—Me vuelves loco, eres tan hermosa —le susurró Milton al oído mientras se movía con pasión contenida—. No puedo dejar de pensar en ti. Marie sonrió, una sonrisa que tenía tanto de satisfacción como de astucia. Había logrado lo que quería: tener al director del hospital completamente bajo su control. Milton, un hombre influyente y confiado, ahora era su marioneta. Con un dominio que crecía día tras día, Ava había aprovechado su posición para obtener información sobre medicamentos que podían moldear la mente de Rose. Había comenzado como un juego sutil, un experimento casi inocente, pero ahora era un arte en el que ella era maestra. Los fármacos que provocaban alucinaciones y sumisión habían resultado ser su arma más eficaz, y cada paso que daba la acercaba más a sus oscuros objetivos. —Oh, Milton… tampoco yo puedo dejar de pensar en ti. Eres un hombre maravilloso —murmuró con dulzura fingida mientras se acomodaba encima de él, sus movimientos eran calculados para reforzar su control
Puede que Ava no fuera una mujer muy instruida, su infancia había sido plagada de ausencias y de malos tratos, pero todo aquello, había sido compensado con una gran astucia belleza, pero, sobre todo, con una gran astucia. Desde que había logrado entrar al hospital, se propuso llevar a cabo su plan a costa de lo que fuera. Conquistar el amor de Milton, fue el paso uno, luego ganarse la confianza de sus compañeros. El doctor Friedman no había sido difícil de conquistar. Su soledad y su necesidad de sentirse admirado lo hicieron presa fácil de su encanto. Los compañeros, con sus rutinas y sus pequeños dramas personales, también cayeron uno a uno en sus redes, incapaces de sospechar de la dulce y diligente enfermera. Lo demás, a su parecer le parecía más sencillo. Con el director del hospital bajo su dominio, tenía hasta la llave del deposito farmacéutico del lugar, sólo tenía que averiguar que necesitaba e ir a buscarlo. Ava sabía que no sería fácil someter a Rose, pero tampoco era
Nueva York, 15 de julio de 1930 Habían pasado unos días desde que Milton le había permitido a Ava sacar a pasear por el patio a Rose, quien, a esas alturas, ya estaba bajo el total dominio de ella. —¿No crees que el jardín está espléndido, Rosie? —dijo Ava, con una sonrisa brillante que contrastaba con el filo en su voz, mientras caminaba junto a ella sosteniéndola del brazo—. Creo que estamos teniendo un verano maravilloso. Hacía mucho que no disfrutaba de un clima tan reconfortante. Rose apenas esbozó una sonrisa débil, carente de vida. Sus ojos, cansados y opacos, se fijaron en las flores que bordeaban el camino de piedra. Eran de un rojo vibrante, un rojo que le recordaba la sangre... Maddie. La imagen de su rostro surgió en su mente, y con ella, las palabras que no dejaban de resonar en sus sueños: "Todo esto es culpa suya." La noche anterior había sido especialmente cruel. Apenas había podido dormir entre los gritos que solo ella escuchaba. Voces que emergían desde la os
Nueva York, 17 de julio de 1930 El sol de la mañana se colaba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, bañando con un suave resplandor el rostro de Maddie, quien aún dormía plácidamente. Ese día era especial, no solo porque cumplía 19 años, sino porque el día anterior, el médico le había dado la mejor noticia que podía recibir: su salud había mejorado notablemente, y el embarazo avanzaba en perfectas condiciones. Blake, decidido a hacer de esa fecha un recuerdo inolvidable, se había levantado temprano, silencioso como un ladrón para no despertarla. Había dado instrucciones precisas a Livy sobre cómo preparar el desayuno perfecto, asegurándose de que cada detalle estuviera a la altura de sus exigencias. Los croissants aún estaban tibios, la mermelada era de frambuesas frescas, y una pequeña jarra de leche acompañaba su café humeante. En un florero de cristal, Livy había colocado un hermoso ramo de rosas y peonías que Blake había elegido personalmente la tarde anterior.
Después de haber pasado un maravilloso día juntos, en la noche se hicieron presentes en la casa de los Aston en donde Edith como siempre hacía, había preparado una esplendorosa fiesta para celebrar el cumpleaños de su hija. Esta vez, con la ayuda de Alice, la mujer se había encargado de invitar a todos los amigos; y al decir todos, también a Patrick, quien, a pesar de su enemistad con Blake, había decidido asistir. No sólo por Maddie, sino también para de algún modo, hacerle saber a Blake de que él no le tenía miedo y que seguiría insistiendo en la búsqueda de su prima. — En verdad tú si que no te mides, ¿eh? —le reprochó Grace que se había acercado a él con prisa, apenas lo vio entrar—. Espero que el cumpleaños de Maddie no termine con Blake y tú agarrándose a golpes. Patrick, posó sus ojos en Grace. La pequeña pelirroja, llevaba puesto un sencillo pero hermoso vestido azul que por azar combinaba con el color de sus ojos y acentuaba su esbelto y armonioso cuerpo. Su rojizo cabello
Madelaine conocía muy bien a Blake; mejor que nadie, podía leer incluso los más pequeños cambios en su expresión. Notó cómo su mandíbula se tensaba, cómo su mano, que momentos antes acariciaba con ternura la suya, ahora se cerraba en un puño. No tuvo que preguntarse mucho qué era lo que lo había alterado. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrió al causante: Patrick Stanton. Él estaba al otro lado del salón, sosteniendo una copa de champaña con su habitual aire de confianza. Al verlos, elevó su copa con una sonrisa que combinaba descaro y desafío, como si disfrutara la incomodidad que sabía estar provocando. Maddie sintió un nudo formarse en su estómago. Patrick desde que se había distanciado de Blake generaba ese efecto en él, despertando lo peor de su temperamento, pero esta vez no era solo irritación lo que veía en los ojos de su esposo. Era algo más profundo, más oscuro, como si la mera presencia de Patrick amenazara con derrumbar todo el autocontrol que Blake había lograd
Blake estaba de pie junto a la ventana de la biblioteca, con un habano entre los dedos, observando las sombras que las luces proyectaban en las blancas paredes. Apenas Patrick cruzó el umbral, Blake exhaló un aro de humo, su mirada fija en el abogado, como si quisiera penetrar en sus pensamientos. —Conozco muy poco a John —dijo con voz pausada, casi casual, aunque la firmeza subyacente en su tono era inconfundible—, pero no creo que le agrade que pongas tus ojos en su pequeña Gracie. Blake giró ligeramente la cabeza, y sus ojos oscuros se clavaron en Patrick, evaluándolo como un cazador que mide a su presa. Este, con una actitud aparentemente impasible, continuó su marcha hasta detenerse frente a su antiguo amigo, aunque la leve rigidez en sus hombros delataba que el comentario no había pasado desapercibido. —¿Me citaste aquí para decirme cosas sin sentido? —respondió Patrick, esbozando una sonrisa incrédula, aunque la ligera tensión en su mandíbula le quitaba naturalidad a sus
Nueva York, 18 de julio de 1930 La celebración de cumpleaños de Maddie había sido un evento de tal magnitud que ocupó un lugar destacado en las páginas sociales de los principales periódicos. David, sin embargo, había enfrentado un dilema. Por un lado, sabía que un acontecimiento así merecía ser cubierto, pero por otro, no podía ignorar cómo afectaría a su esposa, Sarah, quien lidiaba con un embarazo complicado y un ánimo inestable. Finalmente, decidió que solo se publicara una breve reseña, suficiente para cumplir con los estándares periodísticos sin avivar innecesariamente la tensión en su hogar. —Dicen que la celebración de Maddie ha sido una fiesta maravillosa —comentó Sarah mientras desayunaban, sosteniendo una taza de té con sus manos temblorosas—. Mmm, no veo que Jason haya escrito mucho sobre ello. David suspiró, bajando la mirada hacia su plato de huevos revueltos, que apenas había tocado. Desde hacía un tiempo, el carácter de Sarah, usualmente dulce y cálido había dado un