Maddie abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces mientras intentaba enfocar la vista. Su cabeza pulsaba con un dolor sordo, y la sensación de mareo la mantenía pegada al colchón. Intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondía del todo. Desde la sala del camarote, Blake escuchó su débil quejido y llegó a su lado en un instante. Su rostro, usualmente controlado, revelaba una mezcla de alivio y preocupación. _ Maddie, has despertado _ dijo, sentándose a su lado, le tomó la mano, y se la besó suavemente_. Me tenías muy preocupado. El doctor está aquí para revisarte y asegurarse de que estés bien. Ella intentó esbozar una sonrisa, aunque le costó. _ Blake, por favor, estoy bien... deja de tratarme como si fuese una niña pequeña, ya cambia esa cara _ dijo con un tono débil, pero cargado de intención_. Solo fue un mareo y un simple desmayo, nada de que preocuparse. Blake ignoró sus palabras y levantó la voz. _ Doctor Jackson _ gritó, llamando al médico_. Por favor, venga
Blake permaneció en silencio unos instantes, sus dedos jugueteando con el borde de la manta de Maddie como si buscaran aferrarse a algo tangible. Finalmente, soltó un largo suspiro, inclinó la cabeza y pasó una mano por su rostro. _ No es fácil para mí hablar de esto, Maddie _comenzó, con su voz más baja y temblorosa de lo habitual_. Nunca lo ha sido. La miró directamente, como si buscara en sus ojos la fuerza para continuar, pero enseguida desvió la mirada hacia el suelo. Sus hombros, tensos desde el inicio de la conversación, parecieron hundirse bajo el peso invisible de los recuerdos. _ No es nada fácil para mí, hablar de mi madre. _ Comenzó diciendo. Su voz trémula y ahogada, demostraba el gran dolor que sentía rememorar esa parte de su vida. Maddie, le tomó la mano y se la apretó con fuerza, para transmitirle tranquilidad y apoyo. _Blake…_ dijo, con suavidad. Él negó con la cabeza y levantó su mano libre para detenerla. _ No voy a preguntarte ahora como es que
Blake abrió los ojos, y en su mirada se reflejaban años de dolor acumulado. _ Ella lo enfrentó. Mi madre, tan pequeña y frágil como era, lo desafió con una valentía que me marcó para siempre. Le gritó que nunca me entregaría, que yo no era un trofeo ni un sustituto para el hijo que él había perdido. Verás, ella era una luchadora, ella se parecía, se parecía a ti. No dejaría que alguien y mucho menos mi padre, se saliera con la suya. Pero... _su voz se quebró, y apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos_. No era una pelea justa, Maddie. Él tenía el poder, el dinero, la influencia... y mi madre solo tenía su amor por mí. Lamentablemente, nadie intervino en su ayuda. Blake reflexionó un instante. Nadie en ese momento, ni después había actuado, para ayudarlos, ni siquiera su tío. Quizás había sido, porque su madre y Carlo habían discutido y luego, distanciado, o simplemente porque en ese momento no tenía el poder que tenía ahora como para enfrentar a su p
Mientras Blake sostenía las cartas en sus manos, inmóvil y perplejo, Maddie lo observaba en silencio. Su corazón latía con fuerza, con una mezcla de incertidumbre y determinación. Había cruzado una línea, lo sabía. Había invadido un rincón de su vida que él había mantenido sellado, no por falta de confianza, sino por puro miedo. "¿Y si he ido demasiado lejos?", pensó, mientras sus ojos escaneaban el rostro de Blake en busca de algún indicio de enojo o rechazo. Pero en su lugar, solo encontró algo inesperado: una vulnerabilidad tan pura que casi la hizo retroceder. Por un momento, un torbellino de dudas la envolvió. Había visto a Blake en su peor versión, cuando la encerró en esa habitación como si fuera una prisionera y así, había encontrado esas cartas. Podría haberse deshecho de ellas, podría haberlas dejado donde estaban, pero no lo hizo. Algo en su interior le había dicho que eran la clave para llegar al corazón de Blake, para conectarse con ese hombre que escondía tanto detrá
Las horas de silencio fueron eternas para Maddie, Blake no había aparecido en lo que restaba de la tarde, por lo tanto, ella había permanecido sola en el camarote. Entendió que su esposo necesitaba su espacio para procesar todo lo que había sucedido, al igual que ella. A la hora de la cena, él aun no había aparecido y ella decidió no buscarlo, Blake era como un animal herido, buscaba sanar sus heridas solo. Por ende, lo dejaría solo hasta que estuviera listo para regresar. Con Blake, estaba aprendiendo que empujar no siempre era la solución. Él era como una tormenta: impredecible y poderosa, pero también algo que debía dejarse fluir hasta que se calmara por sí sola. Buscarlo ahora sería como intentar encender una fogata bajo la lluvia. “Cuando esté listo, volverá”, se repitió, como un mantra. Ella por su parte, como un ser sociable que era, decidió bajar al comedor, pensó que el ver a otras personas que nada tuvieran que ver con lo que estaba atravesando, le ayudaría a distraerse
Carlo Vitale residía en una impresionante mansión que dominaba el paisaje desde su privilegiada ubicación a orillas de un río serpenteante. La propiedad, rodeada de una frondosa arboleda que ofrecía privacidad y seguridad natural, era un reflejo palpable de su ascenso de la pobreza más extrema al poder absoluto. El camino de acceso a la mansión, flanqueado por altos cipreses y luces de hierro forjado, conducía a una gran puerta de hierro negro decorada con intrincados detalles dorados. Este portal no solo simbolizaba la riqueza de su propietario, sino que también representaba una fortaleza impenetrable. Guardias armados vigilaban constantemente la entrada, moviéndose de manera disciplinada, atentos a cualquier amenaza. La casa, construida en un estilo renacentista italiano, ostentaba una fachada de piedra blanca decorada con columnas imponentes y ventanales arqueados, cada uno de ellos enmarcado por delicadas molduras de mármol. En el centro del extenso parque que rodeaba la mansión
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l