A la mañana siguiente, Mónica se estaba preparando para irse al trabajo cuando le hicieron una llamada del hospital central. —¿Hola? ¿Quién habla? —¿Es usted Mónica Bustamante? —preguntó una secretaria, habían tardado mucho en encontrar su número. Por suerte, descubrieron que Mónica había dado a luz a su hija justo en ese hospital, por lo que tuvieron que revisar los registros para encontrar su información en los documentos. —Sí, soy yo. —Un placer. Soy Clara Thing, y me comunico para informarle que sus padres tuvieron un trágico accidente el día de ayer por la tarde —informó, sin pelos en la lengua—. Esteban y Marta Bustamante. ¿Crees que puedas venir al hospital central? El señor Esteban solicita hablar contigo urgentemente. El pecho de Mónica se oprimió. Su boca estaba entre abierta porque no le cabía en la cabeza. ¿Sus padres habían tenido un accidente? ¿Cuál era la gravedad? Lo que la tenía confundida era el hecho de que querían verla. ¿Iban a morirse? Por mucho que ya no
El funeral de los padres de Mónica se llevó a cabo con normalidad, no mucha gente asistió y ya se encontraban en el cementerio. Sus padres habían sido enterrados, y ella tenía una mirada vacía. —Mónica —Rafael la llamó, él ayudó con los gastos—. Tus padres te han dejado la mansión, ¿planeas mudarte? —No. Me queda bastante lejos del trabajo y no tendré para pagarle a los sirvientes —dijo, seria—. La venderé. —¿Cómo te encuentras? —Posó una mano en su hombro—. Dijiste que necesitabas hablar conmigo sobre un tema delicado. —Mi padre, antes de morir, me hizo una confesión y no dejo de pensar en eso —resopló.—Sabes que puedes contarme —Comprimió una sonrisa. Un hombre que no esperaban, apareció en el cementerio. Él se había enterado mediante las noticias en dónde se llevaría a cabo el entierro, y sabía que Mónica estaría ahí sí o sí. David vio que su ex esposa estaba charlando tranquilamente con Rafael Rowling, se quedó extrañado ante tal escena. ¿Desde cuándo se conocían ellos dos
Al día siguiente, Rafael hizo lo que prometió y acudió a la mansión de David, ya se sabía el interior de memoria de tanto que iba. Lo primero que vio al entrar fue a un pequeño niño jugando en una alfombra, siendo cuidado por una sirvienta mayor que él recordaba. Mónica le contó que ella la ayudó a escapar. —Señora Delia —La saludó. —¡Oh! —Se sobresaltó—. Bienvenido. Le sonrió. Ella estaba ocupada procurando que Mateo no se lastimara con el juguete de hierro que le compró su madre. Rafael caminó hacia el despacho de David, pero en el camino se topó con su mujer. Ella estaba con el ceño fruncido como era de costumbre, Catherine era una amargada desde su punto de vista. —¡¿Qué carajos haces aquí?! ¿No te cansas de venir a robar? —interrogó, con ambas manos en la cintura. Él rio. —Me temo que tu esposo me da permiso porque la deuda es gigante —se burló, detuvo el paso al ver que ella hizo lo mismo. —Ojalá te mueras, Rafael. Eres un hombre aborrecible porque sabes que David tie
Rafael Rowling había llegado a una mansión en particular, un hogar escondido del ojo público. Caminó a pasos lentos y con una mano en el bolsillo, le asintió con la cabeza a cada persona que se topaba, porque muchos lo conocían. Subió las escaleras, su objetivo era encontrarse con el jefe de ese lugar. El hombre más peligroso y buscado del país, Alejandro Bridget. Sabía que su asociado Rafael iría de visita, por lo que lo estaba esperando en su oficina. —Bienvenido, señor —Una mujer que cuidaba de la puerta, se inclinó al ver al castaño. —¿Se encuentra Alejandro? —Lo está esperando —Se hizo a un lado para dejarlo entrar. Abrió la puerta de madera y al entrar, una oficina mucho más moderna y pulcra que la suya, alumbró sus ojos. El mafioso estaba sentado, con ambos pies sobre la mesa y una sonrisa divertida. —Mi querido amigo Rafael —expresó—. ¿Qué te trae por acá? Hace mucho que no nos vemos. ¿Se trata de David? Rafael inhaló hondo, aunque trataba de ocultarlo, le tenía un poc
Los días pasaban y la familia Lambert se quebraba poco a poco. David no dejaba de discutir con su esposa debido a la hostilidad en ella. —Catherine, ya basta, por favor. —¡¿No me puedes comprar lo que te pido?! —exclamó, como una malcriada. David sobó su sien, no tenía idea de que su esposa se pondría tan histérica por haber rechazado comprarle un vestido de último modelo.—Si seguimos gastando en cosas innecesarias, mi deuda se incrementará —explicó. —Ay, por favor. Si Rafael te hubiera querido hundir, ya lo hubiera hecho, ¿no crees? ¿Para que esperar tanto? ¿Qué gana él con eso? —bufó la pelirroja, sentándose en el sofá de la sala. —Cariño, ¿podemos dejar de discutir? —Es que no los entiendo —Se cruzó de brazos. —Rafael no es ningún tonto. No debemos subestimarlo —resopló, buscando el vino en un estante—. ¿Se te olvidan las historias que cuentan sobre su último socio? —Sí, sí —Sacudió su mano, sin interés—. Que se suicidó por su culpa. Tú no caerías tan bajo para cometer esa
—Llegas tarde, Mónica. Supongo que estarás lista para recibir un castigo —Rafael se levantó de su escritorio. La recién nombrada tragó saliva porque era la primera vez que le decía eso por llegar tarde. Cerró la puerta, y Rafael se acercó poco a poco. —¿J-jefe? Se quitó el cinturón con la intención de asustar a Mónica, pero de buena manera. —Supongo que tendré que pegarte un poco —bromeó, su mirada seria parecía real. Cuando llegó a la posición de Mónica, sus ojos se encontraron y ella se quedó paralizada porque tenía el corazón a mil. El miedo se había esfumado cuando recordó el beso que se dieron hace mucho. —N-no… Rafael dejó salir una carcajada. —Querida Mónica, ¿por qué estás roja como el tomate? —Agarró su mejilla. Ella no iba a admitir que se veía demasiado sexy luego de haber hecho eso. Rafael no tenía el saco puesto, y haberse quitado el cinturón casi la derritió por la sensualidad con la que actuó. —E-esto es vergonzoso. Jamás había balbuceado tanto en un mínimo m
Mónica había salido a hacer las compras de la semana en el supermercado más cercano, quedaba a una cuadra de su departamento y ella tenía el día libre, por lo que se llevó a Victoria en el coche. Estaba en la zona de verduras, había visto una receta de estofado de pollo en Internet y quería hacerla para que Victoria comiera un poco.—¿Por qué el kilo de tomate siempre aumenta? —murmuró para sí misma. Añadió los tomates al carrito, y acto seguido pasó por las zanahorias. Ella no sabía que una mujer conocida la estaba viendo a lo lejos con la mandíbula apretada, a punto de romperse. Catherine quiso salir sola a comprar ingredientes dulces para hacerle un pastel de chocolate a su esposo y alegrarle el día, nunca imaginó que se toparía con Mónica después de tanto tiempo. Se mordió una uña. Al ver que estaba acompañada de una pequeña niña, decidió acercarse para molestarla. —Vaya, vaya. ¿A quién le robaste a la hija? —Se cruzó de brazos, divertida. La bolsa con zanahorias se cayó al
Llegó el día en dónde Mónica decidió ir a conocer a su verdadero padre. Rafael le explicó que la estaría esperando en el restaurante al que fueron, y quedó en llevarla ese día. —¿Por qué tanto misterio, jefecita? —cuestionó Elsa, frunciendo el ceño. Ella estaba cargando a la pequeña Victoria para dormirla. —T-tendré una cita —mintió, en un tartamudeo. —¡Lo sabía! ¿Ya lo has aceptado? —Algo así… Le daba vergüenza hablar del tema de Rafael con la niñera, su corazón siempre empezaba a latir con mucha rapidez. Tocaron la puerta, y Mónica fue a abrir porque ya sabía de quién se trataba. Rafael esperaba del otro lado, saludó a las dos mujeres. —Buen día, señor —comentó Elsa, apenada. —No seas tan formal, eres amiga de Mónica, ¿no? —expresó, se acercó a ella para ver a Victoria—. ¿Puedo cargarla? Elsa asintió, nerviosa porque tenía a un hombre poderoso frente a ella. Le entregó a la niña, y Victoria se carcajeó con alegría al ver a Rafael. En su inocencia, pensaba que se trataba d