Mientras Blake sostenía las cartas en sus manos, inmóvil y perplejo, Maddie lo observaba en silencio. Su corazón latía con fuerza, con una mezcla de incertidumbre y determinación. Había cruzado una línea, lo sabía. Había invadido un rincón de su vida que él había mantenido sellado, no por falta de confianza, sino por puro miedo. "¿Y si he ido demasiado lejos?", pensó, mientras sus ojos escaneaban el rostro de Blake en busca de algún indicio de enojo o rechazo. Pero en su lugar, solo encontró algo inesperado: una vulnerabilidad tan pura que casi la hizo retroceder. Por un momento, un torbellino de dudas la envolvió. Había visto a Blake en su peor versión, cuando la encerró en esa habitación como si fuera una prisionera y así, había encontrado esas cartas. Podría haberse deshecho de ellas, podría haberlas dejado donde estaban, pero no lo hizo. Algo en su interior le había dicho que eran la clave para llegar al corazón de Blake, para conectarse con ese hombre que escondía tanto detrá
Las horas de silencio fueron eternas para Maddie, Blake no había aparecido en lo que restaba de la tarde, por lo tanto, ella había permanecido sola en el camarote. Entendió que su esposo necesitaba su espacio para procesar todo lo que había sucedido, al igual que ella. A la hora de la cena, él aun no había aparecido y ella decidió no buscarlo, Blake era como un animal herido, buscaba sanar sus heridas solo. Por ende, lo dejaría solo hasta que estuviera listo para regresar. Con Blake, estaba aprendiendo que empujar no siempre era la solución. Él era como una tormenta: impredecible y poderosa, pero también algo que debía dejarse fluir hasta que se calmara por sí sola. Buscarlo ahora sería como intentar encender una fogata bajo la lluvia. “Cuando esté listo, volverá”, se repitió, como un mantra. Ella por su parte, como un ser sociable que era, decidió bajar al comedor, pensó que el ver a otras personas que nada tuvieran que ver con lo que estaba atravesando, le ayudaría a distraerse
Carlo Vitale residía en una impresionante mansión que dominaba el paisaje desde su privilegiada ubicación a orillas de un río serpenteante. La propiedad, rodeada de una frondosa arboleda que ofrecía privacidad y seguridad natural, era un reflejo palpable de su ascenso de la pobreza más extrema al poder absoluto. El camino de acceso a la mansión, flanqueado por altos cipreses y luces de hierro forjado, conducía a una gran puerta de hierro negro decorada con intrincados detalles dorados. Este portal no solo simbolizaba la riqueza de su propietario, sino que también representaba una fortaleza impenetrable. Guardias armados vigilaban constantemente la entrada, moviéndose de manera disciplinada, atentos a cualquier amenaza. La casa, construida en un estilo renacentista italiano, ostentaba una fachada de piedra blanca decorada con columnas imponentes y ventanales arqueados, cada uno de ellos enmarcado por delicadas molduras de mármol. En el centro del extenso parque que rodeaba la mansión
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l
Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un
Nueva York, 15 de diciembre de 1929 Madelaine Aston estaba devastada. Miró a su inflexible madre, la gran Edith Green de Aston, quien parecía no atender los reclamos desesperados de su hija. Su deber como madre y por ahora jefa de la familia, era defender a como diera lugar, la posición y buen nombre de esta, eso incluía no caer en la ruina total. Su semblante adusto e inflexible lo decía todo; esta vez no le iba a permitir a su hija salirse con la suya. _ ¡No voy a casarme con ese hombre! _ gritó la joven mientras lloraba a mares _ ¡es un ser repugnante me da asco, lo odio! _ No estoy aquí para preguntarte Maddie, solo vine a avisarte para que estes lista _ le dijo la mujer buscando varios vestidos de finísima seda para que su hija se probara _sabes tan bien como yo, que es la única manera de salvar a nuestra familia, ¿Quieres que tu padre termine como todos los demás? ¿Desearías leer en los diarios que se voló los sesos o se tiró de un edificio por no poder soportar la ruina
Nueva York, 31 de diciembre de 1929 Durante las sucesivas semanas, el chisme del compromiso de Blake y Maddie fue la sensación de la alta sociedad. Durante mucho tiempo se habían estado preguntando quien sería, la mujer que conquistaría el corazón de un soltero empedernido como él. A casi nadie le sorprendió que esa chica fuera Maddie ya que era considerada la joven más hermosa de la aristócrata sociedad neoyorquina y porque no, del país. La presentación como pareja oficial la hicieron en la celebración de año nuevo justamente en la mansión de los Aston, quienes, gracias al apoyo económico de su futuro yerno, no había sucumbido como les había sucedido a otros. Obviamente, la fiesta era mucho más sobria y menos ostentosa que la de años anteriores, pero no por eso menos elegante. Edith se había encargado de que todo estuviera perfectamente dispuesto para la presentación de la “glamorosa” pareja. Maddie se había refugiado en la biblioteca, no quería participar de aquel circo.