—¿Embarazada? —Mónica seguía sin creer en esa palabra. —¿Cuántos meses, doctor? —preguntó Rafael, ilusionado. —Recién se está formando, diría que lleva unas cuatro semanas de gestación —confesó, movía el transductor en el estómago de Mónica. Las lágrimas en la mujer cesaron, porque su esposo le sujetó ambas manos con fuerza, demostrando apoyo, y que no planeaba abandonarla. Fue un gran milagro que Mónica haya quedado embarazada sin ayuda médica, tuvieron que hacerlo sin protección durante casi tres años. —Tendrás que venir cada semana para un chequeo, necesito asegurarme de que el bebé esté sano y no haya problemas —comentó, terminando la sesión. —¿Qué tipo de problemas? —Este suceso me sorprende hasta a mí, ¿recuerdas que te mencioné que podrías perder a Victoria fácilmente? —inquirió, alzando una ceja—. Es porque tu cuerpo no estaba en condiciones de quedar embarazada, lo lograste con la ayuda necesaria, por eso era vital estar al pendiente de su crecimiento. Mónica empezó a
Mateo sí que reconoció a esa mujer mayor. Inclinó ambas cejas con molestia, recordaba que decía ser su abuela, y todo resultó una mentira. —Hola, Victoria —La saludó. Necesitaba llevarse a la niña sin levantar sospechas, o le iría muy mal porque había mucha gente en el parque ese día. —¿Cómo sabe mi nombre? —Frunció el ceño. Mateo se hizo el héroe, se posicionó delante de Victoria para cubrirla, no confiaba en su antigua abuela, así que protegería a su amiga. La niña lo vio raro, pues no estaba entendiendo nada. —Déjala —masculló el varón. Rowena estuvo a punto de reírse cuando lo vio. —Aww, tan lindo resultaste ser, Mateo —Arrugó los labios con ternura—. ¿Por qué no dejas que hable con ella? Puede decidir si venir conmigo, o no. —Mami dice que no acepte ir con extraños —defendió, recordando las palabras de Mónica. El pelinegro seguía delante de ella, no quería que esa vieja bruja se la llevara a la fuerza. —Pero no soy ninguna extraña, Victoria —Negó con la cabeza—. Soy tu
Rowena llegó justo a tiempo al auto de David, era uno que había alquilado porque también tuvo que vender el suyo. El hombre al ver a su madre desesperada por subir, arrancó el vehículo de una vez por todas. La mujer estaba sudando, llevaba a Victoria en brazos, completamente dormida. Había conseguido su objetivo. —Veo que tuviste problemas —mencionó su hijo. —Pude resolverlos, no te preocupes por eso —dijo, entre dientes—. Concéntrate en mantenerte oculto como hasta ahora. Rafael todavía no sabe dónde vivimos. —Porque casi no hemos salido, mamá. —Sabrán que fui yo… —Se mordió una uña. —¿Y quién te vio? —Frunció el ceño, quiso golpear el volante. —La niñera y Mateo. —¡¿Mateo?! ¿Estamos hablando de ese Mateo? —inquirió, exaltado por la confesión. —¡¿Y de qué otro Mateo crees que hablo?! —exclamó, todo con David se volvió una discusión constante. Nunca estaban de acuerdo en nada, como en el pasado. Pasaron de tener una excelente relación de madre e hijo, a una cutre. Y todo de
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé
Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. —Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… —Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. —¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. —Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? —Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. —Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. —No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver
Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso. No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros. Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa. No estaba solo. Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación. —R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas. Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo. Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana. —No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo. El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafae
Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. —Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. —Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. —Que Dios la acompañe. Mónica sonrió. Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la viero