Nueva York, 30 de junio de 1930 Esa tarde, Maddie había quedado reunirse con Alice y Gloria para tomar el té en el histórico y magnifico Delmonico´s. Este era un lugar popular entre la gente de clase alta para reunirse, no sólo para tomar una deliciosa merienda sino también, para degustar deliciosos y extravagantes platillos, algo acorde a su estatus social. Toda la crema innata de Nueva York, tarde o temprano, terminaba allí. Los grandes candelabros colgaban como joyas del techo, bañando con su luz cálida las mesas elegantemente dispuestas. Las voces de los comensales se mezclaban con el tintineo de las copas de cristal, creando una atmósfera de sofisticación que solo podía encontrarse en ese magnifico lugar. — Señora Townsend, es un placer volver a verla —le dijo el recepcionista al verla entrar —. La señora Aston y la señorita Carter ya la están esperando en la mesa —le hizo una seña al camarero —. Tim, acompaña a la señora hasta su mesa. El hombre asintió de inmediato. Todos
El silencio que siguió a las palabras de Sarah parecía envolverlas como un manto pesado. Maddie la observó, con el ceño apenas fruncido, tratando de asimilar lo que había escuchado. Su incredulidad inicial se transformó en una mezcla de sorpresa y desdén.— ¿Realmente crees eso, Sarah? —respondió con calma, su voz suave pero cargada de autoridad—. ¿De verdad piensas que mi único objetivo en la vida ha sido hacer que David pierda la cabeza por mí? Creo que tienes un pésimo concepto sobre mí. No es que me preocupe o me importe tu opinión o que me impere cambiar tu pensamiento; pero te diré que estás muy equivocada.La otra mujer retrocedió un paso, como si las palabras de Maddie la hubieran golpeado físicamente. Pero no se amedrentó.— No es lo que pienso, es lo que he visto —replicó, su voz temblando ligeramente—. David no puede olvidarte, no importa cuánto lo intente. ¿Y tú qué haces? Sigues actuando como si nada de esto te afectara. Como si no hubieras dejado un desastre a tu paso. Y
En ese último tiempo, Blake había logrado sortear diferentes obstáculos y, como él lo veía, la suerte le seguía sonriendo. Al menos, eso era lo que quería creer. Tenía todo lo que jamás hubiera soñado: era exitoso en los negocios, estaba casado con la mujer a la que amaba hasta la locura y, lo mejor de todo, ella le daría un hijo. Su felicidad parecía plena, tan perfecta que apenas se atrevía a mirarla de frente, como si temiera que, al hacerlo, el encanto se rompiera. No podía pedir más, se decía a sí mismo, aunque una parte de él no terminaba de creerlo. Sin embargo, la oscuridad del pasado seguía cerniéndose sobre él. Era como una sombra agazapada en los rincones de su mente, esperando el momento perfecto para atacarlo. Pensar en ello lo hacía estremecer, algo que jamás habría admitido en voz alta. Nunca se había considerado un hombre temeroso, mucho menos cobarde, pero ahora todo era diferente. Tenía demasiado que perder. La amenaza de su tío, aunque silenciosa desde aquel fatíd
—Me vuelves loco, eres tan hermosa —le susurró Milton al oído mientras se movía con pasión contenida—. No puedo dejar de pensar en ti. Marie sonrió, una sonrisa que tenía tanto de satisfacción como de astucia. Había logrado lo que quería: tener al director del hospital completamente bajo su control. Milton, un hombre influyente y confiado, ahora era su marioneta. Con un dominio que crecía día tras día, Ava había aprovechado su posición para obtener información sobre medicamentos que podían moldear la mente de Rose. Había comenzado como un juego sutil, un experimento casi inocente, pero ahora era un arte en el que ella era maestra. Los fármacos que provocaban alucinaciones y sumisión habían resultado ser su arma más eficaz, y cada paso que daba la acercaba más a sus oscuros objetivos. —Oh, Milton… tampoco yo puedo dejar de pensar en ti. Eres un hombre maravilloso —murmuró con dulzura fingida mientras se acomodaba encima de él, sus movimientos eran calculados para reforzar su control
Puede que Ava no fuera una mujer muy instruida, su infancia había sido plagada de ausencias y de malos tratos, pero todo aquello, había sido compensado con una gran astucia belleza, pero, sobre todo, con una gran astucia. Desde que había logrado entrar al hospital, se propuso llevar a cabo su plan a costa de lo que fuera. Conquistar el amor de Milton, fue el paso uno, luego ganarse la confianza de sus compañeros. El doctor Friedman no había sido difícil de conquistar. Su soledad y su necesidad de sentirse admirado lo hicieron presa fácil de su encanto. Los compañeros, con sus rutinas y sus pequeños dramas personales, también cayeron uno a uno en sus redes, incapaces de sospechar de la dulce y diligente enfermera. Lo demás, a su parecer le parecía más sencillo. Con el director del hospital bajo su dominio, tenía hasta la llave del deposito farmacéutico del lugar, sólo tenía que averiguar que necesitaba e ir a buscarlo. Ava sabía que no sería fácil someter a Rose, pero tampoco era
Nueva York, 15 de julio de 1930 Habían pasado unos días desde que Milton le había permitido a Ava sacar a pasear por el patio a Rose, quien, a esas alturas, ya estaba bajo el total dominio de ella. —¿No crees que el jardín está espléndido, Rosie? —dijo Ava, con una sonrisa brillante que contrastaba con el filo en su voz, mientras caminaba junto a ella sosteniéndola del brazo—. Creo que estamos teniendo un verano maravilloso. Hacía mucho que no disfrutaba de un clima tan reconfortante. Rose apenas esbozó una sonrisa débil, carente de vida. Sus ojos, cansados y opacos, se fijaron en las flores que bordeaban el camino de piedra. Eran de un rojo vibrante, un rojo que le recordaba la sangre... Maddie. La imagen de su rostro surgió en su mente, y con ella, las palabras que no dejaban de resonar en sus sueños: "Todo esto es culpa suya." La noche anterior había sido especialmente cruel. Apenas había podido dormir entre los gritos que solo ella escuchaba. Voces que emergían desde la os
Nueva York, 17 de julio de 1930 El sol de la mañana se colaba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, bañando con un suave resplandor el rostro de Maddie, quien aún dormía plácidamente. Ese día era especial, no solo porque cumplía 19 años, sino porque el día anterior, el médico le había dado la mejor noticia que podía recibir: su salud había mejorado notablemente, y el embarazo avanzaba en perfectas condiciones. Blake, decidido a hacer de esa fecha un recuerdo inolvidable, se había levantado temprano, silencioso como un ladrón para no despertarla. Había dado instrucciones precisas a Livy sobre cómo preparar el desayuno perfecto, asegurándose de que cada detalle estuviera a la altura de sus exigencias. Los croissants aún estaban tibios, la mermelada era de frambuesas frescas, y una pequeña jarra de leche acompañaba su café humeante. En un florero de cristal, Livy había colocado un hermoso ramo de rosas y peonías que Blake había elegido personalmente la tarde anterior.
Después de haber pasado un maravilloso día juntos, en la noche se hicieron presentes en la casa de los Aston en donde Edith como siempre hacía, había preparado una esplendorosa fiesta para celebrar el cumpleaños de su hija. Esta vez, con la ayuda de Alice, la mujer se había encargado de invitar a todos los amigos; y al decir todos, también a Patrick, quien, a pesar de su enemistad con Blake, había decidido asistir. No sólo por Maddie, sino también para de algún modo, hacerle saber a Blake de que él no le tenía miedo y que seguiría insistiendo en la búsqueda de su prima. — En verdad tú si que no te mides, ¿eh? —le reprochó Grace que se había acercado a él con prisa, apenas lo vio entrar—. Espero que el cumpleaños de Maddie no termine con Blake y tú agarrándose a golpes. Patrick, posó sus ojos en Grace. La pequeña pelirroja, llevaba puesto un sencillo pero hermoso vestido azul que por azar combinaba con el color de sus ojos y acentuaba su esbelto y armonioso cuerpo. Su rojizo cabello