Cuando Blake entró había un par de oficiales en el pasillo, mientras otros parecían estar buscando en las afueras ayudándose con linternas y sabuesos tratando de hallar alguna pista que les permitiera saber el paradero de Rose. El joven magante, ni siquiera reparó en ello, ni siquiera cuando estos murmuraban entre ellos, mientras lo observaban. Él se dirigió directamente hacia donde podía hallar respuestas certeras ya que sabía que Rose no estaba allí, pero, no se detendría en dar explicaciones no estaba dispuesto a perder un segundo en eso. Se dirigió directamente hacia el ala donde Rose había estado recluida, su expresión endurecida como una máscara de mármol. Sabía que ella ya no estaba allí, pero alguien tenía que darle respuestas. Cuando dobló una esquina, un par de enfermeras se apartaron apresuradamente de su camino, murmurando entre ellas. No les prestó atención. En cambio, su mirada se fijó en un hombre de bata blanca que se movía con evidente nerviosismo cerca de la e
Maddie, aun adormilada por el sedante, abrió sus ojos lentamente, parpadeó varias veces tratando de agudizar su visión para observar a su alrededor. — Blake...—musitó, soltando un profundo suspiro— Blake... Edith quien había permanecido sentada a su lado agarrando la mano de ella, despertó intempestivamente al escucharla. — Hija... ¡hijita despertaste! —le dijo con tranquilidad, esbozando una leve sonrisa— ¿Cómo te sientes? Maddie se llevó la mano a la cabeza, quejándose por el dolor en su cuerpo. Fijó su mirada en un incipiente hematoma que se estaba formando en su brazo a causa de uno de los tantos golpes que había recibido. — Madre... Blake... —dijo la joven, mirándola confusa—. Blake ¿Dónde está? Edith miró hacia otro lado, evitando la mirada de su hija. Rogaba que por unas horas ella no recordara lo que le había sucedido. Maddie necesitaba tranquilidad. Pero eso, no sucedió. Apenas la mente de Maddie se desenmarañó, en cuestión de segundos, recordó todo. Instintivame
Afuera, en los pasillos del hospital, Blake se acercaba con pasos pesados. Llevaba en el rostro una expresión sombría, devastada. El peso de lo sucedido lo consumía, pero más que nada, lo carcomía la necesidad de ver a Maddie. De sostenerla, de pedirle perdón, aunque supiera que ninguna disculpa podría devolverle lo que había perdido. Porque más allá de que él fuera inocente en ese hecho, sentía que indirectamente, había sido la mano ejecutora del sufrimiento de su esposa. Si él no la hubiese obligado a casarse. Si él hubiera sido más firme con Rose, al momento de alejarla. ¡Tantas cosas se reprochaba! Ahora, era tarde. Cuando estuvo frente a la puerta de la habitación, tomó aire con fuerza y apoyó una mano en el marco, como si necesitara aferrarse a algo para no derrumbarse. Sabía que al cruzar ese umbral se encontraría con la peor versión de Maddie: una Maddie destrozada, que había perdido una parte de sí misma. Y él no tenía ni idea de cómo enfrentarla. Blake permaneció all
Blake recorrió el pasillo con pasos firmes y apresurados. Se sentía ahogado, prisionero de su propio dolor y angustia. Apenas, salió de aquel lugar, cayó de rodillas y emitió un grito desgarrador, cargado de furia como si fuera una fiera herida, anunciando que se dejaba morir en ese instante. El sonido resonó en la fría y lluviosa madrugada, atravesando el aire como un lamento brutal, una herida abierta que jamás sanaría. Blake apretó los puños contra el suelo, sus uñas se clavaron en la tierra húmeda. No podía contenerlo. El dolor era insoportable. Había perdido. Había perdido a su hijo. Había perdido a Maddie. Y lo peor era que, aunque el universo entero supiera que él no había sido el culpable de la tragedia, en el corazón de Maddie, él era el verdugo. El pecho le subía y bajaba con fuerza, cada respiración era un martillazo de sufrimiento que le rompía los huesos. Las imágenes se agolpaban en su mente: los ojos enrojecidos de Maddie, su voz llena de odio, su cuerpo tembloro
Grace no podía dejar de sentir compasión por su amiga. Ver a Maddie, deshecha en un mar de lágrimas, postrada en la cama le rompía el corazón. Podía entender el dolor de su perdida, sin embargo, había algo que no comprendía ni tampoco compartía con su mejor amiga: el odio que ella sentía por el esposo. La joven había sido testigo en la manera que Blake había llegado a su casa. Prácticamente era un despojo humano sin vida, sostenido por John. El sufrimiento del hombre era tan palpable que había conmovido a Grace en sobremanera, tanto así que no pudo emitir una sola opinión sobre él cuando su padre le explicó lo sucedido. Sabía que Maddie lo culpaba, que su dolor la estaba consumiendo hasta volverla ciega de ira, pero Grace no podía evitar sentir que algo no encajaba. ¿Por qué Maddie se empeñaba en culpar a Blake, cuando él lucía como un hombre al borde de la muerte, como si hubiera perdido todo? Se dijo así misma que el dolor le quitaba la coherencia a las personas y las llevaba a e
El abogado apretó los labios, se sentía abatido y consternado. Había sido Paul quien en la mañana temprano le había avisado lo sucedido. Se sentía dividido: Por un lado, estaba Maddie y su gran pérdida y por otro, Rose, quien era prácticamente como su hermana y quien parecía ser, la mano ejecutora de esa tragedia. Patrick se quedó inmóvil por un instante, sin saber si debía avanzar o marcharse. La expresión de Grace le decía todo: no era bienvenido. —Lo sé —dijo al fin, con voz ronca—. No debí venir. Grace cruzó los brazos, sin suavizar su postura. —Entonces, ¿qué haces aquí? Patrick bajó la mirada por un segundo, como si no estuviera seguro de la respuesta. —No podía quedarme de brazos cruzados. Grace entrecerró los ojos. —¿Por Maddie o por Rose? La pregunta lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Respiró hondo antes de contestar. —Por ambas. Grace soltó una risa incrédula. —¿Escuchas lo que dices? Patrick la miró con cansancio. —Grace… —No —lo interrumpió ella,
Blake abrió los ojos lentamente, cegado por la luz de la mañana. Parpadeó varias veces hasta que su visión se enfocó en un par de ojos que lo observaban fijamente. El joven estudió al niño frente a él. Tenía alrededor de doce años y un gran parecido con Grace, aunque su cabello no era rojizo como el de ella. —¡Ha despertado! —gritó el chico, corriendo hacia la cocina—. ¡El señor ha despertado! Blake se incorporó con un leve quejido, llevándose una mano a la cabeza. Miró a su alrededor y recordó dónde estaba: en la sala de estar de la casa de John. Después de una noche de angustia y desvelo, había logrado dormirse en el sofá. El sonido de pasos apresurados lo sacó de sus pensamientos. Grace apareció en la puerta con una expresión de alivio, seguida de John, que lo miraba con los brazos cruzados y el ceño fruncido. —Vaya, pensé que te habíamos perdido —comentó Grace con una sonrisa burlona, aunque en su mirada se reflejaba una sombra de preocupación. Blake soltó un suspiro pesado
Blake sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su mirada se endureció, pero su respiración se mantuvo estable. No podía permitirse perder el control. No ahora. —¿Qué has dicho? —preguntó con un tono bajo, pero afilado como una navaja. Henry tragó saliva. Sabía que su jefe estaba conteniéndose, y eso era aún más aterrador que verlo estallar. —Que la descripción física que nos dieron de Marie Coleman… es casi idéntica a Ava —repitió con cautela—. Mismo cabello, misma complexión. Los ojos… incluso la manera de moverse. Al principio pensé que era una exageración, pero revisé los registros de las referencias que había dado. Nadie con ese nombre trabajó antes en ese hospital, fui hasta allí. No hay antecedentes de ella en ningún otro centro de salud. Es como si hubiera aparecido de la nada. No sé con que director habrá hablado ese medicucho enamorado, lo que si puedo decir que no lo hizo con el real. John se cruzó de brazos, observando atentamente la expresión de Blake. Sabía rec