A través de su amante Stella, Pietro Ferrante había logrado lo impensado: acercarse al principal club de lo O´Brien y dar con el paradero de Rose. Fue así como, apenas supo la ubicación exacta, se escabulló del lugar para darle las buenas nuevas a su hermano y este a Don Vitale. — Don Vitale, la hemos encontrado— le dijo Giorgio con alegría, pero a la vez, con gran respeto—. Está en ese club, donde prácticamente vive Paddy O´ Brien. Según pudo averiguar Pietro, la encontraron sus hombres vagando y al verla bella y joven se la llevaron, ya sabe, para que preste servicio allí. Así que, no creo que haya sido un plan premeditado por los irlandeses. El Don, miraba por el ventanal, con sus manos entrecruzadas detrás de la espalda. Giorgio no lo vio, pero el hombre esbozó una sonrisa tan complaciente como terrorífica. Ya tenía en sus manos a la asesina de su pequeño heredero, ese en que él había puesto sus expectativas y ahora, había llegado el momento de hacérselo pagar. Sangre co
A pesar de todas las dudas que el consiglieri tenía, Paddy O´Brien cumplió con su palabra. A la hora y el lugar señalado, él junto a varios de sus hombres le entregaron a Rose a Carlo. — Como se lo prometí, Don Vitale. Aquí tiene a esta loca mujer —dijo el irlandés, dándole un leve empujón a Rose hacia adelante—. Es toda suya ahora. Espero que cumpla con su palabra y me dé lo que acordamos. Los hombres de Carlo inmediatamente agarraron a Rose de ambos brazos. Ella ya no estaba bajo el efecto de los medicamentos, así que era consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Estaba aterrorizada de ver tantos hombres, pero no sólo de eso, de ver sus endurecidos rostros, miradas vacías que sólo le infundían desconfianza y horror. — ¡No! —gritó al ser arrastrada por los hombres de Carlo—¡No! ¿Adónde me llevan? ¿Quiénes son ustedes? Ninguno de los dos jefes se inmutó ante los desgarradores reclamos de Rose. Ni siquiera miraron hacia donde estaba ella. — Yo tengo palabra O´
Afuera, la noche era un manto oscuro, solo interrumpido por las luces tenues de los faroles en la calle desierta. El cuerpo de Rose yacía en el suelo, tembloroso, su vestido estaba rasgado y su rostro marcado por el miedo. Sus ojos se movían frenéticamente en busca de una salida, pero no había escapatoria. Los hombres de Don Carlo ya la rodeaban, con miradas impasibles y manos preparadas para ejecutar su destino. Uno de ellos sacó un revólver y lo amartilló lentamente. Rose sollozó, sacudiendo la cabeza con desesperación. —¡Por favor! —gritó con la voz rota—. ¡No me maten, no quise hacerlo! ¡Fue ella, Ava, fue ella quien me manipuló! Los hombres no respondieron. Solo intercambiaron una mirada entre ellos antes de que el líder del grupo, Marco, se acercara con una soga en la mano. —Órdenes son órdenes, muñeca —dijo con una sonrisa cruel, rodeándole el cuello con la cuerda. Rose forcejeó, pero sus manos atadas le impidieron luchar con eficacia. Sintió cómo la soga se tensaba y su r
Patrick apenas pudo mantenerse en pie cuando el detective levantó la sábana blanca que cubría el cuerpo de Rose en la morgue. El aire estaba denso, impregnado con el olor metálico y químico de los desinfectantes. La luz fría y mortecina del fluorescente proyectaba sombras angulosas sobre la sala estéril. Verla allí, inerte, pálida y con visibles golpes en su rostro, lo desarmó por completo. —Es ella… es ella —musitó, soltando un llanto amargo—¿Por qué, Rosie? ¿Por qué todo tenía que terminar así para ti? —Preguntó secándose las lágrimas— ¡No es justo! El detective Sullivan se mantuvo en silencio por varios minutos dejando que Patrick descargara su tristeza. Entendía su dolor, pero él necesitaba respuestas. Patrick asintió. Un escalofrío le recorrió la espalda; la temperatura gélida de la morgue se colaba entre su ropa, haciéndolo temblar, aunque sabía que no era solo por el frío. Patrick sintió escalofríos al oír al detective. Apretó los dientes y desvió la mirada hacia los cuerpo
Patrick caminaba por las calles de la ciudad, aún con la chaqueta cerrada hasta el cuello, como si pudiera protegerse del frío que no solo venía del clima, sino de la cruda realidad que lo rodeaba. Entonces lo vio. Un grupo de personas se agolpaba alrededor de un vendedor de periódicos. La portada era clara y contundente: "¡La joven asesinada es la atacante de la señora Townsend!" Sintió un nudo en el estómago. La fotografía en blanco y negro de Rose, con su rostro más vivo de lo que jamás volvería a estar, lo golpeó con la fuerza de un puño. —¿Lo ves? Te lo dije, seguro fue venganza —murmuró una mujer a su acompañante. —Y seguro el esposo de la señora Townsend tuvo algo que ver —respondió el hombre con un gesto de suficiencia. Patrick apretó los puños y siguió caminando. La gente hablaba como si supieran algo. Como si la vida de su prima se redujera a un simple titular. No podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que encontrar al verdadero culpable antes de que Blake fuera arr
A pesar de su férrea negativa tanto Henry como John acompañaron a Blake a la jefatura de policía. Ninguno de sus dos hombres de confianza sabia a ciencia cierta que pretendía hacer su jefe, pero si sabían una cosa: pasara lo que pasara, estarían a su lado. — Muchacho, yo no sé que pretende al venir aquí—le dijo John cuando llegaron a la puerta del lugar—. Pero le ruego que piense bien las cosas. Usted no ha hecho nada y no tiene porque estar aquí. Blake esbozó una media sonrisa. Había en ella un dejo de agradecimiento hacia el hombre, pero también de tristeza. — Creeme John que si no supiera quien está detrás de esto, me hubiese quedado en el club o posiblemente buscando al culpable. Pero sabiendo de donde viene esto, sólo me estoy anticipando a su jugada—dijo el joven, con una seguridad aplastante—. Él sigue subestimándome. Sé que su próximo movimiento será sembrar pistas para inculpar a Maddie, porque sabe que es mi puto débil y no se lo voy a permitir. Antes, prefiero pudrirme
Madelaine se encontró en una encrucijada mientras recorría su habitación con la mirada, como si entre esas paredes pudiera encontrar una respuesta. Abajo, su tío y Grace, junto con su familia, ya la esperaban para emprender el viaje a Londres. Suspiró profundamente, aferrando los papeles del divorcio con manos temblorosas. Nunca había tomado una decisión tan difícil ni dolorosa... ni siquiera cuando tuvo que aceptar casarse con Blake por obligación. Los recuerdos felices junto a él, el amor inmenso que aún sentía—aunque dijera lo contrario—, la frenaban. No podía firmar. No podía alejarse de él para siempre. Patrick le había dicho que la decisión de Blake era determinante, que no había vuelta atrás. Y mucho más —le remarcó el abogado—cuando David, había publicado todo aquello sobre él. —Hay tantas cosas que me unen a él… y tantas que nos separan —susurró, absorta en su dilema—. Lo sigo amando. ¡Dios, lo amo con toda mi alma! No lo puedo evitar… Quisiera ir corriendo hacia él, d
Al escuchar a Patrick tan vehemente y con tanta seriedad, Maddie calmó sus ánimos de confrontación. Asintió en silencio e invitó al abogado a sentarse, pero este se negó.— Lo que vengo a decirte, es demasiado importante y urgente. Te lo diré y me iré porque no pienso dejar a Blake sólo, no me importa lo me diga. Yo ya elegí mi camino, ahora quiero ver, que decides tú.Maddie tragó saliva, impacientándose.— ¡Habla ya de una bendita vez, entonces! ¡Deja de tenerme en llamas, Patrick! —dijo, prácticamente en un grito.Patrick asintió, su nerviosismo era latente.— Maddie, si no puedo decirte esto delante de tu familia es porque no estoy seguro si ellos saben de Don Vitale, el tío de Blake. Sé que él te contó todo, así que no necesitamos simular nada entre nosotros.La joven abrió sus ojos verdes, llenos de asombro y temor.— Sí... lo sé... —dijo, con voz trémula... — ¿Qué sucede con ese hombre? —Comenzó a respirar con agitación— ¿Acaso le ha hecho algo a Blake? ¡Patrick, dime... dímelo