Gerald asintió, agradeció con sinceridad y prosiguió: —Sophia eres la mejor relacionadora pública que puede tener la empresa, tienes mucha creatividad y talento —enfatizó observando a los ojos a la chica. La joven deglutió la saliva con dificultad. —Gracias jefe —contestó. —Kevin eres un…—Presionó los labios para no reír—, admiro tu ingenio para solucionar el caos, eres muy hábil para los negocios, y para conquistar a las mujeres —bromeó. Todos carcajearon al escuchar lo último que dijo Gerald. —Eres un ogro —rebatió Kevin—, pero Myriam te hizo el exorcismo y te sacó el demonio que llevabas dentro, y ahora eres tan dulce y dócil. —Soltó una risotada. Los empleados reunidos carcajearon sin poder evitarlo. Gerald rodó los ojos, ignoró los comentarios de su mejor amigo y prosiguió: —Señor Lewis, gracias por dedicar la mitad de su vida a esta empresa, y por mantener el orden y el aseo, usted es tan importante en esta compañía como uno de los altos ejecutivos, además nadie de
El día que tanto Gerald había querido evadir llegó. Era sábado por la tarde, había quedado con Helena reunirse en la palapa frente al lago. Además, solicitó que Myriam estuviera presente. Él se adelantó minutos antes, necesitaba estar solo. Viejos recuerdos rondaban por su memoria, las palabras hirientes de su padre parecían hacer eco, respiraba agitado, intentando controlar toda esa marea de emociones, odiaba sentirse así, presionó con fuerza el barandal de madera, no sabía por dónde, ni cómo empezar la charla con su madre. Escuchó pasos y su corazón latió con violencia, ese aroma a nardos, anunciaba la llegada de su madre, deglutió la saliva con dificultad. —Ya estoy aquí —dijo la mujer. Ella también se sentía nerviosa, percibía una opresión en el pecho, y ansiaba poder liberarla. Tomó asiento en uno de los sillones, entrelazó sus manos, ansiosa. Gerald giró, su rostro se mostraba impasible, su mirada era fría. Helena tembló. —Le pedí a Myriam que estuviera presente —indic
Myriam limpió con el dorso de su mano su llanto, escuchar el dolor de madre e hijo, la hizo reflejarse en el suyo propio. Helena al ver a su hijo llorar se puso de pie, estuvo tentada a tocarlo, pero no sabía si él iba a aceptar su consuelo. Sabía bien que no le agradaba. —Ese accidente nos cambió la vida —susurró Helena. Gerald inspiró profundo. —Ese maldito día hubiera querido morir —declaró—, darle gusto a Edward, quizás hubiera sido lo mejor, pero sobreviví para escuchar sus reproches, sus reclamos, me culparon sin darme la oportunidad de defenderme —bramó respirando agitado—, hace días lo recordé, y soy inocente, fue Henry el que se golpeó, yo era incapaz —rugió, y le narró a Helena los hechos. La madre se llevó las manos al rostro, sus piernas flaquearon. Myriam se puso de pie y corrió a sostenerla, la llevó a sentarse a un mueble. —¿Qué clase de monstruo era Henry? —se cuestionó soltando su llanto desesperado. —Siempre dudé de la paternidad de mi padre —enfatizó f
Manizales - Colombia. —Señorita Malú —interrumpió su paso la asistente de ella—, hay un señor que desea verla. María Luisa frunció el ceño. —¿Tiene cita conmigo? —cuestionó. Fátima negó con la cabeza. —Es un señor que viene desde Chicago, y desea proponerle un negocio —informó. Malú asomó su cabeza a través del pasillo, y observó a aquella persona, jamás lo había visto. Se veía un empresario importante, pero no podía confiar. —¿De Chicago? —indagó colocando su dedo índice cerca de la comisura de los labios pensativa—. Lo voy a atender en la sala de espera, quizás es el amigo de mi primo, en todo caso, estate pendiente —ordenó. La joven asistente asintió y se retiró a su escritorio. Con paso firme, Malú caminando con la seguridad que la caracterizaba, se acercó al caballero. —Buenos días —saludó. El hombre dejó de observar su móvil, y enfocó su vista en la hermosa mujer, la recorrió de pies a cabeza, clavando sus ojos en la mirada de ella. Se puso de pie, ladeó l
Las puertas del elevador de las oficinas de industrias Lennox se abrieron, de él salió una elegante y atractiva mujer, de largas y esbeltas piernas, cintura estrecha, caderas firmes. Era alta, distinguida, caminaba con garbo y seguridad. Los labios de varios empleados se abrieron en una gran O al verla pasar. Iba enfundada en un corto vestido de gaza tipo sastre verde, sus pies calzaban unos botines de gamuza negros, llevaba un abrigo de paño encima. —Buenos días, busco a Gerald Lennox, soy María Luisa Duque, gerente de exportaciones del consorcio colombiano de café: Alma mía —expresó con firmeza. La quijada de Amanda fue a parar al piso al ver que aquella mujer de impresionante belleza buscaba a su jefe. —La está esperando —indicó, y con los dedos temblorosos marcó la extensión de su jefe—. Señor, ya está aquí la persona que está esperando —informó. —Gracias —respondió Gerald y colgó la llamada, dejando a Amanda sin saber qué hacer. —Ya la hago seguir —expresó. «Esto no
Los labios de Myriam se abrieron en una gran O, miró como su esposo se llevó las manos a la cabeza, contrariado. —De todas las veces que me has dejado en ridículo, esta ha sido la peor —gruñó respirando agitado. Myriam rodó los ojos, frunció los labios. —Tú tuviste la culpa, por andar de coqueto —rebatió—, Amanda me dijo que te vio muy feliz cuando ella te cantaba al oído —gruñó. Gerald inhaló profundo, presionó los labios. —Así que Amanda te dijo eso, y tú le creíste —enfatizó y la miró a los ojos—, jamás te he dado motivos para dudar de mí. Myriam se mordió el labio inferior. —Tú no, pero ellas, quién sabe, además está muy hermosa —expresó y elevó una de sus cejas—, que yo sepa la reunión era para hablar de café, no para que te dedicara canciones —refutó y plantó su verdosa mirada en los ojos de él. Gerald negó con la cabeza. —Para tu información, María Luisa me estaba hablando de su país, de sus costumbres, de música —enfatizó—, de todos modos, ya no importa. Grac
Gerald sacudió su cabeza, se puso de pie, miró con atención a su esposa, le tocó la frente. —¿Te sientes bien? —averiguó confundido—, no entiendo nada, entras y por poco me pegas al verme con ella, y ahora quieres que… ¿la conquiste? Myriam soltó una carcajada, le acarició la mejilla. —Me refería en el ámbito empresarial, has que se enamore de nuestra empresa, en eso eres el mejor. —Se alzó en la punta de los pies y lo besó—. Buena suerte, galán. —Palmoteó uno de sus glúteos. Kevin se aclaró la garganta, evitando soltar una carcajada, ya que Gerald, lo fulminó con la mirada. —Veré que puedo hacer —mencionó Gerald. —Si logras cerrar el negocio, consígueme una cita con ella, con esa mujer yo me caso, y tengo hijos —bromeó. Gerald ladeó los labios, sacudió la cabeza, salió de la sala de juntas y fue hacia Malu. —Quiero ofrecerte una disculpa —expuso con sinceridad—. Myriam es… Impredecible, vive desordenando mi vida. —Sonrió. Malú suspiró profundo. —A veces es bueno t
—¡Más fuerte! —exclamó en medio de gemidos Myriam. Se hallaba empotrada contra la pared de una de las bodegas con su vestido levantado hasta la cintura, y el miembro de su esposo causando estragos en su interior. Gerald la sostenía por las caderas, mientras las piernas de Myriam lo abrazaban, la escuchó clamar por más, y ladeó los labios. —¿Vas a cocinar? —indagó él, deteniendo el ritmo de sus embestidas. Myriam sacudió su cabeza desconcertada, jadeó casi sollozante cuando él se detuvo. —No, tú lo harás —rebatió tirando del cabello de él, atrayéndolo hacia ella para besarlo. —Si quieres más, tendrás que cocinar —propuso él, y su lengua le recorrió la garganta, aquel sitio donde sabía que ella se estremecía, y perdía la voluntad. La percibió temblar en sus brazos, y la escuchó gemir, entonces de una sola estocada hundió su miembro en el interior de su mujer. Myriam se estremeció por completo, cerró sus ojos. —Tú ganas por esta vez —jadeó ella, y enredó sus dedos en el c