Helena se soltó de los brazos de Connor. —No es lo que estás pensando, hijo —se disculpó. Gerald con la misma frialdad de siempre, la observó. —¿Tengo motivos para pensar mal? —cuestionó elevando una de sus cejas. —Claro que no —contestó Connor. —¿Cómo has pasado, Gerald? —indagó. El joven dejó salir el aire que estaba conteniendo. —Bien gracias —respondió—, hace años que no vienes a esta casa. ¿Hay algún problema legal? —cuestionó. Helena observó a Connor, suplicó con la mirada que no le comentara a su hijo que estaba indagando sobre el accidente. El abogado se aclaró la garganta. —Es una visita de cortesía —comentó—. Myriam es una gran chica, me da gusto que se haya separado de Raymond, y sea tu esposa —mencionó intentando romper el hielo. Gerald arqueó ambas cejas. —¿La conoces? —Por supuesto, he trabajado con ella, es una mujer muy inteligente, sean felices —recomendó. —Gracias —respondió Gerald con sinceridad—. Vine buscando a Myriam, me dijo que estaría a
—Ya está más tranquilo, esperemos no se vuelva a alterar —avisó Gerald, y centró su atención en la mujer con la que su esposa charló segundos antes. —¿Te estaba ofendiendo? —indagó con seriedad al darse cuenta de que era Kendra Wilson. —Todo bien —respondió Myriam y sonrió—. Vamos —solicitó. Esta vez Anthony lloró cuando lo pincharon para sacarle sangre, pero ya no estuvo tan alterado como al principio. Luego de que el médico obtuvo los resultados, los invitó a pasar al consultorio. La pareja junto al niño entró y tomaron asiento. El médico revisó a Tony con atención, y luego enfocó su mirada en el computador, elevaba sus cejas, y asentía. —¿Sucede algo malo? —indagó Gerald en tono serio. —No, al contrario, el conteo de plaquetas ha aumentado, es decir el tratamiento está funcionando muy bien —mencionó—, además veo que tienen cuidado con él, no ha presentado infecciones, es importante, aunque sus defensas están en aumento, no podemos descuidarnos —informó. —Eres un campeón
El día de la reunión con los empleados de la multinacional había llegado. Myriam revoloteaba de un lado a otro, ultimando detalles. —Esa muchacha es un ángel —murmuró Helena conmovida, hacía mucho que no veía a los trabajadores de la empresa, su corazón se agitaba cada vez que uno de ellos la reconocía y la saludaba con entusiasmo. —Myriam y Tony son lo mejor que nos ha pasado —dijo Anne—. Solo, mire el rostro de Gerald. —Señaló con su mano—. Hace tanto que no lo veía sonreír. Helena observó a su hijo, quien sostenía en sus brazos a Tony y jugaba con él. Notó como la mirada le brillaba, y sus labios perfilaban una sincera sonrisa, se veía feliz y eso alegraba el alma de aquella mujer. **** —Me da tanto gusto volver a verte Jeremy —expresó Myriam sonriente, observó al chiquillo con ternura. Rememoró cuando lo cuidaba. —No volviste a visitarme —reclamó el pequeño arrugando el ceño y cruzándose de brazos. Myriam se inclinó a su misma altura. —No pude, mi niño se enfermó, es
Gerald asintió, agradeció con sinceridad y prosiguió: —Sophia eres la mejor relacionadora pública que puede tener la empresa, tienes mucha creatividad y talento —enfatizó observando a los ojos a la chica. La joven deglutió la saliva con dificultad. —Gracias jefe —contestó. —Kevin eres un…—Presionó los labios para no reír—, admiro tu ingenio para solucionar el caos, eres muy hábil para los negocios, y para conquistar a las mujeres —bromeó. Todos carcajearon al escuchar lo último que dijo Gerald. —Eres un ogro —rebatió Kevin—, pero Myriam te hizo el exorcismo y te sacó el demonio que llevabas dentro, y ahora eres tan dulce y dócil. —Soltó una risotada. Los empleados reunidos carcajearon sin poder evitarlo. Gerald rodó los ojos, ignoró los comentarios de su mejor amigo y prosiguió: —Señor Lewis, gracias por dedicar la mitad de su vida a esta empresa, y por mantener el orden y el aseo, usted es tan importante en esta compañía como uno de los altos ejecutivos, además nadie de
El día que tanto Gerald había querido evadir llegó. Era sábado por la tarde, había quedado con Helena reunirse en la palapa frente al lago. Además, solicitó que Myriam estuviera presente. Él se adelantó minutos antes, necesitaba estar solo. Viejos recuerdos rondaban por su memoria, las palabras hirientes de su padre parecían hacer eco, respiraba agitado, intentando controlar toda esa marea de emociones, odiaba sentirse así, presionó con fuerza el barandal de madera, no sabía por dónde, ni cómo empezar la charla con su madre. Escuchó pasos y su corazón latió con violencia, ese aroma a nardos, anunciaba la llegada de su madre, deglutió la saliva con dificultad. —Ya estoy aquí —dijo la mujer. Ella también se sentía nerviosa, percibía una opresión en el pecho, y ansiaba poder liberarla. Tomó asiento en uno de los sillones, entrelazó sus manos, ansiosa. Gerald giró, su rostro se mostraba impasible, su mirada era fría. Helena tembló. —Le pedí a Myriam que estuviera presente —indic
Myriam limpió con el dorso de su mano su llanto, escuchar el dolor de madre e hijo, la hizo reflejarse en el suyo propio. Helena al ver a su hijo llorar se puso de pie, estuvo tentada a tocarlo, pero no sabía si él iba a aceptar su consuelo. Sabía bien que no le agradaba. —Ese accidente nos cambió la vida —susurró Helena. Gerald inspiró profundo. —Ese maldito día hubiera querido morir —declaró—, darle gusto a Edward, quizás hubiera sido lo mejor, pero sobreviví para escuchar sus reproches, sus reclamos, me culparon sin darme la oportunidad de defenderme —bramó respirando agitado—, hace días lo recordé, y soy inocente, fue Henry el que se golpeó, yo era incapaz —rugió, y le narró a Helena los hechos. La madre se llevó las manos al rostro, sus piernas flaquearon. Myriam se puso de pie y corrió a sostenerla, la llevó a sentarse a un mueble. —¿Qué clase de monstruo era Henry? —se cuestionó soltando su llanto desesperado. —Siempre dudé de la paternidad de mi padre —enfatizó f
Manizales - Colombia. —Señorita Malú —interrumpió su paso la asistente de ella—, hay un señor que desea verla. María Luisa frunció el ceño. —¿Tiene cita conmigo? —cuestionó. Fátima negó con la cabeza. —Es un señor que viene desde Chicago, y desea proponerle un negocio —informó. Malú asomó su cabeza a través del pasillo, y observó a aquella persona, jamás lo había visto. Se veía un empresario importante, pero no podía confiar. —¿De Chicago? —indagó colocando su dedo índice cerca de la comisura de los labios pensativa—. Lo voy a atender en la sala de espera, quizás es el amigo de mi primo, en todo caso, estate pendiente —ordenó. La joven asistente asintió y se retiró a su escritorio. Con paso firme, Malú caminando con la seguridad que la caracterizaba, se acercó al caballero. —Buenos días —saludó. El hombre dejó de observar su móvil, y enfocó su vista en la hermosa mujer, la recorrió de pies a cabeza, clavando sus ojos en la mirada de ella. Se puso de pie, ladeó l
Las puertas del elevador de las oficinas de industrias Lennox se abrieron, de él salió una elegante y atractiva mujer, de largas y esbeltas piernas, cintura estrecha, caderas firmes. Era alta, distinguida, caminaba con garbo y seguridad. Los labios de varios empleados se abrieron en una gran O al verla pasar. Iba enfundada en un corto vestido de gaza tipo sastre verde, sus pies calzaban unos botines de gamuza negros, llevaba un abrigo de paño encima. —Buenos días, busco a Gerald Lennox, soy María Luisa Duque, gerente de exportaciones del consorcio colombiano de café: Alma mía —expresó con firmeza. La quijada de Amanda fue a parar al piso al ver que aquella mujer de impresionante belleza buscaba a su jefe. —La está esperando —indicó, y con los dedos temblorosos marcó la extensión de su jefe—. Señor, ya está aquí la persona que está esperando —informó. —Gracias —respondió Gerald y colgó la llamada, dejando a Amanda sin saber qué hacer. —Ya la hago seguir —expresó. «Esto no