Rebeca tomó la mano de Isabella con una delicadeza calculada, guiándola hacia el centro de la habitación. La tensión en el aire era palpable, cada movimiento cargado de intención. Sus ojos se encontraron, una batalla silenciosa entre el orgullo de Isabella y la indomable voluntad de Rebeca.—Sabes que no tienes escapatoria ahora, ¿verdad? —susurró Rebeca, su tono impregnado de una mezcla de dulzura y dominio.Isabella, lejos de mostrarse intimidada, alzó la barbilla desafiándola. —Nunca quise escapar, Rebeca. Estoy aquí porque lo decidí, no porque me hayas atrapado.Rebeca sonrió suavemente, pero en su risa había algo más que diversión. Había una promesa, un juramento no pronunciado. Se inclinó hacia Isabella, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. —Siempre he admirado esa fuerza en ti, Isabella. Es una de las razones por las que no puedo dejarte ir.Isabella sintió cómo su piel se erizaba al contacto, pero se mantuvo firme, mirando a Rebeca con un desafío apenas contenido.
Elena se apartó de Liam, aún con el sabor de su piel y el eco de sus caricias recorriendo su cuerpo. La brisa del bosque arrastraba el aroma de las hojas mojadas, mezclándose con el de ellos dos.Liam intentó sujetar la mano de Elena una vez más, pero ella retrocedió con un susurro apremiante. —No puedo quedarme más tiempo. Si alguien sospecha... —dijo Elena, con una mezcla de nostalgia y precaución en su voz. Liam asintió, sus ojos dorados cargados de emociones que no podía expresar. —Ten cuidado, Elena. No confío en ellas, Rebeca es la más peligrosa. Lo puedo sentir.Elena no respondió. Con un último vistazo al hombre que había encendido un fuego prohibido en su interior, se giró y emprendió su camino hacia la mansión Blackwood. El camino de regreso fue un torbellino de pensamientos. Había sido descuidada, y ser descubierta por Rebeca e Isabella no solo complicaba su situación, sino que también ponía en peligro todo lo que había planeado. Cada paso hacia la mansión era una lucha p
Nathaniel reprodujo el mensaje con el ceño fruncido, el tono desesperado de Liam capturando su atención al instante. Las palabras “traición” y “Elena” resonaron como un eco en su mente, encendiendo una chispa de curiosidad y desconfianza. Sin dudar, se puso en marcha hacia el claro del bosque, decidido a descubrir lo que Liam tenía que decirle. Al llegar, Nathaniel encontró a Liam esperando, con las manos en los bolsillos y la expresión tensa. La luna proyectaba sombras inquietantes a través de los árboles, envolviendo el encuentro en un aire de solemnidad. —Tú eres Liam Evans, ¿verdad? —preguntó Nathaniel, su voz firme pero controlada. Liam asintió, dando un paso adelante. —Sí, y tú debes ser Nathaniel Gray. Gracias por venir. Sé que lo que voy a decir podría costarme caro, pero no podía quedarme callado. Nathaniel cruzó los brazos, su mirada penetrante fija en Liam. —Habla rápido. No tengo tiempo para rodeos. Todo esto parece muy extraño, considerando que Isabella es en
Nathaniel llegó al jardín trasero de la mansión Gray, buscando la confrontación que había estado evitando. Allí estaba Rebeca, con un vestido de satén verde oscuro, su semblante altivo mientras inspeccionaba las flores recién arregladas. Sin preámbulos, Nathaniel se acercó con determinación. —Necesitamos hablar, Rebeca. —Su tono era frío, casi cortante. Ella se giró lentamente, arqueando una ceja. —¿A qué se debe tu humor, querido hermano? —sonrió con sarcasmo. Nathaniel no perdió tiempo. —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te has confabulado con Isabella para exponer a Elena y arrastrar su reputación por el suelo? Rebeca dejó escapar una risa corta y despectiva. —¿De verdad estás tan cegado por esa mujer que no puedes ver la verdad? Elena es un problema, Nathaniel. Está casada con Amadeus, lleva un hijo del cual Amadeus con toda certeza no es el padre y aun así caminas detrás de ella como un perro perdido. La mandíbula de Nathaniel se tensó, pero su voz se mantuvo firme. —Lo que haga
En los meses que siguieron al nombramiento de ambos como CEOs y Alphas, Nathaniel y Amadeus comenzaron a dividirse las responsabilidades para expandir el imperio bancario de cada familia.Nathaniel, siempre estratégico y diplomático, abogaba por formar alianzas sólidas con los bancos europeos, buscando acuerdos que beneficiaran a ambas partes y aseguraran la estabilidad económica en cada país. Amadeus, por otro lado, ocultaba sus verdaderas intenciones tras una fachada de colaboración, mientras comenzaba a implementar un plan muy diferente.En las oscuras oficinas de Ámsterdam, Amadeus utilizaba su forma lobina para intimidar a los directores de los bancos holandeses. Su transformación, imponente y amenazante, con ojos rojos brillando como brasas, dejaba claro que no estaba dispuesto a negociar. Las sombras proyectadas por su figura de lobo plateado con vetas oscuras parecían engullir la sala, mientras su voz retumbaba con una autoridad que helaba la sangre de sus víctimas.—¡Aceptará
La lujosa oficina de Amadeus Blackwood estaba iluminada por una tenue luz dorada cuando el señor Morgan entró, con porte firme y mirada calculadora. Era un hombre que inspiraba respeto, incluso en alguien tan ambicioso como Amadeus. Sin embargo, hoy, en esa habitación, el equilibrio de poder estaba a punto de cambiar. —Señor Blackwood, su invitación fue bastante… intrigante. —dijo el señor Morgan, tomando asiento frente al imponente escritorio de Amadeus. —Espero que tenga algo realmente valioso que ofrecer. Amadeus inclinó ligeramente la cabeza, mostrando una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —¡Por supuesto, señor Morgan! Lo que le propongo es simple, consolidemos nuestras fuerzas. Una fusión entre los bancos Morgan y Blackwood sería imparable. Juntos, dominaríamos no solo este país. ¡Sino toda Europa!El señor Morgan dejó escapar una risa seca, entremezclada con incredulidad. —¿Fusión? —repitió, con tono burlón. —Permítame ser claro, joven Blackwood. Los Morgan no necesitan conso
Thomas Morgan regresó a su mansión con el peso de la desesperación sobre sus hombros. En su despacho, repasó el contrato que Amadeus le había entregado, un documento que garantizaba la estabilidad financiera de su familia, pero a un precio que jamás habría considerado en circunstancias normales. El matrimonio de su única hija, Elena, con Amadeus Blackwood. Era su única salida.Aquella noche, Elena lo encontró sentado frente al fuego, con el rostro envejecido por la tensión. —¿Padre? —dijo, acercándose con preocupación. —¿Qué ocurre? Te ves inquieto.Thomas levantó la mirada, esforzándose por mantener la compostura. —Elena, quiero hablar contigo sobre algo importante... Una oportunidad que puede salvarnos a todos. —Sus palabras estaban cargadas de una mezcla de tristeza y esperanza, una dicotomía que Elena no pasó por alto.Ella tomó asiento frente a él, inquieta. —¿De qué se trata?Thomas respiró hondo y comenzó a explicar, omitiendo, por supuesto, los detalles más oscuros de su encue
Desde aquel fatídico día en que Thomas Morgan se reunió con Amadeus para sellar el acuerdo matrimonial con su hija, las reuniones se hicieron más frecuentes. Una en particular, a instancias de Oliver Blackwood, trajo un giro inesperado. El patriarca de los Blackwood, desconfiado de las decisiones de su hijo, exigió renegociar los términos del convenio con los Morgan. Thomas, atrapado entre las amenazas de Amadeus y la presión de Oliver, aceptó términos aún más desfavorables, que condenaron a su familia a la quiebra definitiva. A pesar de su desdicha, Thomas guardó el secreto, incapaz de confesar a Elena o a nadie más las verdaderas circunstancias en las que se acordó su matrimonio. Para él, proteger a su hija de la crueldad de Amadeus y asegurar al menos un rayo de esperanza para su familia valía cualquier sacrificio personal. Sin embargo, las noticias del compromiso no tardaron en extenderse, llegando primero a oídos de Nathaniel Gray, amigo de Amadeus y un destacado jugador en el