Casados por Error
Casados por Error
Por: Tory Sánchez
Prefacio

Emma Collins echó un vistazo a su discreto maquillaje. Bajó del auto y caminó hacia el interior de la empresa de su prometido y próximamente su marido. Su relación con Nicholas Fisher, casi le cuesta la relación perfecta con su padre. Michael Collins.

—Señorita Collins —saludó el guardia de seguridad al pie del ascensor.

—Buenos días, Martín —correspondió el saludo con amabilidad.

Así era Emma Collins, amable y sincera.

—¿El señor Nicholas está en su oficina? —preguntó.

Le había llamado antes de salir de la empresa de su familia, quería darle una sorpresa y él había dicho que tenía mucho trabajo y que no se movería ese día de la oficina.

—Sí, claro que sí está.

Emma agradeció y con un semblante más que feliz se dirigió a la oficina de su novio. Nicholas y ella habían sido novios desde que tenían quince años, así que prácticamente solo les faltaba fijar la fecha para la boda e irse a vivir juntos.

Las puertas del ascensor se abrieron, Emma no se sorprendió al no encontrar a Angélica en su puesto, seguramente tenía mucho trabajo y de repente estuvo tentada a volver por donde llegó. No quería interrumpir.

Los ruidos extraños provenientes de la oficina de Nicholas, le hicieron desistir de marcharse y paso a paso se asomó hacia la puerta entreabierta.

—¡¡Nicholas!! —gritó al ver a su novio enterrado en el cuerpo de Angélica, su secretaria y su mejor amiga.

—¡Emma! —gritó apartándose de la mujer y subiéndose los pantalones con prisa.

Angélica se cubrió la desnudez con las manos antes de correr al baño privado de la oficina.

—Bonita, no es lo que parece —dijo atropelladamente el hombre.

—¿Qué no es lo que parece? ¿Crees que soy idiota? Sé lo que vi Nicholas y no quiero preguntar cuántas veces lo has hecho a mis espaldas. Pensé que me amabas —dijo luchando para contener las lágrimas que luchaban por abandonar sus ojos.

Su padre se lo había advertido. Le había dicho en más de una ocasión que Nicholas Fisher no era el hombre que ella necesitaba en su vida y no le había creído. Incluso Ryan Black le había dicho que ese hombre era un jugador y tampoco había tenido en cuenta su advertencia. En su lugar le había acusado de meterse en su vida y le había hecho más de una maldad para vengarse de él.

—Te quiero, Emma. Te juro que te quiero, pero siento que no te amo.

Emma lo miró como si lo viera por primera vez, mientras sentía como su corazón se contraía dentro de su pecho hasta el punto de asfixiarla.

—Escucha nena, podemos intentarlo, podemos casarnos y si no funciona podemos hacer una vida libre. Nuestro matrimonio es un gran negocio, y…

El golpe de una bofetada se escuchó en la oficina y el silencio que le siguió fue sepulcral. Emma miró con un resentimiento tan profundo a Nicholas, como nunca imaginó que podría hacerlo.

—¡Vete al diablo! —gritó enojada antes de girar y marcharse.

Nicholas Fisher maldijo en cuantos idiomas pudo recordar. Sus padres lo matarían si rompía el compromiso con Emma Collins, más cuando ellos estaban a un paso de la ruina.

—Te daré tiempo, bonita —dijo como sí no conociera el carácter vengativo de la joven heredera.

♦—♦—♦♦—♦—♦

 —No.

—¿No?

Ryan Black se quedó de piedra al escuchar la respuesta de la mujer y como todo un idiota repitió la pregunta.

—¿No?

—No. No puedo aceptar tu propuesta de matrimonio Ryan. Tengo planes y mi carrera se proyecta a Europa, lo siento.

Ryan se puso de pie tan lentamente que pareció una eternidad antes de erguirse en toda su altura.

Había pasado mucho tiempo antes de poder fijarse en una mujer y mucho más tiempo en amar. Clarise había sido la excepción, con ella pensó que tendría lo que su amigo tenía. Una familia e hijos.

—¿Estás segura?

—Dame un año, Ryan. Déjame probar suerte en el viejo mundo, es por lo que he trabajado todos estos años, está es mi oportunidad —expresó.

—¿Quieres tenerme en el banco de reserva en caso de fracaso? —preguntó guardando el anillo de compromiso en el bolsillo.

—No voy a renunciar a mi carrera por ti, no ahora. Soy una mujer joven, Ryan —dijo antes de girar sobre sus pies y dejar al hombre con el corazón destrozado.

¿Qué es lo que podía hacer un hombre de cuarenta años tras una ruptura?

¡Exacto!

¡Emborracharse para olvidar!...

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