¿No me recuerdas?

—No me quiero casar, no quiero arruinar mi vida de esta manera — exploté aún más fuerte en llanto, y su caricia se detuvo. Lo vi tensar con fuerza la mandíbula, pero no me detuve, seguí insistiendo por mi derecho de ser libre y escoger el rumbo de mi vida—. Puede haber otras formas para que mi padre vuelva a tener poder, ¿no? Quizás trabajando para ustedes, pero no así… no casando a su hija con un hombre desconocido y mayor.

—Bien — apartó su mano bruscamente, más no se alejó de mí—. ¿Crees que crecer en este negocio es así de sencillo? Tu padre perdió todo su poder en el mismo instante en el que apostó a su suerte sin importar nada. Estoy consciente de que no eres un objeto, y para que te quede claro, nunca te compré. Estoy tomando lo que me pertenece y él apostó en su momento. Si hay alguien a quien debas culpar es a tu padre, mientras tanto, vamos a casarnos sin objeción alguna.

—Yo no tengo nada que ver con los asuntos de mi padre.

Su mirada se suavizó en una fracción de segundo. Una leve sonrisa apareció en sus labios. Volvió a tocar mi mejilla, arropando con su gran mano mitad de mi rostro. Su toque era tibio y eléctrico, me provocaba cosquillas y aceleraba los latidos de mi corazón.

—Por esa razón tu mejor opción soy yo — sonrió ladeado—. Conmigo no tendrás que estar a la suerte de nadie.

—¿A qué se refiere con exactitud?

No comprendía lo que quería decir. ¿Acaso insinúa que mi padre me apostó?

—En otro momento lo entenderás. De algo puedes estar segura, Cora, y es que en este matrimonio eres tú quien tiene la última palabra — en sus ojos apareció una pizca de aflicción—. Eres tú quien decide si estar a mi lado o no… ya sea como marido y mujer o como un nada.

Me dedicó una mirada que no supe interpretar, antes de darse la vuelta y alejarse del auto. Desde el asiento trasero de su auto, lo vi cruzar unas cuantas palabras con el padre y entrar con él al recinto. Dudé mucho en lo que debía hacer, ya que desde el principio tenía en mente alejarme de todo esto, pero había algo en la mirada de ese hombre que me dejó pensativa. No sé qué era, pero de algún modo quería averiguar la razones de mi padre. Tenía muchas preguntas sin repuesta y él parecía él único en darme respuesta a todo lo que estaba rondando en mi mente.

Bajé del auto luego de meditarlo por eternos minutos y entré a la iglesia con algo de indecisión. Sentí vergüenza al ver a algunas personas adentro del lugar, rodeando a una sola persona en el centro. En cuanto me vieron, cesaron las voces y todas las miradas se enfocaron en mí, menos la del hombre que se encontraba en el medio de ellos y dándome la espalda.

—Deja de lamentarte, ya nos tienes hartos con tus lloriqueos — se burló aquel hombre que debía ser mi esposo—. Por cierto, Lea, me debes dinero.

—¿Cómo es que sabías que la chica iba a aparecer? Además, no hay nada seguro hasta no ver la boda realizada.

—Las chicas no se pueden resistir a nuestros encantos ni a nuestra única belleza.

—Ya, dejen de discutir ustedes dos — una mujer no tan mayor los hizo callar de inmediato, seguidamente, le alzó el rostro al hombre que se encontraba sentado dándome la espalda—. Todo está bien, cariño.

Él me miró por encima de su hombro y se puso de pie al instante.  En sus labios bailó una sonrisa que fue sustituida por una mueca de desagrado al ver a su gemelo y a la otra chica reírse de él. No sabía a cuál de los dos hombres dirigirme, pues ambos eran idénticos y me resultaba difícil saber cuál de los dos era el correcto.

—Supongo que tienen mucho por hablar, ¿no? — un hombre mayor, muy bien conservado, atractivo y muy parecido a los dos gemelos tomó a la mujer de la mano con una sonrisa en los labios—. Nosotros les daremos su privacidad.

—Pero ¿si va a haber boda o no? — inquirió uno de los gemelos, frunciendo el ceño y haciéndose el ofendido—. Pagué muy caro por este traje, no lo eches a perder, Jacob.

—Vamos, copia barata, dale espacio a tu otra mitad — la chica que parecía de su misma edad, lo empujó hacia la salida de la iglesia entre protestas.

Una vez nos quedamos solos, todas las preguntas que tenía pensadas soltar de golpe, se esfumaron de mi mente. Además de que esa mirada tan intensa me robaba toda capacidad de razonar y de pensar con claridad. Por más que quería hablar, las palabras no salían de mi boca.

—Tengo dudas sobre el supuesto trato.

—Pensé que te irías.

Ambos hablamos al mismo tiempo, por lo que hicimos silencio y soltamos una risita nerviosa. No me había dado cuenta de lo mucho que mi corazón se encontraba acelerado sino hasta que dos hoyuelos muy hermosos aparecieron en su rostro con esa sonrisa que me dedicó y lo hizo ver muy atractivo.

—¿Qué dudas tienes? Mientras tenga la respuesta, seré lo más honesto que pueda — se acercó hasta quedar a pocos pasos de mí.

—Quiero saber todo acerca de mi padre, de sus negocios y de la razón que lo llevó a la quiebra y venderme para salvar su patrimonio.

—Cora, yo no te compré, ya te lo había dicho. Tu padre hizo un negocio tan grande que tuvo que poner en juego todo su patrimonio como garantía. El negocio se vino abajo por la misma sed de codicia y poder que lo dominó. Las razones que lo llevó a darte como parte de pago no te las puedo dar yo, sino él. Accedimos a sus propiedades y dinero para no perder nuestra inversión, pero una hermosa niña como tú quedó en medio del juego. Te lo repito, puedes optar por casarte conmigo o irte y ser completamente libre — me tomó de la mano y me acercó a su cuerpo—. Pero antes que tomes la decisión, quiero saber si te acuerdas de mí.

Fruncí el ceño y lo miré con mayor atención. Es un hombre jodidamente hermoso, ¿cómo es que lo conozco según él y no lo recuerdo?

—No, no te recuerdo. ¿Quién eres?

—¿No me recuerdas ni un poco, calabacita? — puso un mechón de mi cabello detrás de mi oreja con ternura—. Yo nunca pude sacarte de mi mente. Desde ese primer día que te vi, enfundada en ese vestido blanco y un moño revuelto sosteniendo tu larga cabellera, supe que eras la mujer con la que quería compartir una vida entera.

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