Claro que iría a casa y le daría lo que ella pedía, pero no dejaría pasar la ocasión para amarla como se lo merecía.Desde el día en que la encontró juró que no pasaría un solo día sin que le demostrara lo importante que era para su vida.Elena lo había salvado de la perdición, lo regresó al camino correcto y despertó en él un amor que jamás pensó que podía sentirse por nadie.—Dame unos minutos, corazón —concluyó mientras se asomaba por una rendija entre torres de cajas de mayonesa para observar lo que ocurría al otro lado.Elena emitió una sonora exhalación y exclamó con fastidio un «te espero» antes de cortar la comunicación.Iván enseguida se guardó el teléfono y decidió actuar con rapidez para culminar aquel trabajo, y así volver con los suyos.Vio que el vigilante miraba con asco el reguero sin imaginar que tenía a un invasor dentro del área que debía proteger.Aprovechó su distracción y en silencio se aproximó a una pila de latas de guisantes embaladas dentro de un plástico tra
Iván enseguida recordó que el chofer del camión había dicho que en media hora buscarían la mercancía, eso lo hizo maldecir entre dientes.Intentó asomarse por encima de los bultos, necesitaba mirarles las caras. Esos debían ser los secuestradores de los camiones de su amigo Antonio Matos.No obstante, todas sus alarmas se encendieron al ver que los atacantes armaban con rapidez un lanzagranadas.—Maldita sea —exclamó y se levantó a toda prisa llevando consigo arrastrado al árabe, que lloraba como un crío.Atravesó a las carreras el depósito mientras esquivaba las balas que caían cerca de él. Pensó en Elena y en sus hijos, y en todas las cosas que tenía pendientes para ese día.No podía morir. No se dejaría vencer con facilidad.Nadie había logrado acabarlo mientras vivía en las calles como un simple delincuente, mucho menos lo harían ahora que tenía a cuatro increíbles personas bajo su cuidado, obsequiándole la fortaleza necesaria para seguir adelante. De alguna manera saldría de allí
Un portón automático se abrió dándole paso al Camaro al interior de una elegante mansión ubicada al este de la ciudad.Iván avanzó hacia el garaje de la casa como le había indicado el árabe y estacionó su viejo y abollado vehículo detrás de un exquisito BMW convertible.Su auto se parecía a la mujer del servicio que esperaba paciente tras su distinguida ama.El árabe, con el rostro pálido y bañado en sangre, aun se percibía perturbado. Bajó y sacó un manojo de llaves del bolsillo de su pantalón y se dirigió a pie a un galpón asentado en un lateral. Abrió la portezuela para acceder a él.Iván lo siguió con el semblante pétreo. Cada vez que salía golpeado de una misión se enfadaba consigo mismo. Su reto personal era no sufrir ningún tipo de lastimadura durante sus trabajitos, cuando eso sucedía, se sentía frustrado.—Lo único que tengo de esa gente es una tarjeta que una vez me entregaron con los nombres y teléfonos de los encargados de las negociaciones —comentó el árabe en referencia
Al llegar a la habitación de la niña encontró a Elena caminando descalza de un lado a otro. Acunaba a la bebé entre sus brazos.Su mujer llevaba puesto un vestido largo, de tela vaporosa y semitrasparente, por el que se le podía divisar una ropa interior oscura y las deliciosas curvas de su cuerpo generoso y exuberante.Como él la había imaginado, ella llevaba su extensa cabellera suelta y despeinada, meciéndose sobre su espalda al compás de sus pasos hasta tocarle la cintura.No pudo evitar repasarla de pies a cabeza, con hambre, mientras su deseo bullía en su interior.Al girarse hacia él, Elena apretó el entrecejo.—¿No ibas a llegar en pocos minutos? —se quejó, sin dejar de zarandear a la bebé para que parara el llanto.Iván dibujó una sonrisa torcida en su rostro, como la de un niño pícaro a quien le habían descubierto la mentira.—Tuve un inconveniente, amor.La mujer lo vio de arriba abajo con desaprobación.—¿Por qué estás cubierto de harina, y tan sucio?Él caminó hacia una m
Le soltó una mano para asirla por la cintura y la elevó del suelo para alcanzar con facilidad su boca.Caminó un par de pasos hasta llegar a la cama, pero antes de echarla en el colchón le quitó el vestido, despacio, aprovechando para acariciar el cuerpo de su esposa y generar una fricción estremecedora con ayuda del calor que desprendían sus palmas y la tela de la prenda.Rodeó el cuello de Elena con sus manos y le alzó la cabeza para degustarse con el sabor de sus labios mientras la acostaba.Le quitó el sujetador con premura, pudiendo tener a su disposición los picos erectos de sus senos, que chupó a placer.Ella se revolvió sobre las sábanas como una gatita consentida. Se arqueaba pidiendo más, exigencias que él estaba encantado de hacer cumplir.Con ansia Iván recorrió el cuerpo de su mujer para morderlo y degustarlo como si fuera un tallo de caña de azúcar, que desprendía un jugo dulce y adictivo, cuyo culmen encontró entre las piernas femeninas, que se abrieron para él como los
Al día siguiente, Iván se hallaba en su taller intentando poner a tono a una vieja Honda Shadow, que era la «niña de sus ojos» de uno de sus mejores clientes.Sentado en el suelo, con la camiseta manchada de grasa al igual que los vaqueros, cambiaba las juntas de la tapa del cilindro del radiador.Estaba en ello cuando Igor, uno de sus empleados, se le acercó con su habitual semblante irritado.—Afuera está Antonio Matos, y te busca —bramó antes de ponerse a revisar un mesón cercano, donde acumulaban diversas partes mecánicas en buen estado que podían utilizar de repuesto.Iván lo observó ceñudo por un instante, viéndolo mascullar quejas mientras hurgaba entre los objetos.No importaba si el trabajo que realizaba era sencillo o extremadamente difícil, de la misma manera su ayudante se mostraba enfadado.Se levantó limpiándose la grasa en un paño que le colgaba de un bolsillo y caminó al exterior del cobertizo para encontrarse con su amigo.Antonio lo esperaba con la espalda recostada
—Iván, llegaste —habló Elena y apartó con suavidad su mano de la del hombre.—¿Quién es? —preguntó de forma grosera, algo que enfadó aún más a la mujer.Ella se levantó y se irguió sin quitarle la vista de encima.—Mi primo, Joander.Iván apretó el ceño y paseó su mirada confusa entre Elena y el sujeto. Llevaban cinco años de casados, más uno de noviazgo, ¿de dónde demonios había aparecido aquel primo?—Es el hijo de mi tío Cristóbal —agregó ella intuyendo su duda—, vino de Apure para traerme los documentos de propiedad de la casa que pertenece a mi madre.Él no podía dejar de escudriñar al hombre, que ahora lo ignoraba para juguetear con su hija.Aunque estaba sentado a Iván le pareció alto, de figura atlética y con facciones similares a la de los Norato (la familia que adoptó a su esposa cuando esta era tan solo una niña) de rasgos suaves, nariz perfilada y mandíbula cuadrada.Sus cabellos castaños y lacios le recordaron a su suegra, quien había fallecido por una dolencia pulmonar u
Iván salió del baño vistiendo solo unos bóxer. Se había dado una ducha, eso ayudó a que se relajara.Vio a Elena acostada en la cama, de lado. Le daba la espalda. Dormía en bragas y con una camiseta de algodón como pijama.A ella no le gustaba arroparse, y cuando lo hacía, de forma inconsciente se quitaba las sábanas. A él le encantaba esa costumbre.De esa manera podía apreciar el cuerpo de su chica mientras dormían. Adoraba verla, para él su mujer era más perfecta que las divas veinteañeras de Hollywood, a pesar de que sus caderas se habían ensanchado a causa de los tres partos y aumentó unos cuantos kilitos que, según ella, fue por culpa de la «depresión post parto».A él no le interesaban las razones, esa nueva apariencia le resultaba igual de exquisita. Había más carne para morder y amar, haciendo que su adicción por esa mujer creciera.Pero además, las noches en que hacía frío ella se refugiaba entre sus brazos para calentarse.Se pegaba a él como si fuera un tatuaje más que lle