XXXIII
Alice casi saltó de la risa cuando la vió caer como esperaba.

—¿Te afectó verdad?, madre mía. Lo sabía.

Parecía muy complacida mirando la expresión molesta de Sophie, en silencio y siendo incapaz de articular una respuesta.

—Te equivocas, yo no me siento... —respondió con amargura, apretando los dientes antes de mostrarse indiferente, guardaba la apariencia sin demostrar lo perturbada que estaba.

—Eso dices, pero no te creo. —No podía contener las ganas de reír en su voz, mientras hablaba en un tono cada vez más alto por la risa que se mezclaba con sus palabras.

»Madre mía, Dios santo. Pero si solo fue un beso, además mírate, ¿qué creías, que no se notaba? No me lo creo, no me lo puedo creer. De verdad estás… —Sophie se moría de vergüenza por dentro en ese momento.

—Es por eso que saliste tras de él antes de que se fuera con Layla —dijo ella nuevamente y se llevó una mano a la frente para evitar echarse a reír de nuevo—. Dios mío, no lo creo.

Sin dudas eso a ella le producía un
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