Semanas después, Mónica tenía cita en el ginecólogo y fue acompañada de su esposo como de costumbre. Ambos entraron al consultorio del ginecólogo cuando fue su turno, con una mezcla de nervios y emoción. Mónica, con una mano en su vientre, miraba a Rafael, quién le devolvía una sonrisa tranquilizadora. El doctor los recibió con una cálida bienvenida y los invitó a sentarse, pues ya se habían visto muchas veces. —Bienvenidos, supongo que están preparados para el día de hoy, será emocionante.—Estamos ansiosos por ver el género, doctor —Mónica apretó la mano de su esposo. —Puedes ir a la camilla, yo prepararé lo demás —pidió el ginecólogo, levantándose. La mujer hizo caso y se sentó en donde le correspondía. Rafael la siguió, había una silla al lado especialmente para el doctor. —¿Nerviosa, cariño? —Muero por saber si es niño o niña —Se mordió el labio. El doctor estaba acomodando el dispositivo y la pantalla dónde se reflejaba la ecografía. Los nervios estaban a flor de piel, c
Mónica estaba sintiendo fuertes contracciones que no la dejaban caminar para pedir ayuda. Ella se había quedado sola en la habitación, muchos estuvieron encargándose de Elsa, pues tuvo a su hija hace una semana y fue por cesárea. —¡C-cariño! —exclamó, alzando la voz como pudo. El sudor recorrió su cuerpo, se apoyó de la pared con una de sus manos, estuvo a punto de caerse y sostuvo su enorme panza. Tenía ocho meses y medio, no creyó que el bebé saldría tan pronto. Gritó muy fuerte, por el inmenso dolor que le causó su hijo. —Oh, Dios. Había un botón al lado de la puerta, lo pusieron por si algo como eso sucedía. Solo tenía que llegar a él y presionarlo. Mónica inhaló, exhaló, necesitaba calmar su respiración. —Bebé, aguanta un poco más, por favor… Cuando dijo eso, un chorro de agua salió de su entrepierna. No había dudas de que ese era el día, Michael iba a nacer sí o sí. —Ah… —Estiró su mano, estaba a punto de tocar el botón. Por fin lo presionó, y se dejó caer con cuidado a
El tiempo estaba pasando volando. Le estaban celebrando el primer añito a Michael, y Victoria no dejaba de correr por toda la mansión junto a Mateo. —Hay que esperar que sean grandes para poder jugar con ellos —explicó la niña, se refería tanto a Sara como a Michael. —Bueno, nosotros también vamos a crecer mucho —dijo Mateo, entusiasmado. Gracias a Victoria, había aprendido a ser más sociable con los desconocidos. Ella lo motivó, y a sus cinco años ya podía hablar con fluidez. —Vamos, la fiesta es en el patio —sonrió ella, jalando la mano del pequeño. Ambos corrieron por los pasillos, casi chocaron con una sirvienta que llevaba una bandeja con bebidas. Cuando llegaron a su objetivo, vieron un castillo inflable, solían ponerlo especialmente para ellos dos. —¡Mira, Mateo! —señaló—. Hay que subirnos ya. —Buscaré a mis papás… —Qué aburrido —se cruzó de brazos. Elsa asustó a Victoria por la espalda. Le dio un leve toque y dijo “bu”. Ella se sobresaltó, pero pronto supo que
Veinte años después… Victoria se encontraba emocionada porque vería de nuevo a su viejo amigo Mateo. Él se había ido al extranjero hace cinco años para completar sus estudios en artes. —¡Victoria! Hija, mírate —Mónica la regañó—. Tienes la pintura de labios corrida. Su hija rodó los ojos, dio un largo suspiro. —Mamá, sabes perfectamente que el maquillaje no es lo mío. Además, Elsa está pasando tiempo en familia, y por eso tampoco he podido pedirle el favor a Sara —bufó, sentándose en la silla del tocador. Mónica inhaló hondo. A pesar de que su hija recién cumplió los veinticuatro años, no se comportaba como tal. Quería que la siguieran mimando en todo. Cuando la mujer se vio en el espejo, notó que tenía unas cuantas arrugas debajo de las ojeras, se las tocó con nostalgia. Nunca creyó que los años pasarían en un abrir y cerrar de ojos. —Hay sirvientas en esta casa que tienen conocimientos en maquillaje, también pudiste haber llamado a la estilista de la familia. —No había tiemp
—¿Y este quién es? —cuestionó Mateo, frunciendo el ceño. —Pues deja me presento, querido —Samuel entró con un caminar extraño, aparentando ser genial—. Vine aquí a petición de Victoria. —Eh… —titubeó—. Mateo, quería presentarte a mi novio, él es Samuel… Bajó la cabeza, con timidez. Cuando el joven escuchó la palabra “novio” su mundo se cayó a pedazos. Estuvo un par de segundos en silencio, procesando la información. Victoria nunca le había comentado que tenía novio, o que le gustaba alguien. Ellos siempre se decían todo sin mentir, compartían hasta sus peores secretos. ¿Por qué ocultar lo más importante? Tuvo que comportarse como el adulto que era. Se acercó a Samuel y le extendió la mano. —Un placer, soy Mateo Miller —Se presentó. —Victoria me ha contado mucho de ti —masculló el hombre, mirándolo de pies a cabeza—. Me llamo Samuel Azuaje. —Qué interesante, en mi caso, Victoria no me habló de tu existencia —Miró a su amiga con ojos asesinos. Mateo quería ser tragado por la
—¡Estás listo! —Alejandro aplaudió. Michael se preparó durante años con su ayuda, solo para escuchar esas palabras por parte de su abuelo. Sonrió, satisfecho, mientras una gota de sudor recorrió su frente. Agarró el trapo que Alejandro le tiró, y se limpió el rostro. —¿Qué debería hacer? —preguntó. —Uff, por fin puedo jubilarme con más calma —Se sobó la espalda, le sonaron unos huesos—. Te enseñé todo lo que debes saber sobre el tráfico de drogas y defensa personal. Dejaré que escojas a tu aliado más cercano, tu mano derecha. Debe ser alguien de confianza, ya conoces a todos en la organización. Michael se quedó pensando, no se le ocurría a nadie en particular. Por fin se había convertido en el líder de la mafia, aunque durante varios meses estuvo actuando como tal, teniendo a su abuelo diciéndole todo lo que debía hacer. —¿Puede ser una mujer? —cuestionó, quitándose la camisa de tirantes, estaba empapada. —¡¿Una mujer?! Alejandro no se lo podía creer. Abrió tanto los ojos, que
Victoria se encontraba sentada en la cafetería dónde discutió con su mejor amigo, había quedado con él a las dos en punto y todavía faltaba media hora. El día anterior tuvo una cita con su novio, y claramente perdió la prueba que le propuso Sara… fue un desastre, él solo se preocupaba por él mismo. —Vamos, Victoria. Deja el orgullo de lado —Se animó a sí misma. —¿Otra vez te verás con ese idiota? —Una voz familiar la hizo estremecer. Samuel estaba parado cerca de su mesa, con una bandeja en mano y el uniforme de los meseros. Tenía el ceño fruncido. —¿Qué demonios? —inquirió—. No me dijiste que encontraste trabajo. —Debido a que mi hermosa novia no me acepta en su empresa, tuve que optar por esta mierda —masculló, lo último lo dijo en voz baja para no ser escuchado por sus compañeros—. Llevo varios días aquí. Ella rodó los ojos. Samuel se quejaba por todo. Si no lo aceptó en la empresa, fue porque Rafael lo decidió. No iba a permitir que un hombre que no terminó ni el bachiller
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé