Capítulo 4

Capítulo 4

Al día siguiente, estaba junto a Luisa, hermana de Nathaniel, mirando telas y encajes. Hice una mueca negando cada uno de los vestidos.

-Deberíamos hacerte uno a medida, pero como es esta noche, buscaremos uno que te quede bien –comentó con total confianza Luisa. Asentí con timidez, mientras era arrastrada por ella hacia todos lados.

-Yo… no creo poder envolverme en eso –señalé el vestido rojo y extremadamente transparente que sostenía la modista frente a mí. Luisa rodó los ojos empujándome con vestido y todo junto a mis dos doncellas.

Suspiré mientras sentía como las telas salían y entraban en mi cuerpo pálido y delgado. Finalmente, el corset pudo disimular perfectamente mi vientre abultado debido al parto. Mis brazos quedaron al descubierto por primera vez, y me abracé a mí misma sintiéndome cohibida.

Mordí mis labios cuando sentí el aire acariciar mi cuello y deslizarse hacia mi escote, donde mis pechos resaltaban escandalosamente al ser casi asfixiados. Mi cabello fue soltado por Luisa en cuanto abrió las cortinas mirándome perpleja.

-¡Estás hermosa! ¡Preciosa! ¡Increíble! –espetó girándome y me reí –incluso mejor que Elena…

-¿E-elena? –quise saber sin comprender, ella se cubrió el rostro con sorpresa cómo si hubiera mencionado algo prohibido.

-Ella… no le digas a mi hermano –susurró mirando hacia todas direcciones. Las doncellas nos dejaron solas y ella se acercó lo suficiente a mí, para susurrar: -Mi hermano… estaba atrás de ella. Quiso cortejarla, sin embargo… ella se fijó en su hermano.

-Oh… -comenté con una mueca que no pude disimular.

-Pero estás mas hermosa que ella… ¡Le dará algo cuando te vea! –estalló aplaudiendo, entonces miré mi reflejo, parecía otra mujer –a menos que no quieras…

-Quiero… -comenté dándome la vuelta y mirando con seriedad a mi cuñada –verme bonita y sensual.

-Manos a la obra.

Al caer la noche, estaba frente al espejo, mi respiración se notaba agitada y sentía que apenas podía respirar. Mi hijo se encontraba con la matrona, mientras yo estaba por desmayarme. Dí un sonoro suspiro, antes de abandonar la habitación.

-Esta hermosa Miladi –comentó mi doncella María y asentí con timidez.

Fui bajando la escalera con cuidado, dando pasos temblorosos. Pude ver al Duque distraído, observando su reloj de bolsillo. Hasta que se giró hacia mí, y luego volvió su vista al reloj. Pero luego, sus ojos volvieron a centrarse en mí con su rostro perplejo, cómo si no comprendiera quien ella yo.

-¿E-emma…?

Su boca se quedó entreabierta, y asentí acercándome a él. Sostuvo mi mano y sus mejillas se tornaron rojas cuando depositó un beso sobre mi piel. –Alteza –comenté inclinándome, cómo me había indicado María, aunque no comprendí porque.

-Estás… hermosa –susurró dando casi monosílabos. Asentí con una risita nerviosa mientras tomaba su mano, sus ojos se quedaron abiertos de par en par, mientras tragaba saliva y nos llevaba hacia el salón.

Mis mejillas se tornaron rojas, cuando todas las miradas se posaron en nosotros dos.

Después del salón, nos dirigimos al comedor. Cada paso que daba sentía una corriente de sensaciones corriendo por mi espalda. Me acerqué a mi silla, esperando tranquilamente a que el Duque me ayude. Sus manos eran fuertes, y cada vez que las veían, pensaba en cómo sería que me abrazara o me tocara.

El Duque sirvió la cena a ambos, sosteniendo los tenedores y las cucharas como si se trataran de la colección imperial de condimentos. De vez en cuando, me miraba, y cada uno de sus gestos parecía más intenso que el anterior. En el centro de la mesa, había una bella corona de flores, con rosas y jazmines, que su aroma invadía el aire.

Una vez que empezamos a comer, el duque comenzó a preguntar cosas sobre mi familia, el clan Esteve y sobre la guerra.

—¿Has sufrido mucho? —pregunté .

—No más de lo que podría haber hecho —respondió tratando de mantener mi compostura—. ¿Y tú?

—Bastante —dije.

Pasamos el resto de la cena charlando acerca de las guerras y de los demás clanes, y cuando se dieron las doce, las doncellas y sirvientes empezaron a marcharse.

— ¿Quieres descansar ahora? —preguntó el Duque.

—Creo que sí —contesté mientras me paraba.

Al oír mis palabras, el Duque se levantó de su asiento y me tendió su mano.

—¿Sabes bailar? —pregunté .

—Sí, un poco —respondí tomandora de su mano y él me sacó del comedor y hacia el salón—. ¿Y tú?

—Me gusta bailar, y creo que deberías disfrutar la vista del aire libre durante la noche.

Al llegar al salón, miré a mí alrededor. Las paredes estaban tapizadas con tela dorada y las antorchas proyectaban sombras sobre el piso. En un rincón había una gran y sombría chimenea, que proporcionaba calor y atmósfera a la sala.

El Duque me condujo al centro del salón y nos alineamos para bailar.

Bailamos lentamente, manteniendo la distancia y escuchando el sonido del aire libre que cruzaba por las ventanas abiertas. El Duque me miraba a los ojos y me daba vueltas mientras sentía su mano en la cintura.

—¿Puedes sentir el aire? —pregunté .

—Sí —respondí.

Él apoyó su mano en mi cintura, tragué saliva y sus ojos azules como el océano me observaron.

-¿Sientes mi tacto?

-S-sí…

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