La atmósfera en la sala se había vuelto asfixiante, cargada de emociones desbordadas y silencios interrumpidos solo por el sonido de las respiraciones agitadas y el sollozo entrecortado de Maddie. Blake, aún tambaleante por la furia y el agotamiento, sostuvo a su esposa con la delicadeza de alguien que temía romperla. El resto del mundo se desvaneció para ambos; ni la presencia de John, ni los hombres arrastrando a David importaban ya. Solo estaban ellos dos, atrapados en el remolino de su propia tormenta. —No puedes seguir haciendo esto —susurró Maddie, con un hilo de voz que apenas se sostenía—. No puedes... Blake, esto nos destruirá. Él apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos como si eso pudiera borrar lo que había ocurrido, como si pudiera detener el dolor que sabía le había causado. Su tono fue bajo, casi inaudible, pero cargado de una vulnerabilidad que raras veces mostraba. —No sé cómo detenerlo, Maddie... No sé cómo ser otra cosa que esto. Maddie retro
Sarah, corrió hacia la sala de estar al encuentro de su esposo cuando los sirvientes le avisaron que había llegado malherido. Al entrar, se quedó por un instante petrificada al verlo. David no sólo estaba todo desarreglado y con su camisa rota, sino que también tenía una herida en el rostro que parecía haber estado sangrando hasta hacía unos minutos atrás, tragó saliva y se llevó la mano a la boca presintiendo lo peor. — David, mi amor —dijo, corriendo hacia él, rápidamente—. Pero ¿Qué te ha sucedido? —Se agachó, ya que él estaba tirado sobre el respaldo del sofá tocándose la sien— ¿Quién te ha golpeado de esa manera? El hombre la miró por un instante, luego cerró los ojos y soltó un suspiro sin emitir una palabra. David se sentía tan frustrado y furioso por su malogrado encuentro con Maddie que no quería hablar en ese momento. Le dolía más no haber podido hablar con ella como lo hubiese querido que las heridas que tenía. Sarah al no recibir respuesta de su esposo se incorporó y m
Varios días después... — Buenos días—dijo, la joven, con voz cargada de amabilidad y dulzura—. Soy Marie Coleman y vengo por el puesto de enfermera. Me citaron para la entrevista a las 10. La recepcionista se quedó por un instante observando con detenimiento a la joven que tenía frente a ella. Con una altura promedio, cuerpo esbelto que le daba un aspecto elegante y sofisticado a pesar de que su vestimenta fuera de lo más común. Su oscuro cabello bien peinado y sus hermosos ojos verdes, que contrastaban con su piel blanca, y su tenue pero muy buen maquillaje que remarcaba su belleza, la hacían una mujer muy llamativa. — Oh, disculpe. Mmm, sí, efectivamente el director Friedman la está esperando. Pase por favor, siga por el pasillo, es la última oficina a la derecha. Ella asintió y caminó con determinación y una extrema seguridad por el largo y semi sombrío pasillo con paredes blancas, que parecía fagocitar cualquier lugar a la imaginación. A lo lejos, se escuchaban gritos o conv
—Vaya, cualquiera diría que me estás evitando, Santino. Parece que te olvidas de que soy tu tío y que me debes respeto. ¿O es que ya tu familia no es importante para ti? Ahora que te codeas con la realeza británica, parece que hemos dejado de existir para ti —dijo Carlo con una sonrisa fría al ver entrar a Blake en su oficina—. ¿Qué sucede? ¿Tu mujercita te sigue dando problemas?Blake cerró la puerta detrás de él con calma, avanzando con pasos firmes hacia el imponente escritorio de su tío. A pesar de las heridas que aún marcaban su rostro, no desvió la mirada.—Claro que me importa mi familia, tío. Mi familia son mi esposa y mi hijo por nacer, y los estoy cuidando tanto como puedo —replicó, su voz cargada de molestia.Carlo frunció el ceño y se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio. Su mirada se clavó en su sobrino, analizándolo con una mezcla de desaprobación y algo que podría pasar por desdén.—Por tu aspecto, diría que la estás defendiendo como
Nueva York, 30 de junio de 1930 Esa tarde, Maddie había quedado reunirse con Alice y Gloria para tomar el té en el histórico y magnifico Delmonico´s. Este era un lugar popular entre la gente de clase alta para reunirse, no sólo para tomar una deliciosa merienda sino también, para degustar deliciosos y extravagantes platillos, algo acorde a su estatus social. Toda la crema innata de Nueva York, tarde o temprano, terminaba allí. Los grandes candelabros colgaban como joyas del techo, bañando con su luz cálida las mesas elegantemente dispuestas. Las voces de los comensales se mezclaban con el tintineo de las copas de cristal, creando una atmósfera de sofisticación que solo podía encontrarse en ese magnifico lugar. — Señora Townsend, es un placer volver a verla —le dijo el recepcionista al verla entrar —. La señora Aston y la señorita Carter ya la están esperando en la mesa —le hizo una seña al camarero —. Tim, acompaña a la señora hasta su mesa. El hombre asintió de inmediato. Todos
El silencio que siguió a las palabras de Sarah parecía envolverlas como un manto pesado. Maddie la observó, con el ceño apenas fruncido, tratando de asimilar lo que había escuchado. Su incredulidad inicial se transformó en una mezcla de sorpresa y desdén.— ¿Realmente crees eso, Sarah? —respondió con calma, su voz suave pero cargada de autoridad—. ¿De verdad piensas que mi único objetivo en la vida ha sido hacer que David pierda la cabeza por mí? Creo que tienes un pésimo concepto sobre mí. No es que me preocupe o me importe tu opinión o que me impere cambiar tu pensamiento; pero te diré que estás muy equivocada.La otra mujer retrocedió un paso, como si las palabras de Maddie la hubieran golpeado físicamente. Pero no se amedrentó.— No es lo que pienso, es lo que he visto —replicó, su voz temblando ligeramente—. David no puede olvidarte, no importa cuánto lo intente. ¿Y tú qué haces? Sigues actuando como si nada de esto te afectara. Como si no hubieras dejado un desastre a tu paso. Y
En ese último tiempo, Blake había logrado sortear diferentes obstáculos y, como él lo veía, la suerte le seguía sonriendo. Al menos, eso era lo que quería creer. Tenía todo lo que jamás hubiera soñado: era exitoso en los negocios, estaba casado con la mujer a la que amaba hasta la locura y, lo mejor de todo, ella le daría un hijo. Su felicidad parecía plena, tan perfecta que apenas se atrevía a mirarla de frente, como si temiera que, al hacerlo, el encanto se rompiera. No podía pedir más, se decía a sí mismo, aunque una parte de él no terminaba de creerlo. Sin embargo, la oscuridad del pasado seguía cerniéndose sobre él. Era como una sombra agazapada en los rincones de su mente, esperando el momento perfecto para atacarlo. Pensar en ello lo hacía estremecer, algo que jamás habría admitido en voz alta. Nunca se había considerado un hombre temeroso, mucho menos cobarde, pero ahora todo era diferente. Tenía demasiado que perder. La amenaza de su tío, aunque silenciosa desde aquel fatíd
—Me vuelves loco, eres tan hermosa —le susurró Milton al oído mientras se movía con pasión contenida—. No puedo dejar de pensar en ti. Marie sonrió, una sonrisa que tenía tanto de satisfacción como de astucia. Había logrado lo que quería: tener al director del hospital completamente bajo su control. Milton, un hombre influyente y confiado, ahora era su marioneta. Con un dominio que crecía día tras día, Ava había aprovechado su posición para obtener información sobre medicamentos que podían moldear la mente de Rose. Había comenzado como un juego sutil, un experimento casi inocente, pero ahora era un arte en el que ella era maestra. Los fármacos que provocaban alucinaciones y sumisión habían resultado ser su arma más eficaz, y cada paso que daba la acercaba más a sus oscuros objetivos. —Oh, Milton… tampoco yo puedo dejar de pensar en ti. Eres un hombre maravilloso —murmuró con dulzura fingida mientras se acomodaba encima de él, sus movimientos eran calculados para reforzar su control