Hija mía

Lucy se hallaba ubicada en una de las tiendas de la realeza, al lado de la del mismísimo rey. Cuando su padre volvió a verla, su alma regresó a su cuerpo, abandonando esa ira encarnizaba que había desarrollado en su ausencia. Lucy lo abrazó con fuerza, como para liberarlo de esas ataduras que le estaban haciendo daño.

—Ya estoy en casa, papá. —dijo ella, intentando tranquilizarlo. El hombre estaba muy emocionado, con las lágrimas escapándose y la emoción acelerando su corazón. —Ya estoy aquí.

—¿Te encuentras bien, mi querida hija? —preguntó, con la voz entrecortada, mirándola con alegría, se veía fuerte y sana.

Lucy asintió con la cabeza, mirando a su padre con una punzada de culpa, él creía que había estado secuestrada, privada de su libertad en una mazmorra. No obstante, comprendía que aquel sacrificio había sido necesario para el avance, ahora la guerra estaba terminando rápidamente y la vida de Cleo y la de Seth ya no corría peligro alguno. Todo había sido gracias a su pequeña men
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