La luz del sol iluminaba tenuemente la habitación mientras el aire estaba cargado de una tensión casi palpable. Isabella se paseaba cerca de la ventana, tras haber descubierto las intenciones de Rebeca. Su mente procesando las palabras de Rebeca mientras trataba de sofocar el torbellino de emociones que ésta había provocado en su interior.El deseo latente que Rebeca había encendido en ella seguía ardiendo, pero el resentimiento hacia Elena comenzaba a tomar fuerza, convirtiéndose en una necesidad casi visceral de vengarse. Rebeca, aún despojada de su ropa, se acercó con una sonrisa que mezclaba malicia y satisfacción. Sus ojos destellaban con la certeza de que había logrado plantar una semilla de intriga y complicidad en Isabella. —¿Lo ves, querida? —dijo Rebeca, inclinándose cerca de Isabella, su voz un susurro que acariciaba más que el oído. —Elena no es tan intocable como aparenta. Ese hijo es la clave para desenmascararla, y nosotras somos las únicas que podemos lograrlo. Isab
Isabella cerró la puerta con un giro rápido asegurándose de que no quedaran testigos. Giró hacia Rebeca, su mirada con una mezcla de emoción y preocupación. —Este Liam Evans puede ser tanto una bendición como una maldición. —murmuró Isabella, tamborileando los dedos sobre las sabanas.Rebeca, aun sosteniendo la carta original, se inclinó hacia adelante, su voz baja pero decidida. —Primero debemos investigar quién es y cuál es su conexión con Elena. No quiero que esto nos explote en la cara.Isabella asintió lentamente, pero su mente ya estaba a varios pasos adelante. —Podemos usar a uno de los asistentes de Amadeus para acercarnos a él. Ellos sabrán más sobre cualquier sombra en su pasado o quién podría ser lo suficientemente temerario como para amenazarlo.—Y mientras tanto. —agregó Rebeca con una sonrisa peligrosa. —haremos que Elena se acerque más a nosotras. ¿Entre la presión que siente por su embarazo y las grietas que ya muestra? Tarde o temprano se quebrará. —añadió Rebeca.—¿Y
Isabella se quedó en silencio por un momento, evaluando las palabras de Rebeca. Finalmente, asintió con determinación.—Tienes razón. ¡¿Si la carta ya no está en nuestras manos?! debemos centrarnos en encontrar a ese tal Liam Evans. Él es la clave para exponer a Elena y recuperar nuestra ventaja. Rebeca sonrió con satisfacción, sabiendo que había convencido a Isabella. —Conozco a alguien que puede rastrearlo. Liam no puede esconderse mucho tiempo. Isabella se inclinó hacia ella, su voz baja y conspiradora. —¿Y qué hay de Elena? ¿Qué harás si decide actuar primero? —Elena está atrapada en su propia red de mentiras. —respondió Rebeca con confianza y una sonrisa dibujada en su pálido rostro. —Probablemente esté buscando formas de ocultar su secreto o asegurarse de que Liam no diga nada. Eso nos da tiempo para adelantarnos. Mientras discutían sus planes, Elena conducía a toda velocidad por una carretera oscura, su mente en caos. La carta de Liam seguía en su bolso, las palabras grabad
La brisa helada de la madrugada envolvía el auto mientras Rebeca e Isabella regresaban a la mansión Blackwood. El silencio entre ellas estaba cargado de emociones contradictorias: satisfacción, ira y un deseo creciente de justicia. Isabella apretaba con fuerza el volante, como si quisiera descargar toda la tensión acumulada en el frío metal. Rebeca, sentada a su lado, no podía ocultar una sonrisa triunfal.—Finalmente lo sabemos todo —murmuró Rebeca, rompiendo el silencio. Sus ojos brillaban con un destello peligroso. —Elena ha cometido el error definitivo. Liam Evans es su amante, y ahora tenemos la pieza clave para destruirla.Isabella con su semblante más serio. —¡Esto es solo el comienzo! Elena sigue siendo una Blackwood, y Amadeus no la abandonará sin luchar. Debemos ser cautelosas. ¿Si ella sospecha que tenemos pruebas? Podría adelantarse y jugar sucio.Rebeca sonrió suavemente, un sonido cargado de sarcasmo. —¿Jugar sucio? Elena no tiene ni la mitad de nuestra astucia y fuerza.
Rebeca tomó la mano de Isabella con una delicadeza calculada, guiándola hacia el centro de la habitación. La tensión en el aire era palpable, cada movimiento cargado de intención. Sus ojos se encontraron, una batalla silenciosa entre el orgullo de Isabella y la indomable voluntad de Rebeca.—Sabes que no tienes escapatoria ahora, ¿verdad? —susurró Rebeca, su tono impregnado de una mezcla de dulzura y dominio.Isabella, lejos de mostrarse intimidada, alzó la barbilla desafiándola. —Nunca quise escapar, Rebeca. Estoy aquí porque lo decidí, no porque me hayas atrapado.Rebeca sonrió suavemente, pero en su risa había algo más que diversión. Había una promesa, un juramento no pronunciado. Se inclinó hacia Isabella, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. —Siempre he admirado esa fuerza en ti, Isabella. Es una de las razones por las que no puedo dejarte ir.Isabella sintió cómo su piel se erizaba al contacto, pero se mantuvo firme, mirando a Rebeca con un desafío apenas contenido.
Elena se apartó de Liam, aún con el sabor de su piel y el eco de sus caricias recorriendo su cuerpo. La brisa del bosque arrastraba el aroma de las hojas mojadas, mezclándose con el de ellos dos.Liam intentó sujetar la mano de Elena una vez más, pero ella retrocedió con un susurro apremiante. —No puedo quedarme más tiempo. Si alguien sospecha... —dijo Elena, con una mezcla de nostalgia y precaución en su voz. Liam asintió, sus ojos dorados cargados de emociones que no podía expresar. —Ten cuidado, Elena. No confío en ellas, Rebeca es la más peligrosa. Lo puedo sentir.Elena no respondió. Con un último vistazo al hombre que había encendido un fuego prohibido en su interior, se giró y emprendió su camino hacia la mansión Blackwood. El camino de regreso fue un torbellino de pensamientos. Había sido descuidada, y ser descubierta por Rebeca e Isabella no solo complicaba su situación, sino que también ponía en peligro todo lo que había planeado. Cada paso hacia la mansión era una lucha p
Nathaniel reprodujo el mensaje con el ceño fruncido, el tono desesperado de Liam capturando su atención al instante. Las palabras “traición” y “Elena” resonaron como un eco en su mente, encendiendo una chispa de curiosidad y desconfianza. Sin dudar, se puso en marcha hacia el claro del bosque, decidido a descubrir lo que Liam tenía que decirle. Al llegar, Nathaniel encontró a Liam esperando, con las manos en los bolsillos y la expresión tensa. La luna proyectaba sombras inquietantes a través de los árboles, envolviendo el encuentro en un aire de solemnidad. —Tú eres Liam Evans, ¿verdad? —preguntó Nathaniel, su voz firme pero controlada. Liam asintió, dando un paso adelante. —Sí, y tú debes ser Nathaniel Gray. Gracias por venir. Sé que lo que voy a decir podría costarme caro, pero no podía quedarme callado. Nathaniel cruzó los brazos, su mirada penetrante fija en Liam. —Habla rápido. No tengo tiempo para rodeos. Todo esto parece muy extraño, considerando que Isabella es en
Nathaniel llegó al jardín trasero de la mansión Gray, buscando la confrontación que había estado evitando. Allí estaba Rebeca, con un vestido de satén verde oscuro, su semblante altivo mientras inspeccionaba las flores recién arregladas. Sin preámbulos, Nathaniel se acercó con determinación. —Necesitamos hablar, Rebeca. —Su tono era frío, casi cortante. Ella se giró lentamente, arqueando una ceja. —¿A qué se debe tu humor, querido hermano? —sonrió con sarcasmo. Nathaniel no perdió tiempo. —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te has confabulado con Isabella para exponer a Elena y arrastrar su reputación por el suelo? Rebeca dejó escapar una risa corta y despectiva. —¿De verdad estás tan cegado por esa mujer que no puedes ver la verdad? Elena es un problema, Nathaniel. Está casada con Amadeus, lleva un hijo del cual Amadeus con toda certeza no es el padre y aun así caminas detrás de ella como un perro perdido. La mandíbula de Nathaniel se tensó, pero su voz se mantuvo firme. —Lo que haga