Willow salió de la ducha con la toalla alrededor de su cuerpo, ni siquiera miró al espejo como siempre, tan solo tomando un cepillo para sus dientes y haciendo uso de él mirando el chorro de agua que caía. En su mente volvió a sentir el licor cayendo por su rostro, mientras veía como Ancell, Armin y Warren usaban sus navajas para abrir su piel cuantas veces quisieron. Escuchó un quejido de dolor que lo hizo elevar el rostro y accidentalmente su propio reflejo lo obligó a no despegar los ojos del espejo.Ahí estaban las cicatrices que siempre se negaba a ver. La imagen distorsionada lo hacía verse lleno de ellas, aún frescas. Pero de solo recordar lo que tenía para iniciar su desquite las pesadillas tuvieron algo con qué enfrentarse. Dijeron que disfrutaban la imagen de la sangre brotando de las heridas, entonces les daría mucho más de eso. Deseó que Artemio pudiera estar con vida para cobrar eso también. Porque había sido quien lo condenó y uno de aquellos a los que no podía hac
El gran día había llegado en la tríada, Samara estaba frente a un espejo con un vestido que había en un maniquí. El corte en el escote era precioso y al no ser acampanado, si no que ajustado a su figura, para ella adquirió un atractivo único.—No sé cómo me convenciste de esto. —dijo tocando el bordado. —Es hermoso, pero tengo 34 años, no veinte para ilusionarme con este tipo de cosas. —En primera, la vida no tiene un cronograma fijo para cumplir hitos que a menudo creemos que deben suceder en momentos específicos, pero cada uno llevará su ritmo—rodeó el maniquí—A mí me juzgarían por tener 3 hijos a mi edad y mira, estoy feliz con ello. Samara le sonrió al oír las palabras correctas.—En segunda, eres hermosa, Samara. —la observó con dulzura—¿Quieres ilusionarte? ¡Hazlo! Es tu boda, puedes hacer lo que quieras, estoy segura que el coronel estará más enfocado en que estás feliz tú y no si a alguien le parece justo que lleves puesto o hagas algo distinto a lo que “se debería”—¿No has
La licencia le permitía a Willow ausentarse por algunos días de su comando, por lo que salir del país solo le robaría tiempo que no quería perder de ningún modo. Tenía lugares que durante su trabajo conoció, por lo que fue uno de esos fue en el que amaneció. Un ático en el distrito de Mitte. Su ubicación céntrica permitía a los recién casados estar cerca de todo lo que la ciudad tenía para ofrecer. Grandes ventanales que permitían que la luz del sol inundara el espacio durante el día. Desde ahí, la pareja podía contemplar las vistas de la ciudad, con sus tejados y torres, incluso el mar a la distancia. Un sitio digno de explorar hasta el último rincón, pero para el coronel no había nada más fascinante que ver a su mujer con las sábanas cubriendo su desnudez, mientras dormía plácidamente. Como si ese lugar fuese seguro o lo sintiera de esa forma. Era como debía estar. Sin pesadillas, tal como estaba calmando las suyas. La contempló con verdadero placer desde el sur al norte e
—¡Samara, despierta! —la súplica de Willow le revolvió el estómago, pues jamás había experimentado algo así. No era trabajo ni una tortura que pudiera soportar; era ver a su mujer con una herida en el costado que lo tenía aterrado. Colocó la mano sobre la herida y se asomó para ver si aún estaban ahí, pero el auto había desaparecido. Esa fue su señal para tomar el arma que había recogido. Apuntó en todas direcciones, pero no encontró nada más que una oscuridad bizarra que se burlaba de él. Revisó a Samara nuevamente mientras ella hacía una mueca de dolor que lo frenó. —Te llevaré a una clínica, solo resiste. —dijo apresurado, dirigiéndose al otro vehículo en la cochera que podría servirles. —También estás herido. —el quejido de Samara no lo detuvo; la dejó en el asiento. Encendió el motor, pidiéndole que no se moviera, mientras iba a revisar al hombre que encontró con el saco perforado por balas, sabiendo que habían entrado en su cuerpo. —La señora…—Moreno expulsó la sangre de su
La mirada entusiasmada no se pudo borrar en Samara desde que abandonó la clínica. Teniendo que descansar mientras su médico de confianza regresaba al país. El coronel solicitó una licencia más para cuidar de ella, pues dejarla sola no era una opción que consideró. Por ello los días siguientes olvidó el resto del mundo para tener su mente y ojos solo para la mujer que disfrutó de sus atenciones. Además de recibir los resultados que reafirmaron su embarazo. Era irreal estar viendo unos resultados que leía una y otra vez sin poder asimilar cómo era posible. —¿Puedes creerlo, Howard? —cuestionó ilusionada. —¡Estoy embarazada! ¡Voy a ser mamá! —Te lo dije, Sam. —el abrazo cruzó el momento doctor paciente pues al verla con esa mirada destelleante no pudo evitar contagiarse. —Te lo dije. La estadística no es una regla y con el esmero que siempre le has puesto a tu salud, algo como eso no iba a arruinar tu felicidad. —Sigue diciéndome que me lo dijiste. —la soltó y le besó la frente.
En la penumbra de la sacristía, donde las velas parpadeaban como almas inquietas, la hermana Evelyn Vallerk se arrodilló ante el confesionario. El olor a incienso y madera vieja la envolvía, pero su mente estaba en otro lugar. En él. En el pecado que la tenía abrumada por no desaparecer con sus oraciones. No debía ser así. Ella no podía tener pensamientos impuros. Pero este se colaba entre sueños como un demonio desgarrando su paz, mostrándole su hambre demoníaca por sus sábanas. El hombre cuyo nombre susurraban los criminales y las madres rezaban para que nunca tocara a sus hijos. Pero ella lo había visto de cerca, más cerca de lo que debía. Sus ojos grises, llenos de secretos y promesas prohibidas, la habían atrapado desde el primer momento. —Bendíceme, padre —susurró ella, aunque no estaba segura de si el sacerdote al otro lado del confesionario podía oírla. ¿Cómo podría absolverla de este pecado?—. He deseado a un hombre. El silencio se prolongó. —He deseado a un hombre pe
La música y la euforia en un sitio como ese, impedía que todos se dieran cuenta de la mirada de acero del hombre que tenía los ojos puestos en él interior del club, en donde se encontraba. Cada detalle de su rostro contaba su historia. Su mirada siempre apuntaba hacia el éxito económico. Desde que tenía conciencia era el mayor de sus enfoques. Kenneth Axel Forsberg, nacido en la ciudad de Estocolmo, vio la luz en un hogar disfuncional. Desde temprana edad, aprendió a sobrevivir a base de astucia y violencia. Sus días como sicario reflejaron su ascenso en las filas de la mafia sueca, convirtiéndose en una parte crucial de su mundo sombrío. Sin embargo, su ambición no se detuvo allí.Kenneth anhelaba más que el simple control de territorios y negocios ilícitos. Eso lo podría hacer si su mentalidad se concentraba en ello. Pero no. Su mente maestra se enfocó en un mercado inusual: el arte. Se convirtió en la persona a la que otros podían recurrir para obtener piezas valiosas que a menu
Evelyn no sabía qué más podía hacer, aparte de suplicar por un perdón que tal vez nunca recibiría. Había abandonado su hábito, roto sus votos y desafiado la promesa que le había hecho a su difunta madre.Si Zulma, su madre, estuviera viva, la haría regresar y arrepentirse por haber huido del altar. Evelyn siempre había actuado según las indicaciones de Zulma. Su nacimiento mismo fue resultado de una promesa, y su deber era cumplir esa palabra.Llevaba dos días en Stuhr, un lugar nuevo con calles menos transitadas que Bremen, pero con la misma mirada dulcificada en los rostros de sus habitantes. Había conseguido un trabajo a medio tiempo, la única forma de mantener su mente ocupada. Así que, mientras caminaba desde la casa donde se hospedaba hasta la tienda de ropa en un rincón espacioso de la ciudad, podía disfrutar del clima y reflexionar sobre su nueva vida.La atmósfera de Stuhr era diferente. No había sombras de los muros altos de la iglesia ni el eco de los rezos matutinos. En ca