Que Maddie supiera cuál era la actividad oculta de su esposo no le daba más tranquilidad. Al contrario, sentía una intranquilidad constante y... ¿celos? Era una posibilidad que no quería admitir, pero el pensamiento de que Blake estaba en ese club, rodeado de mujeres dispuestas a entregarse a él sin dudarlo, la consumía. Mientras el auto avanzaba, Maddie mantenía la vista fija en el paisaje que pasaba por la ventana, aunque no lo veía realmente. Sus manos estaban tensas sobre su regazo, jugando con un hilo suelto de su guante. —Si no cambias esa cara, me bajaré del auto ahora mismo —protestó Grace, cruzándose de brazos y echándose hacia atrás en el asiento—. ¿No te basta con que te haya dicho la verdad? Si tanto desconfías de él, ¡ve ahora mismo a ese bendito club y sácale de allí! Deja de sufrir. Maddie giró la cabeza hacia ella con los ojos entrecerrados, claramente ofendida por la sugerencia. —No digas tonterías —respondió, su tono era mordaz, aunque el rubor en sus mejillas la
Patrick no podía apartar los ojos de Maddie. Había algo fascinante en esa pequeña mujer que, con su determinación y valentía, seguía desafiando los estrictos cánones de la alta sociedad. Era como si su sola existencia fuera una rebelión contra las normas. Pero más allá de la admiración, una chispa de satisfacción brillaba en sus ojos. La sola idea de cómo reaccionaría Blake al saber que él, Patrick, sería quien la apoyaría en este proyecto lo llenaba de una dulce revancha. Su antiguo amigo había destrozado la vida de Rose, y Patrick no había olvidado ni perdonado. —Así que has decidido estudiar leyes —dijo Patrick, apoyando las manos bajo su mentón y observándola con una mezcla de asombro y deleite—. Veo que estás completamente decidida a desafiar a tu esposo. La joven asintió con una sonrisa radiante que iluminó su rostro. —Gracias, Patrick. Sabía que no me fallarías. —Maddie unió las manos sobre su regazo, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y determinación—. Sé que
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l
Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un
Nueva York, 15 de diciembre de 1929 Madelaine Aston estaba devastada. Miró a su inflexible madre, la gran Edith Green de Aston, quien parecía no atender los reclamos desesperados de su hija. Su deber como madre y por ahora jefa de la familia, era defender a como diera lugar, la posición y buen nombre de esta, eso incluía no caer en la ruina total. Su semblante adusto e inflexible lo decía todo; esta vez no le iba a permitir a su hija salirse con la suya. _ ¡No voy a casarme con ese hombre! _ gritó la joven mientras lloraba a mares _ ¡es un ser repugnante me da asco, lo odio! _ No estoy aquí para preguntarte Maddie, solo vine a avisarte para que estes lista _ le dijo la mujer buscando varios vestidos de finísima seda para que su hija se probara _sabes tan bien como yo, que es la única manera de salvar a nuestra familia, ¿Quieres que tu padre termine como todos los demás? ¿Desearías leer en los diarios que se voló los sesos o se tiró de un edificio por no poder soportar la ruina
Nueva York, 31 de diciembre de 1929 Durante las sucesivas semanas, el chisme del compromiso de Blake y Maddie fue la sensación de la alta sociedad. Durante mucho tiempo se habían estado preguntando quien sería, la mujer que conquistaría el corazón de un soltero empedernido como él. A casi nadie le sorprendió que esa chica fuera Maddie ya que era considerada la joven más hermosa de la aristócrata sociedad neoyorquina y porque no, del país. La presentación como pareja oficial la hicieron en la celebración de año nuevo justamente en la mansión de los Aston, quienes, gracias al apoyo económico de su futuro yerno, no había sucumbido como les había sucedido a otros. Obviamente, la fiesta era mucho más sobria y menos ostentosa que la de años anteriores, pero no por eso menos elegante. Edith se había encargado de que todo estuviera perfectamente dispuesto para la presentación de la “glamorosa” pareja. Maddie se había refugiado en la biblioteca, no quería participar de aquel circo.
Nueva York, 15 de marzo 1930. A pesar de los intentos de Madelaine por retrasar la boda, Edith se aseguró de que todo se llevara a cabo cuanto antes. La rápida unión de la pareja se convirtió en el chisme preferido de la alta sociedad neoyorquina, donde todos conocían o suponían las verdaderas razones detrás de ese matrimonio. En esa época y en esos círculos, los matrimonios por conveniencia no eran una novedad, sino una norma, especialmente en tiempos tan inciertos. Madelaine no fue la única en ese ámbito que se sacrificaba en nombre de la familia, pero lo que más sorprendió a todos fue la elección de los Aston, una familia que por parte de Edith se emparentaba con la realeza británica, casaba a su hermosa y única hija con Blake Townsend, un bastardo reconocido por su padre por fuerza mayor, cuyos rumores decían que tenía conexiones con la mafia, eso sí que fue algo muy inesperado. “La bella y noble princesa se casa con el hijo de una prostituta bailarina, y con fama de ser