La licencia le permitía a Willow ausentarse por algunos días de su comando, por lo que salir del país solo le robaría tiempo que no quería perder de ningún modo. Tenía lugares que durante su trabajo conoció, por lo que fue uno de esos fue en el que amaneció. Un ático en el distrito de Mitte. Su ubicación céntrica permitía a los recién casados estar cerca de todo lo que la ciudad tenía para ofrecer. Grandes ventanales que permitían que la luz del sol inundara el espacio durante el día. Desde ahí, la pareja podía contemplar las vistas de la ciudad, con sus tejados y torres, incluso el mar a la distancia. Un sitio digno de explorar hasta el último rincón, pero para el coronel no había nada más fascinante que ver a su mujer con las sábanas cubriendo su desnudez, mientras dormía plácidamente. Como si ese lugar fuese seguro o lo sintiera de esa forma. Era como debía estar. Sin pesadillas, tal como estaba calmando las suyas. La contempló con verdadero placer desde el sur al norte e
—¡Samara, despierta! —la súplica de Willow le revolvió el estómago, pues jamás había experimentado algo así. No era trabajo ni una tortura que pudiera soportar; era ver a su mujer con una herida en el costado que lo tenía aterrado. Colocó la mano sobre la herida y se asomó para ver si aún estaban ahí, pero el auto había desaparecido. Esa fue su señal para tomar el arma que había recogido. Apuntó en todas direcciones, pero no encontró nada más que una oscuridad bizarra que se burlaba de él. Revisó a Samara nuevamente mientras ella hacía una mueca de dolor que lo frenó. —Te llevaré a una clínica, solo resiste. —dijo apresurado, dirigiéndose al otro vehículo en la cochera que podría servirles. —También estás herido. —el quejido de Samara no lo detuvo; la dejó en el asiento. Encendió el motor, pidiéndole que no se moviera, mientras iba a revisar al hombre que encontró con el saco perforado por balas, sabiendo que habían entrado en su cuerpo. —La señora…—Moreno expulsó la sangre de su
La mirada entusiasmada no se pudo borrar en Samara desde que abandonó la clínica. Teniendo que descansar mientras su médico de confianza regresaba al país. El coronel solicitó una licencia más para cuidar de ella, pues dejarla sola no era una opción que consideró. Por ello los días siguientes olvidó el resto del mundo para tener su mente y ojos solo para la mujer que disfrutó de sus atenciones. Además de recibir los resultados que reafirmaron su embarazo. Era irreal estar viendo unos resultados que leía una y otra vez sin poder asimilar cómo era posible. —¿Puedes creerlo, Howard? —cuestionó ilusionada. —¡Estoy embarazada! ¡Voy a ser mamá! —Te lo dije, Sam. —el abrazo cruzó el momento doctor paciente pues al verla con esa mirada destelleante no pudo evitar contagiarse. —Te lo dije. La estadística no es una regla y con el esmero que siempre le has puesto a tu salud, algo como eso no iba a arruinar tu felicidad. —Sigue diciéndome que me lo dijiste. —la soltó y le besó la frente.
En la penumbra de la sacristía, donde las velas parpadeaban como almas inquietas, la hermana Evelyn Vallerk se arrodilló ante el confesionario. El olor a incienso y madera vieja la envolvía, pero su mente estaba en otro lugar. En él. En el pecado que la tenía abrumada por no desaparecer con sus oraciones. No debía ser así. Ella no podía tener pensamientos impuros. Pero este se colaba entre sueños como un demonio desgarrando su paz, mostrándole su hambre demoníaca por sus sábanas. El hombre cuyo nombre susurraban los criminales y las madres rezaban para que nunca tocara a sus hijos. Pero ella lo había visto de cerca, más cerca de lo que debía. Sus ojos grises, llenos de secretos y promesas prohibidas, la habían atrapado desde el primer momento. —Bendíceme, padre —susurró ella, aunque no estaba segura de si el sacerdote al otro lado del confesionario podía oírla. ¿Cómo podría absolverla de este pecado?—. He deseado a un hombre. El silencio se prolongó. —He deseado a un hombre pe
La música y la euforia en un sitio como ese, impedía que todos se dieran cuenta de la mirada de acero del hombre que tenía los ojos puestos en él interior del club, en donde se encontraba. Cada detalle de su rostro contaba su historia. Su mirada siempre apuntaba hacia el éxito económico. Desde que tenía conciencia era el mayor de sus enfoques. Kenneth Axel Forsberg, nacido en la ciudad de Estocolmo, vio la luz en un hogar disfuncional. Desde temprana edad, aprendió a sobrevivir a base de astucia y violencia. Sus días como sicario reflejaron su ascenso en las filas de la mafia sueca, convirtiéndose en una parte crucial de su mundo sombrío. Sin embargo, su ambición no se detuvo allí.Kenneth anhelaba más que el simple control de territorios y negocios ilícitos. Eso lo podría hacer si su mentalidad se concentraba en ello. Pero no. Su mente maestra se enfocó en un mercado inusual: el arte. Se convirtió en la persona a la que otros podían recurrir para obtener piezas valiosas que a menu
Evelyn no sabía qué más podía hacer, aparte de suplicar por un perdón que tal vez nunca recibiría. Había abandonado su hábito, roto sus votos y desafiado la promesa que le había hecho a su difunta madre.Si Zulma, su madre, estuviera viva, la haría regresar y arrepentirse por haber huido del altar. Evelyn siempre había actuado según las indicaciones de Zulma. Su nacimiento mismo fue resultado de una promesa, y su deber era cumplir esa palabra.Llevaba dos días en Stuhr, un lugar nuevo con calles menos transitadas que Bremen, pero con la misma mirada dulcificada en los rostros de sus habitantes. Había conseguido un trabajo a medio tiempo, la única forma de mantener su mente ocupada. Así que, mientras caminaba desde la casa donde se hospedaba hasta la tienda de ropa en un rincón espacioso de la ciudad, podía disfrutar del clima y reflexionar sobre su nueva vida.La atmósfera de Stuhr era diferente. No había sombras de los muros altos de la iglesia ni el eco de los rezos matutinos. En ca
—¿Qué quieres decir con qué te quedarás un poco más allá? —la pregunta de Santos la hizo tropezar con sus propias palabras. —Evelyn, no te voy a reprochar nada. No soy nuestra mamá, no me interesa si eres monja o un jodido monje. —Lo sé, pero necesito conversar conmigo mismo. —sus ojos atravesaron el cristal de la ventana desde su habitación. —No sé qué quiero hacer y siento que al volver a casa no tendré un punto al cual mirar sin sentir que todos me quieren linchar. —Iré contigo. —Eres muy cabezota para discutir contigo. —Eres mi hermana, Eve. Y no te juzgó como crees. —Pienso todo el tiempo en el momento en que murió mamá y siento que si me viera…—No te está viendo. No te verá, ni decidirá por tí. —le dijo su hermano desde Kiel. —Ahora todo lo que hagas será tu decisión y estará bien, porque será lo que tú quieres. No me pienso meter en eso. Solo necesito que estés bien, el resto no importa. Las lágrimas le ganaron a la mujer que sintió el apoyo total del único hombre que tu
Cuando sus ojos por fin se abrieron, Evelyn no pudo evitar sonreír al recordar el sueño que en su cabeza aún era vívido.El roce de sus labios, sus manos siendo la prisión más agradable y esa mirada que no estaba presente solo en sus sueños, porque también la veía en Kenneth cada vez que lo tenía frente a ella. Se vistió con la misma sonrisa en el rostro, caminó a su trabajo de nuevo y aún no se esfumaba. Era un día maravilloso al recordar el susurro de Kenneth al teléfono, con esa solicitud extraña que no creyó recibir, pero que le gustó cumplir, no solo con permitir cercanía, sino ser quien la buscó. En la tienda vio al mismo sujeto de días antes buscando más corbatas, lo cual le pareció insignificante, dejándolo con otra de las chicas para ella presentarse a la sección de ropa para mujer en donde se aseguró de tener todo en completo orden, antes de moverse a otro más. El buenos días de Kenneth llegó mediante un mensaje, pues apenas tenía un segundo libre y lo primero que quiso f