El gran dolor de Blake no alcanzaba a nublar su mente ni a anular su juicio, al menos no el que le permitía hacer justicia por mano propia. Porque más allá de la angustia y el vacío insoportable, había algo más rugiendo dentro de él. Ira. Alguien había dañado a Maddie deliberadamente. Alguien la había hecho caer, la había golpeado, la había dejado al borde de la muerte. Y había matado a su hijo. Blake apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se entrelazaba con el sufrimiento, formando un nudo de acero en su pecho. Su respiración era pesada, entrecortada, y sus manos, aún temblorosas, se cerraban en puños tan apretados que las uñas se clavaban en la piel. Se los haría pagar. Apenas recibió el llamado, Henry partió raudamente del club hacia el hospital. Conocía bien a su jefe, y el solo tono de su voz, tan rota y abatida, le bastó para saber que algo verdaderamente grave había sucedido. Pero no estaba preparado para lo que vio. El hombre detuvo su apresurada marcha en
Blake al oír las palabras del médico sintió un escalofrío recorrerle por la espalda, no de miedo, sino de una impotencia que lo desarmaba por completo. Durante su vida había enfrentado de todo: la muerte, la violencia, la traición, pero nada de eso, lo había preparado para lo que tenía que enfrentar ahora. Por un instante, su mente quedó en blanco como si su cuerpo no supiera si moverse o quedarse clavado en el suelo. ¡No sabía nada! Nada. La única certeza que tenía era que debía ir con su esposa y hablar con ella. Su incapacidad emocional lo limitaba para poder decirle la verdad y sostener su mundo cuando Maddie, se derrumbara frente a él. De nada le servía tener dinero, poder, fuerza para llevar a cabo planes. Se dio cuenta que durante su vida había luchado por tener todo eso y en ese momento no era más que un simple indigente. Miró por un instante a sus suegros y luego al conde quien, a pesar de su inmensa tristeza, mostraba en su mirada elocuencia y firmeza. Trasmitiéndole i
Blake salió de la habitación con el corazón martillándole el pecho y un vacío helado en el estómago. Apenas podía sentir sus propias piernas mientras avanzaba por el pasillo, como si la realidad a su alrededor se desmoronara en fragmentos borrosos e inconexos. El aire afuera de la habitación se sentía sofocante, como si el techo del hospital entero lo estuviera aplastando. Quería gritar, golpear algo, hacer lo que fuera para sacar el dolor que lo estaba consumiendo desde dentro. Pero no podía. No aquí. No ahora. Sus pasos resonaron en el suelo de mármol cuando dobló la esquina y se apoyó contra la pared, apretando los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. La sensación era insoportable. Todo lo que había temido, todo lo que había intentado proteger, se había hecho pedazos en sus manos. Y Maddie... Maddie lo miró con un odio que lo atravesó más que cualquier bala. Posiblemente, jamás lo perdonaría y eso solo significaba una cosa: perderla para siempre. La sola idea de v
El silencio en la habitación era denso, solo roto por la respiración pausada de Maddie mientras dormía bajo el efecto del sedante. Edith intercambió una mirada con George, su expresión grave pero serena. —Esto la está matando por dentro —murmuró George, su voz apenas un susurro—. No sé, si podrá soportarlo. Nunca había visto a mi pequeña así. Edith apretó los labios y acarició con delicadeza la frente de su hija. —Necesita tiempo —dijo—. Tiempo para calmarse, para entender…para aceptar y para decidir. George suspiró. —¿Y si ya ha decidido? ¿Y si realmente no quiere saber más de él? —susurró, preocupado—. Oíste muy bien lo que le gritó a Blake. Edith desvió la mirada hacia la ventana. La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo todo en sombras inciertas. —Si ese fuera el caso —respondió con suavidad—, entonces él tendrá que aceptarlo. No voy a permitir que Blake la obligue a regresar junto a él. Me arrepiento el haberla forzado a que se casase con ese hombre. Pero en
Cuando Blake entró había un par de oficiales en el pasillo, mientras otros parecían estar buscando en las afueras ayudándose con linternas y sabuesos tratando de hallar alguna pista que les permitiera saber el paradero de Rose. El joven magante, ni siquiera reparó en ello, ni siquiera cuando estos murmuraban entre ellos, mientras lo observaban. Él se dirigió directamente hacia donde podía hallar respuestas certeras ya que sabía que Rose no estaba allí, pero, no se detendría en dar explicaciones no estaba dispuesto a perder un segundo en eso. Se dirigió directamente hacia el ala donde Rose había estado recluida, su expresión endurecida como una máscara de mármol. Sabía que ella ya no estaba allí, pero alguien tenía que darle respuestas. Cuando dobló una esquina, un par de enfermeras se apartaron apresuradamente de su camino, murmurando entre ellas. No les prestó atención. En cambio, su mirada se fijó en un hombre de bata blanca que se movía con evidente nerviosismo cerca de la e
Maddie, aun adormilada por el sedante, abrió sus ojos lentamente, parpadeó varias veces tratando de agudizar su visión para observar a su alrededor. — Blake...—musitó, soltando un profundo suspiro— Blake... Edith quien había permanecido sentada a su lado agarrando la mano de ella, despertó intempestivamente al escucharla. — Hija... ¡hijita despertaste! —le dijo con tranquilidad, esbozando una leve sonrisa— ¿Cómo te sientes? Maddie se llevó la mano a la cabeza, quejándose por el dolor en su cuerpo. Fijó su mirada en un incipiente hematoma que se estaba formando en su brazo a causa de uno de los tantos golpes que había recibido. — Madre... Blake... —dijo la joven, mirándola confusa—. Blake ¿Dónde está? Edith miró hacia otro lado, evitando la mirada de su hija. Rogaba que por unas horas ella no recordara lo que le había sucedido. Maddie necesitaba tranquilidad. Pero eso, no sucedió. Apenas la mente de Maddie se desenmarañó, en cuestión de segundos, recordó todo. Instintivame
Afuera, en los pasillos del hospital, Blake se acercaba con pasos pesados. Llevaba en el rostro una expresión sombría, devastada. El peso de lo sucedido lo consumía, pero más que nada, lo carcomía la necesidad de ver a Maddie. De sostenerla, de pedirle perdón, aunque supiera que ninguna disculpa podría devolverle lo que había perdido. Porque más allá de que él fuera inocente en ese hecho, sentía que indirectamente, había sido la mano ejecutora del sufrimiento de su esposa. Si él no la hubiese obligado a casarse. Si él hubiera sido más firme con Rose, al momento de alejarla. ¡Tantas cosas se reprochaba! Ahora, era tarde. Cuando estuvo frente a la puerta de la habitación, tomó aire con fuerza y apoyó una mano en el marco, como si necesitara aferrarse a algo para no derrumbarse. Sabía que al cruzar ese umbral se encontraría con la peor versión de Maddie: una Maddie destrozada, que había perdido una parte de sí misma. Y él no tenía ni idea de cómo enfrentarla. Blake permaneció all
Blake recorrió el pasillo con pasos firmes y apresurados. Se sentía ahogado, prisionero de su propio dolor y angustia. Apenas, salió de aquel lugar, cayó de rodillas y emitió un grito desgarrador, cargado de furia como si fuera una fiera herida, anunciando que se dejaba morir en ese instante. El sonido resonó en la fría y lluviosa madrugada, atravesando el aire como un lamento brutal, una herida abierta que jamás sanaría. Blake apretó los puños contra el suelo, sus uñas se clavaron en la tierra húmeda. No podía contenerlo. El dolor era insoportable. Había perdido. Había perdido a su hijo. Había perdido a Maddie. Y lo peor era que, aunque el universo entero supiera que él no había sido el culpable de la tragedia, en el corazón de Maddie, él era el verdugo. El pecho le subía y bajaba con fuerza, cada respiración era un martillazo de sufrimiento que le rompía los huesos. Las imágenes se agolpaban en su mente: los ojos enrojecidos de Maddie, su voz llena de odio, su cuerpo tembloro