¡Hemos llegado al final de la historia de Mónica y Rafael! Muchísimas gracias por todo el apoyo que ha recibido. Continuaré con las actualizaciones en este mismo libro, pues quiero contar la historia de Victoria, Michael, y la vida amorosa de ambos. ¡No se preocupen! Será super corta comparada con esta, no le calculo más de cuarenta capítulos, ya que todo se resolverá rápido y sin mucho lío. No me extiendo más, mil gracias si decides leer hasta aquí, y mil gracias si continúas. Un abrazo <3
Veinte años después… Victoria se encontraba emocionada porque vería de nuevo a su viejo amigo Mateo. Él se había ido al extranjero hace cinco años para completar sus estudios en artes. —¡Victoria! Hija, mírate —Mónica la regañó—. Tienes la pintura de labios corrida. Su hija rodó los ojos, dio un largo suspiro. —Mamá, sabes perfectamente que el maquillaje no es lo mío. Además, Elsa está pasando tiempo en familia, y por eso tampoco he podido pedirle el favor a Sara —bufó, sentándose en la silla del tocador. Mónica inhaló hondo. A pesar de que su hija recién cumplió los veinticuatro años, no se comportaba como tal. Quería que la siguieran mimando en todo. Cuando la mujer se vio en el espejo, notó que tenía unas cuantas arrugas debajo de las ojeras, se las tocó con nostalgia. Nunca creyó que los años pasarían en un abrir y cerrar de ojos. —Hay sirvientas en esta casa que tienen conocimientos en maquillaje, también pudiste haber llamado a la estilista de la familia. —No había tiemp
—¿Y este quién es? —cuestionó Mateo, frunciendo el ceño. —Pues deja me presento, querido —Samuel entró con un caminar extraño, aparentando ser genial—. Vine aquí a petición de Victoria. —Eh… —titubeó—. Mateo, quería presentarte a mi novio, él es Samuel… Bajó la cabeza, con timidez. Cuando el joven escuchó la palabra “novio” su mundo se cayó a pedazos. Estuvo un par de segundos en silencio, procesando la información. Victoria nunca le había comentado que tenía novio, o que le gustaba alguien. Ellos siempre se decían todo sin mentir, compartían hasta sus peores secretos. ¿Por qué ocultar lo más importante? Tuvo que comportarse como el adulto que era. Se acercó a Samuel y le extendió la mano. —Un placer, soy Mateo Miller —Se presentó. —Victoria me ha contado mucho de ti —masculló el hombre, mirándolo de pies a cabeza—. Me llamo Samuel Azuaje. —Qué interesante, en mi caso, Victoria no me habló de tu existencia —Miró a su amiga con ojos asesinos. Mateo quería ser tragado por la
—¡Estás listo! —Alejandro aplaudió. Michael se preparó durante años con su ayuda, solo para escuchar esas palabras por parte de su abuelo. Sonrió, satisfecho, mientras una gota de sudor recorrió su frente. Agarró el trapo que Alejandro le tiró, y se limpió el rostro. —¿Qué debería hacer? —preguntó. —Uff, por fin puedo jubilarme con más calma —Se sobó la espalda, le sonaron unos huesos—. Te enseñé todo lo que debes saber sobre el tráfico de drogas y defensa personal. Dejaré que escojas a tu aliado más cercano, tu mano derecha. Debe ser alguien de confianza, ya conoces a todos en la organización. Michael se quedó pensando, no se le ocurría a nadie en particular. Por fin se había convertido en el líder de la mafia, aunque durante varios meses estuvo actuando como tal, teniendo a su abuelo diciéndole todo lo que debía hacer. —¿Puede ser una mujer? —cuestionó, quitándose la camisa de tirantes, estaba empapada. —¡¿Una mujer?! Alejandro no se lo podía creer. Abrió tanto los ojos, que
Victoria se encontraba sentada en la cafetería dónde discutió con su mejor amigo, había quedado con él a las dos en punto y todavía faltaba media hora. El día anterior tuvo una cita con su novio, y claramente perdió la prueba que le propuso Sara… fue un desastre, él solo se preocupaba por él mismo. —Vamos, Victoria. Deja el orgullo de lado —Se animó a sí misma. —¿Otra vez te verás con ese idiota? —Una voz familiar la hizo estremecer. Samuel estaba parado cerca de su mesa, con una bandeja en mano y el uniforme de los meseros. Tenía el ceño fruncido. —¿Qué demonios? —inquirió—. No me dijiste que encontraste trabajo. —Debido a que mi hermosa novia no me acepta en su empresa, tuve que optar por esta mierda —masculló, lo último lo dijo en voz baja para no ser escuchado por sus compañeros—. Llevo varios días aquí. Ella rodó los ojos. Samuel se quejaba por todo. Si no lo aceptó en la empresa, fue porque Rafael lo decidió. No iba a permitir que un hombre que no terminó ni el bachiller
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé
Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. —Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… —Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. —¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. —Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? —Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. —Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. —No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver
Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso. No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros. Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa. No estaba solo. Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación. —R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas. Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo. Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana. —No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo. El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafae