¿Qué hará Gerald para que Myriam lo disculpe? No olviden las reseñas.
En algún lugar de Estados Unidos, una mujer de edad media, se quedó congelada al leer en la primera página de un diario, sobre la boda de Gerald Lennox y Myriam Bennett. —No puede ser —balbuceó temblorosa, sacó de su billetera unas monedas y compró el periódico. Agitada, caminaba a toda prisa por las calles de aquel pueblo, hasta llegar a su casa, cuando entró azotó la puerta y se recargó en la madera, inhalando profundo. —¿Qué te sucede mujer? —indagó su pareja, un hombre de cabello cano y mirada verdosa. —¿Te asaltaron? —cuestionó al ver el semblante de la dama lleno de palidez—. Caroline, ¿qué te ocurre? —bramó. —¡Mira esto! —exclamó horrorizada. Arthur tomó el diario, se colocó los lentes que colgaban sobre su pecho, leyó la nota, y se dejó caer en un sillón. —No es posible —balbuceó—, mi hija, casada con el hijo de ese hombre…—Esto debe ser una pesadilla —comentó Caroline tomando asiento en un sillón frente a él—, parece que tu hijita salió igual a ti de infiel, y que tuvo
Myriam se hallaba dormida en la alcoba, descansaba plácidamente, cuando Gerald llegó a la suite. Con pasos lentos se aproximó a la cama, mientras su corazón iba acrecentando el ritmo, parpadeó al ver el semblante lleno de palidez de su esposa. Se sentó a su lado y retiró varios mechones del cabello de Myriam, con la yema de sus dedos acarició su rostro. Myriam se removió al sentir aquellas caricias, abrió sus párpados y sus ojos se encontraron con la fría y melancólica mirada de su esposo. —¿Te sientes bien? —cuestionó. —¿Deseas regresar a casa? —indagó. Myriam se reflejó en su azulada mirada, y su corazón se agitó. —Estoy bien, no te preocupes, no estoy acostumbrada a lugares tan altos —indicó, y entonces miró las ventanas y se dio cuenta que había anochecido y que él estaba cambiado de ropa. —¿Saliste? —indagó frunciendo el ceño. —Fui a colocar la denuncia —informó—, según la declaración de aquel sujeto, intentaba robarte, pero… tengo mis propias sospechas. Myriam se sentó d
Bianca frunció la nariz, observó con una ceja arqueada a la mujer que trabajaba en casa de Gerald. —¿Qué es esto? —cuestionó al ver que le entregaba un folder. —Léalo usted misma, señora —propuso la chica. Bianca abrió la carpeta, sus ojos se abrieron con amplitud. —No tendremos intimidad —empezó a leer—, enviarte flores, chocolates. —Sacudió su cabeza. —¿Qué es esto? —cuestionó. —Parece que un contrato entre el señor Gerald y su esposa. —Sonrió la chica—, usted me pidió que esculcara todo, lo encontré en las cosas de ella, pero no se preocupe, estos documentos son copias, el original lo dejé en su sitio —indicó. La mirada de Bianca brilló, y su corazón abrigó absurdas esperanzas. —¡Yo lo sabía! —exclamó llena de júbilo—. Gerald me ama, es lógico, se está desquitando, pagándome con la misma moneda —mencionó sonriente. —Descubrí cosas extrañas —mencionó la chica—, la ropa y demás objetos de la señora están en otra habitación, en la del niño, parece que cumplen al pie de
Urubamba- Perú. Myriam abrió los ojos al sentir los rayos del sol acariciando sus mejillas, se sorprendió al ver que su esposo no estaba a su lado. Se puso de pie y cuando lo iba a buscar lo miró en la terraza, de espaldas a ella, con las manos en los bolsillos, contemplando las montañas. Se acercó sin hacer ruido y lo sorprendió rodeándolo con sus brazos. —¿Madrugaste? —indagó ella bromeando. Él le acarició las manos, sin moverse del sitio. —No podía dormir, después de lo sucedido, no quise despertarte —comentó inhalando el aire fresco. —¿Quieres hablar sobre eso? —cuestionó Myriam. Gerald giró y la abrazó contra su pecho. —Por ahora no —comentó con sinceridad—, es nuestro último día en este lugar, y deseo que lo pases de maravilla —recalcó. Myriam elevó una de sus cejas. —¿Y qué tienes en mente? —cuestionó rodeándolo con sus brazos. Gerald sonrió con amplitud. —Bueno, lo que estoy pensando. —Se mojó los labios y la recorrió con los ojos—, es posible que no s
—Ha sido maravilloso todo —dijo Myriam, luego de haber compartido la cena junto a Alex y María Dolores—, fue un placer conocerlos. Lolita le brindó una sonrisa. —A nosotros nos dio gusto tenerlos en el hotel, espero no sea la única vez que lo visitan —indicó. —Claro que no, con anfitriones como ustedes, la próxima vez nos hospedaremos solo en hoteles del grupo Vidal Espinoza —mencionó Gerald, tomando de la cintura a Myriam, pegándola a su lado. —Eso espero —respondió Alex, y luego le entregó una tarjeta a Gerald—. Estos son los datos de mi prima, ella es la persona encargada de las exportaciones de café. La azulada mirada de Lennox, se enfocó en las letras de esa tarjeta: —María Luisa Duque, gerente de negocios internacionales. Consorcio colombiano de café: Alma mía —expresó, asintió, y la guardó en el bolsillo de su chaqueta—, espero poder hacer negocios con ellos —aseveró. —Anhelo lo mismo —contestó Alejandro. Myriam se acercó a Lolita, se despidió de ella con un abr
—¡Gerald! —gimió Myriam percibiendo en su cuerpo fuertes llamaradas que avivan el fuego en su interior. —Eres preciosa —murmuró él al oído de su mujer, mientras se fundía en ella una y otra vez. Myriam balanceó sus caderas al mismo ritmo de sus envites, él la apretó más a su cuerpo, profundizando el ritmo, llegando a lo más recóndito de sus entrañas. Besó sus labios, su garganta, lamió uno de sus pezones. Ella se retorció de placer, susurraba en suaves gemidos el nombre de él, entonces lo abrazó con brazos y piernas, sintiendo su pecho agitado, y un mar de sensaciones que le nublaban hasta el pensamiento. —Me has hecho mucha falta —susurró él en el oído de su mujer. —También tú a mí —contestó ella con sinceridad, le acarició la mejilla con ternura. Él unió su frente a la de Myriam, su corazón palpitaba agitado, el roce de sus caderas aumentó, y ella se balanceó recibiendo gustosa cada embestida. —Te necesito —declaró él. Ella supo de inmediato que no se refería solo a
—¿Desea ayuda, señora Myriam? —indagó la joven empleada de quién sospechaban al día siguiente. Myriam ladeó los labios, sonrió para sus adentros. —Por favor —solicitó. —Saca la ropa de mi esposo de esos cajones, necesito espacio para la mía —indicó. —Claro, señora —contestó la chica—, no quiero ser indiscreta, no comprendo por qué sus cosas estaban en la otra habitación —murmuró. —Entiendo —dijo Myriam sonriente—, lo que pasa que a Gerald no le agradan los cambios, tiene sus secretos en esos cajones, no le gustan que muevan sus cosas, no quise invadir su espacio, hasta estar casados —respondió. —Hace bien —respondió la chica y empezó a sacar las camisas de él. —Voy a traer mis cosas —avisó Myriam, su propósito era dejar sola a la empleada. La muchacha de servicio sacaba las prendas, y en uno de esos cajones encontró un sobre dirigido a Bianca. Abrió sus ojos de par en par, y de inmediato se asomó a la puerta, para verificar que Myriam no la estuviera observando. Enseguid
—Ya llegó —dijo Amanda desesperada observando desde la ventana de las oficinas de la multinacional a su jefe—, apaguen la música, dejen de comer —ordenó. Todos volvieron a sus lugares con premura, y empezaron a realizar sus labores como siempre. Gerald salió del elevador con profunda seriedad. —Buenos días, señor —saludó Amanda con una sonrisa—Bienvenido. —¿Qué tenemos pendiente? —indagó, y carraspeó recordando su trato con Myriam—. Buenos días, gracias por la bienvenida. Los labios de Amanda se separaron, y sus ojos se abrieron con amplitud. Parpadeó sorprendida, esbozó una sonrisa. —Debe firmar el presupuesto para la campaña de publicidad del lanzamiento del cereal en los supermercados —informó—. El señor Kevin lo espera en la oficina —indicó. Gerald asintió y caminó en dirección a su despacho, mientras Amanda lo seguía detrás, entonces detuvo el paso y giró. —¿Cómo sigue tu papá? —indagó. Amanda ladeó los labios. —Mucho mejor —respondió conmovida—, gracias por pr