Capítulo ochenta y tres. Una dirección

Ryan sostuvo el cuerpo de Emma antes de que cayera al piso, la llevó hasta el sillón y dejó que las enfermeras le prestaran los primeros auxilios.

—Quédate con ella, Nat, y por favor no la dejes sola —pidió con el corazón hecho pedazos. No quería dejar a Emma sola, pero tampoco estaba dispuesto a quedarse y darle tiempo a quien se llevó a su hija de escapar.

Ryan salió corriendo por el pasillo, se fijó en las cámaras de seguridad y corrió al cuarto de controles.

—¿Señor? —el hombre de seguridad detuvo a Ryan muy cerca del cuarto.

—Déjeme pasar, por favor. Mi hija ha sido secuestrada en este hospital —dijo con aprehensión.

—Es imposible, estas cosas no suceden aquí, y…

—¡Maldita sea! Permítame revisar las jodidas cámaras de seguridad, o le juro que va a arrepentirse —gruñó Ryan dispuesto a golpear al hombre de ser necesario.

—Lo siento, señor, pero…

—Voy a demandarlos, ¡voy a arruinarlos! —gritó Ryan a punto de perder la compostura.

—Déjelo pasar —ordenó el doctor Anderson caminando en
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