Myriam frunció los labios, hizo un puchero, tomó su bolso y abrigo, antes de salir con su esposo, ambos se acercaron a la habitación de Tony, el pequeño estaba dormido, y Anne se iba a quedar a cargo. —Cualquier cosa nos llamas —advirtió Myriam. —No te preocupes, queda en buenas manos —respondió Anne. Gerald acarició la cabeza de su hijo. —Estaremos pendiente de cualquier cosa —le dijo a su ama de llaves. Ella asintió y enseguida la pareja salió de la casa, el chofer les abrió la puerta del Range Rover y de inmediato salió de la mansión, recorriendo varias avenidas, los condujo a la pista privada de la familia. Myriam se sorprendió, observó a Gerald y luego el aeropuerto. —¿A dónde vamos? —indagó. Él ladeó los labios. —A París, cenaremos frente a la torre Eiffel —comunicó. Myriam abrió los labios, sin poder creerlo. —¿Francia? ¿Cena? —Se llevó la mano a la boca—, nunca he estado ahí. ¿Te volviste loco? —indagó. Gerald ladeó los labios, le acarició la mejilla.
—¡Maldición! —gruñó y cuando se disponía a ir hacia las escaleras, sintió como las manos de esa mujer la tomaron del cabello. —¿A dónde crees que vas? —cuestionó. Myriam sintió su corazón palpitar, reconoció esa voz era: Bianca. —¡Suéltame! —gritó Myriam. —¡Auxilio! —exclamó con voz fuerte. Bianca carcajeó. —Querida, solo estamos tú y yo, y tenemos que arreglar cuentas —mencionó. —No tengo nada que hablar contigo. Myriam con su codo golpeó el abdomen de Bianca, y salió corriendo hacia las escaleras de emergencia, con sus manos temblorosas, buscó su móvil, marcó a su escolta, sin embargo, retrocedió al ver a un corpulento hombre que no la dejó seguir, de la impresión soltó el teléfono. —No dejes que se vaya —gritó casi sin aliento Bianca. Myriam tembló, miró al sujeto, y se estremeció. —No me hagas daño, yo tengo más dinero, te pago el doble si me ayudas —suplicó con voz temblorosa—. Mi marido es muy poderoso… No avanzó a concluir cuando Bianca volvió a tomarla del ca
Casi dos horas después Gerald empezó a recobrar el conocimiento, al abrir sus ojos lo primero que hizo fue preguntar por su mujer, aunque no recordaba lo sucedido en el hotel. —Tranquilo —le dijo una enfermera, al verlo tan alterado—, cálmese, vamos a avisar a sus familiares. Enseguida la chica salió y avisó a Helena que Gerald había despertado. Ella de inmediato se puso de pies, miró a Connor con angustia, pues no sabía cómo decirle lo de Myriam. La mujer inhaló profundo, y se armó de valor, apoyada en el brazo de su abogado, entró a la habitación. —¡Hijo! —exclamó con la voz entrecortada, se aproximó a él y lo abrazó. —¿Cómo te sientes? —cuestionó. Gerald recibió con agrado el gesto de cariño de su madre. —Me siento algo confundido, mareado, tengo mucha sed, ¿en dónde está Myriam? —indagó con angustia. —¿Por qué no está con ustedes? —investigó. Helena deglutió la saliva con dificultad. Le acarició la mejilla. —Fueron víctimas de un atentado —comentó carraspeando—, te
—Tienes orden de captura —masculló Raymond, leyendo con su mirada oscurecida la nota de la prensa. —¡Hiciste las cosas a tu manera! —gruñó, negando con la cabeza. Bianca rodó los ojos, encogió los hombros. —Eres un mal agradecido, queríamos causarles dolor, y lo hicimos. —Ladeó los labios—, aunque hubiera deseado que ella también muriera —masculló—, pero ya habrá otra oportunidad. La mirada de Raymond se enfocó en la desquiciada mujer. —¡No puedes salir! —gritó. —¿No te das cuenta? —vociferó. Bianca carcajeó. —Hay maneras de salir sin que me reconozcan, pero no soy tan idiota, esperaré un tiempo, y volveremos a atacar —expresó irguiendo la barbilla—. Gerald pagará caro el haberse fijado en esa simple mujer —espetó cerrando con fuerza sus puños. ****Varias hojas secas volaban con el viento otoñal, Myriam recostada en un camastro en la terraza observaba con la mirada llena de melancolía aquel paisaje. Su pecho aún dolía, la sensación de vacío no se disipaba, por más que intenta
—Señora, lamento informarle que usted ya no pertenece al club. Isis frunció el ceño de un solo golpe se puso de pie. —Estoy al día en las mensualidades, soy un miembro distinguido —refutó encolerizada. —Eso es verdad —balbuceó el joven—, pero las damas, hicieron una votación, y la expulsaron. Isis apretó los puños. —¿Por qué me expulsaron viejas hipócritas? —gruñó enfrentándose a ellas. La presidente del club se puso de pie. —En este sitio siempre aceptamos a personas de moral intachable —indicó—, y tú no lo eres, durante años nos hicieron creer que sostuviste un amorío con Edward, luego que se divorció de Helena, pero no fue así, fuiste su amante —declaró—. Y tu hermana ahora es una prófuga de la justicia. La respiración de Isis se volvió irregular, apretó los dientes. —¿Moral intachable? —cuestionó mofándose—, varios de sus maridos me han hecho propuestas indecorosas, seguramente aburridos de tener a la misma cacatúa en casa. —Ladeó los labios—, regresaré a este sitio, me c
Tres meses después. —¿Cómo van las cosas? —indagó Elsa a Myriam. Esa mañana se habían reunido para desayunar en un restaurante. Myriam presionó sus labios. —No dejo de sentir miedo —confesó, miró su plato y la voz se le quebró—. He intentado ser fuerte, pero cuando Gerald quiere tocarme, no puedo complacerlo, desde ese día, no hemos tenido intimidad —declaró. Elsa se aclaró la voz. —El miedo es normal, pero si está afectando tu vida sexual, deberías buscar un especialista —recomendó—, sé que tu esposo es comprensivo y te ama, pero no creo que le agrade la idea de no tener relaciones con su mujer. Myriam clavó su verdosa mirada en su amiga. —Tengo miedo de perderlo. —Suspiró—, pero también esta opresión en el pecho, no quiero hacerme ilusiones, cuando tú misma dijiste que no volvería a quedar embarazada —masculló apretando los labios. Elsa comprendió la angustia y el temor de su amiga. —Deberías relajarte más y dejar de pensar en el embarazo, siempre te has obsesionado en ese
—¿Y qué piensas hacer con respecto a tu esposa? —indagó Kevin—, tengo unas amiguitas…Gerald lo observó con seriedad. —Sabes bien que no soy infiel, jamás engañaría a mi mujer —enfatizó y arrugó el ceño—, quizás debamos buscar ayuda profesional, no lo sé. —Se agarró el cabello—, aunque ella dice que todo está bien, siento que no, lo que sucedió la marcó para siempre. —Suspiró. —Buenas tardes —dijo sonriente Myriam, ingresando a la oficina de su esposo. Kevin elevó una ceja y observó a Gerald. —Hola —saludó a la esposa de su amigo. Se puso de pie y besó su mejilla—. Te ves muy bien. Myriam rodó los ojos. —Creo que voy a implementar las clases de tiro en esta empresa —bromeó. Kevin abrió sus ojos de par en par, y luego miró a Gerald. —¡Chismoso! —recriminó. Myriam carcajeó. Gerald ladeó los labios. —¿Nos dejas solos? —propuso a Kevin. —Con gusto, jefa —dijo él y abandonó la oficina. Myriam se aproximó a la puerta y cerró con llave. Gerald permanecía serio, seguía trabajando
—¡Él no! —exclamó Helena horrorizada, su rostro palideció y se desmayó. —¡Mamá! —dijo Gerald y la sostuvo en sus brazos. Minutos antes desayunaban en familia, reían y charlaban amenamente junto a Myriam y Tony. Hasta que el teléfono sonó. Mientras Gerald se encargaba junto a Anne de asistir a Helena, Myriam tomó el teléfono. —¿Qué ocurre? —indagó al otro lado de la línea. —El doctor Connor Evans está muy grave —dijo la voz de una chica—, hablo desde el hospital, tenía en su saco una tarjeta con el número de la señora Helena. Myriam abrió sus ojos con amplitud, se estremeció ante la noticia. —Ya vamos para allá —indicó y anotó el nombre del centro hospitalario. —¡Mamá, reacciona! —solicitó Gerald pasando frente a la nariz de su madre un algodón empapado de alcohol. Helena parpadeó, carraspeó y entonces recordó el motivo de la llamada. —¡Connor! —sollozó. —¿Qué ocurre? —vociferó Gerald arrugando el ceño. Myriam se aclaró la garganta. —Parece que tuvo un accidente, no lo sé,