Capítulo setenta y ocho. El sabor amargo de la libertad

Guillermo llevó a Richard a su oficina y luego pidió a uno de los enfermeros que trajera a Angélica. El doctor sabía que quizá era un error permitir esta visita, pero también quería medir la reacción de Angélica, saber hasta qué punto su recuperación era verdadera y firme. O si existía la posibilidad de que sucumbiera ante la presencia de su padre.

No obstante, Angélica no mostró ninguna reacción al ver a Richard frente a ella, su actitud fue casi indiferente.

—¡Hija mía! —exclamó Richard al mirar a Angélica, pero Guillermo le impidió acercarse más.

—¿Qué haces aquí, papá? —preguntó Angélica con una calma que impresionó no solo a Guillermo sino también a Richard.

—Vine a verte, lamento no haber llegado antes —expuso con una sonrisa falsa y peligrosa.

—No te disculpes, no es la primera vez que llegas tarde, ¿puedo ayudarte en algo? —preguntó.

—No creo que sea prudente hacer ese tipo de pregunta, Angélica —intervino Guillermo.

—Estoy bien —aseguró ella.

Guillermo asintió. Sin embargo, n
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