inclinó al ver al castaño. —¿Se encuentra Alejandro? —Lo está esperando —Se hizo a un lado para dejarlo entrar. Abrió la puerta de madera y al entrar, una oficina mucho más moderna y pulcra que la suya, alumbró sus ojos. El mafioso estaba sentado, con ambos pies sobre la mesa y una sonrisa divertida. —Mi querido amigo Rafael —expresó—. ¿Qué te trae por acá? Hace mucho que no nos vemos. ¿Se trata de David? Rafael inhaló hondo, aunque trataba de ocultarlo, le tenía un poc
Los días pasaban y la familia Lambert se quebraba poco a poco. David no dejaba de discutir con su esposa debido a la hostilidad en ella. —Catherine, ya basta, por favor. —¡¿No me puedes comprar lo que te pido?! —exclamó, como una malcriada. David sobó su sien, no tenía idea de que su esposa se pondría tan histérica por haber rechazado comprarle un vestido de último modelo.—Si seguimos gastando en cosas innecesarias, mi deuda se incrementará —explicó. —Ay, por favor. Si Rafael te hubiera querido hundir, ya lo hubiera hecho, ¿no crees? ¿Para que esperar tanto? ¿Qué gana él con eso? —bufó la pelirroja, sentándose en el sofá de la sala. —Cariño, ¿podemos dejar de discutir? —Es que no los entiendo —Se cruzó de brazos. —Rafael no es ningún tonto. No debemos subestimarlo —resopló, buscando el vino en un estante—. ¿Se te olvidan las historias que cuentan sobre su último socio? —Sí, sí —Sacudió su mano, sin interés—. Que se suicidó por su culpa. Tú no caerías tan bajo para cometer esa
—Llegas tarde, Mónica. Supongo que estarás lista para recibir un castigo —Rafael se levantó de su escritorio. La recién nombrada tragó saliva porque era la primera vez que le decía eso por llegar tarde. Cerró la puerta, y Rafael se acercó poco a poco. —¿J-jefe? Se quitó el cinturón con la intención de asustar a Mónica, pero de buena manera. —Supongo que tendré que pegarte un poco —bromeó, su mirada seria parecía real. Cuando llegó a la posición de Mónica, sus ojos se encontraron y ella se quedó paralizada porque tenía el corazón a mil. El miedo se había esfumado cuando recordó el beso que se dieron hace mucho. —N-no… Rafael dejó salir una carcajada. —Querida Mónica, ¿por qué estás roja como el tomate? —Agarró su mejilla. Ella no iba a admitir que se veía demasiado sexy luego de haber hecho eso. Rafael no tenía el saco puesto, y haberse quitado el cinturón casi la derritió por la sensualidad con la que actuó. —E-esto es vergonzoso. Jamás había balbuceado tanto en un mínimo m
Mónica había salido a hacer las compras de la semana en el supermercado más cercano, quedaba a una cuadra de su departamento y ella tenía el día libre, por lo que se llevó a Victoria en el coche. Estaba en la zona de verduras, había visto una receta de estofado de pollo en Internet y quería hacerla para que Victoria comiera un poco.—¿Por qué el kilo de tomate siempre aumenta? —murmuró para sí misma. Añadió los tomates al carrito, y acto seguido pasó por las zanahorias. Ella no sabía que una mujer conocida la estaba viendo a lo lejos con la mandíbula apretada, a punto de romperse. Catherine quiso salir sola a comprar ingredientes dulces para hacerle un pastel de chocolate a su esposo y alegrarle el día, nunca imaginó que se toparía con Mónica después de tanto tiempo. Se mordió una uña. Al ver que estaba acompañada de una pequeña niña, decidió acercarse para molestarla. —Vaya, vaya. ¿A quién le robaste a la hija? —Se cruzó de brazos, divertida. La bolsa con zanahorias se cayó al
Llegó el día en dónde Mónica decidió ir a conocer a su verdadero padre. Rafael le explicó que la estaría esperando en el restaurante al que fueron, y quedó en llevarla ese día. —¿Por qué tanto misterio, jefecita? —cuestionó Elsa, frunciendo el ceño. Ella estaba cargando a la pequeña Victoria para dormirla. —T-tendré una cita —mintió, en un tartamudeo. —¡Lo sabía! ¿Ya lo has aceptado? —Algo así… Le daba vergüenza hablar del tema de Rafael con la niñera, su corazón siempre empezaba a latir con mucha rapidez. Tocaron la puerta, y Mónica fue a abrir porque ya sabía de quién se trataba. Rafael esperaba del otro lado, saludó a las dos mujeres. —Buen día, señor —comentó Elsa, apenada. —No seas tan formal, eres amiga de Mónica, ¿no? —expresó, se acercó a ella para ver a Victoria—. ¿Puedo cargarla? Elsa asintió, nerviosa porque tenía a un hombre poderoso frente a ella. Le entregó a la niña, y Victoria se carcajeó con alegría al ver a Rafael. En su inocencia, pensaba que se trataba d
Rafael se había quedado afuera para esperar que padre e hija terminaran de hablar. Cuando lo hicieron, ambos salieron del restaurante riendo con felicidad. Él los vio con nostalgia, porque extrañaba un poco a sus difuntos padres, a pesar de las exigencias. Notó que Alejandro y Mónica se parecían un montón, sobre todo en la nariz puntiaguda. —Bueno, supongo que dejaré a mi hija en tus manos —Palmeó el hombro de Rafael—. Cuídala, o ya sabes lo que te puede pasar. El empresario comprimió una sonrisa porque la amenaza estaba clara, aunque Mónica se burló. Se preguntaba de qué habían hablado durante la comida. —Cuente conmigo. —Padre, recuerda tu promesa —Carraspeó su hija, un poco molesta por la amenaza. —Sí, sí —Suspiró, colocando ambas manos detrás de su nuca con relajo—. No le haré nada a tu querido esposo. Rafael parpadeó y la mujer se quedó sin habla, con la boca temblorosa porque no creyó que su padre lo diría con facilidad. Tragó saliva, nerviosa por la mirada profunda que l
El tiempo pasaba tan rápido, que el día de la gala ya había llegado. Mónica se comunicaba con su padre mediante llamadas o mensajes, y había quedado con él para reunirse y presentarle a su nieta. —Vamos, Victoria. Rafael llegará en cualquier momento. Cargó a la pequeña y se vieron una última vez en el espejo de la sala. El vestido largo y pegado a su cuerpo no le quedaba nada mal, pues resaltaba sus anchas caderas y piernas gruesas. Victoria tenía un vestido de princesa que la hacía lucir adorable y brillante, destacando su inocencia. Debajo de la falda de tul llevaba un pantalón corto y el pañal. —Maaa —Movió el juguete que tenía en su mano, sonaba como una campana. Mónica agarró la cartera y la colgó sobre su hombro a medida que llevaba a su hija en brazos. Fue a la puerta para marcharse y apagó las luces, no se esperaba que Rafael ya estuviera esperando del otro lado. —¿Esto de llegar justo a tiempo se te hizo costumbre? —inquirió, divertida. —¡Paa! —exclamó Victoria, alegr
Al llegar a la empresa, una melodía suave proveniente de la banda sonora, inundó sus oídos. Rafael iba cargando a Victoria, quería demostrar que era un padre preocupado. Y Mónica, ella sostenía el brazo de Rafael como su mujer. Tenía que admitir que le daba vergüenza ser vista por tantas personas, vio a lo lejos que Lisandra, la recepcionista, abrió la boca. A pesar de que eran amigas, nunca le contó. La sala de la empresa dónde hacían los eventos, se llenó de murmullos al ver al anfitrión junto a su secretaria y una bebé. —¿Es normal que nos vean así? —Por supuesto. Tú mantén la cabeza en alto y nadie te juzgará —Le respondió el hombre—. Les sorprende ver que vengo acompañado de una hermosa mujer por primera vez. Mónica sonrió. —Ya veo. Victoria abrazó el cuello de Rafael, se escondió porque le aterraba ver tantas personas al mismo tiempo. Su timidez la dominó, así que pegó su carita al cuello de su padrastro. —¿Me acompañas a la tarima? Haré el anuncio —pidió—. Será rápido.