-Me gusta más la corbata azul, combina con tus ojos- Midas halagó a su hermano mientras se probaba las corbatas que su prometida le había sugerido que debía utilizar el día de la tan esperada boda.- Hermes no respondió, separando la corbata azul de las demás. Midas enarcó una ceja extrañado, últimamente todos estaban actuando muy raro. ¿O acaso era él quien ya no se sentía parte de esta familia de farsantes? -Hermano, no te noto muy entusiasmado ¿Eh?- Se burló- Yo si me casara con el amor de mi vida, estaría saltando en una pierna de la alegría. -¿Y tú qué sabes de amor?- respondió con furia. Midas retrocedió sorprendido por las crueles palabras de su hermano- Oye… tranquilo ¿Por qué te desquitas conmigo? Hermes suspiró frustrado, sentándose al borde de su cama- Es el estrés de la boda- Mintió.- Es dificil disfrutarlo cuando hay miles de cosas que hacer… asistir a una y otra actividad, no tengo un respiro. Midas se sentó al lado de su hermano y palmeó su espalda con cariño- ¿Es
Midas se encontraba en su cuarto de hotel que compartía con su amigo cuando tocaron a la puerta. -¿Quién es?- Preguntó su amigo sin mucho interés, prestando más atención a la pantalla de su celular. Midas regresó con un sobre dorado en sus manos, que abrió sin mucho cuidado- Es la invitación a la boda, al parecer la ceremonia va a ser en la basílica de la ciudad. El otro joven puso los ojos en blanco- Que manía la de los heterosexuales de casarse frente a los ojos de Dios mientras que por detrás son todos unos pecadores sin remedio- Se burló. -Bruno…- Lo amonestó. -¿Qué?- Chilló dejando su móvil a un lado-¿Acaso tu otro hermano no se casó también por iglesia y juró amor eterno a su esposa?- Se rió con sarcasmo- Supongo que se le olvidó ese pequeño detalle mientras me la estaba metiendo como un perro alzado. Su amigo podía ser vulgar, pero si en algo estaba de acuerdo con él, era en que sus dos hermanos mayores eran unos malditos mentirosos compulsivos que luchaban por tener la
Selene ya estaba lista para la boda. Se había puesto un hermoso vestido negro que resaltaba su piel blanquecina y quedaba muy bien con su cabello y ojos del mismo color. El vestido era sencillo, al fin de cuenta, no era su noche. Bueno, sí lo sería cuando revelara su mayor secreto, pero no era algo que la enorgullecía. Estaba dando los últimos retoques a su maquillaje. cuando su esposo finalmente apareció. Para su sorpresa, no estaba de traje como lo había imaginado y lo peor era que faltaba poco para la hora de llegada. Dionisio miró a su esposa de arriba a abajo y le sonrió de forma burlona- Debo decir que estás deslumbrante con el vestido que te compré, es una lástima que no puedas lucirlo. -¿A-A qué te refieres?- preguntó nerviosa. ¿Le había comprado otro? Realmente le daba igual. Lo que no esperaba, era que su esposo le mostrara tres pasajes de avión -Leónidas está empacando sus cosas, nos volvemos a casa. -¿P-pero a tan solo unas horas de la boda? -No nos vamos a quedar p
-Vamos cariño ¡Que se cierra la puerta del colegio!- Exclamó Selene arrastrando a su niño hacia la entrada. Estaban atrasados, casi todos los días llegaban tarde. La rutina escolar se hacía cada día más dificil, especialmente cuando su hijo no quería asistir y prefería quedarse jugando videojuegos. Desde que Agatha se había ido de sus vidas, Selene se había encargado de todos los quehaceres de la casa y también de la apretada agenda extracurricular de su niño que se superponía con su propia agenda de esposa perfecta y pulcra. Con la ayuda de su amiga, todo había sido más fácil, hasta podía soportarlo. Pero sola y con un embarazo de 4 meses que había estado ocultando celosamente de su marido debajo de prendas grandes, no había sido para nada fácil. El embarazo la estaba golpeando fuerte, quitándole la poca vitalidad que tenía. Se sentía constantemente cansada, con malestar estomacal varias veces a la semana. Los pies se le hinchaban con frecuencia y algunos olores la hacían vomita
-Todo está perfecto Selene, el bebé está creciendo muy bien- Dijo su médica mientras apagaba el monitor. Selene escondió su barriga inflada debajo de su remera varios talles más grande y suspiró aliviada- Qué bueno oír eso, doctora. -¿Quieres saber el sexo?-No, prefiero no saberlo por el momento. -¿Quizás cuando vengas con tu esposo?- Dijo la doctora con una gran sonrisa. Sin saber lo hirientes que habían sido sus palabras.- Podría grabar la reacción de ambos, está muy de moda en estos tiempos- -Si… quizás.. dijo desviando la mirada. -Perfecto entonces. Recuerda cuidarte con las comidas, nada picante, nada frito ni nada salado, ah y nada de hacer esfuerzos innecesarios ¿Está bien? Ten cuidado con las escaleras y no uses tacos altos. -Si, gracias doctora. —Selene salió de la consulta antes de lo esperado, aún tenía tiempo para ir a buscar a Leónidas al colegio. Sin embargo, prefirió llegar antes a casa y preparar una gran cena para los tres. Haría pollo con papas al horno par
-Así que era cierto- exclamó soltando con brusquedad la remera de su esposa. -Dionisio…- sollozó cubriendo su barriga con la tela de su prenda y con ambas manos, protengiendo a su hijo de su esposo. Podía golpearla lo que quisiera en el rostro, pero no en su panza. -¿De vuelta Selene? Eres una puta- escupió con desprecio, observándola desde lo alto. Selene se arrastró lejos de Dionisio, pero él fue más rapido y la tomó del brazo, levantándola del suelo de un solo tirón. Estaba rojo, no solo su rostro, sus ojos también estaban inyectados de sangre, podía ver al mismísimo diablo reflejado en su mirada- N-no me hagas nada por favor- suplicó cubriendo su panza con su mano libre. -¿Quién es el padre?- gritó contra su rostro.- ¡Dime mujer! ¿Quien es? Selene cerró los ojos con fuerza y sollozó. Podría golpearla, hacerle de todo, pero jamás diría que era de Hermes. Esa sería su sentencia de muerte. -Bien… ¿No vas a hablar?- apretó con más fuerza su agarre haciéndola aullar de dolor.
Los días pasaron, y Selene solo podía sentir el calor del sol a través de las ventanas de su hogar. No se atrevió a pisar ni el jardín de su casa luego de la amenaza de Dionisio. Tenía miedo de perder a sus hijos por un error. Leónidas había preguntado más de una vez porque su madre ya no lo llevaba al colegio o no iba a ver sus entrenamientos de Fútbol como las demás madres. Su padre lo había convencido de que el doctor le había prohibido salir porque peligraba su embarazo. Luego de eso, el niño no volvió a preguntar. Amaba mucho a su hermanito y tenía miedo de que algo le pasara. ¿Qué otra excusa iba a inventar cuando naciera su segundo hijo? Se preguntó la azabache. No lo sabía, pero fuera lo que fuera, él siempre iba a ganar. Leo siempre le iba a creer a él. Nunca había extrañado tanto ir al gimnasio, hacerse las uñas o ir a la peluquería ahora que ya no tenía esas libertades. Se odio tanto por no haber disfrutado de su vida y vivir de forma miserable por diez años. Si, se hab
Dionisio llegó a la clínica privada de la mano de su hijo. -Papi yo no quiero ver al abuelo. -Hijo- dijo tratando de no perder la paciencia- No empieces ahora por favor. Debes ver a tu abuelo. Que él sepa que lo viniste a visitar. Eres el nieto mayor, es tu responsabilidad. -¡Pero papi él me da miedo!- sollozó plantándose en medio del pasillo- Él no me quiere, yo lo sé. Ni siquiera se acuerda de mi nombre, ¡Siempre me dice Lautaro!Dionisio no pudo discutir contra eso. Le había dado todo a su padre. Aumento en las acciones de la compañía, una buena imagen a la familia limpiando el nombre de sus hermanos, una esposa y un hijo varón, y aún así ese viejo decrépito jamás pareció satisfecho de sus logros. Aunque pasaran los años, lo único que salía de su boca era el nombre de su maldito hermano de en medio. -No presiones al niño, Dionisio. Déjalo con nosotros mientras entras a ver a padre- exclamó Midas apareciendo junto a su mejor amigo. -¡Si papi quiero quedarme con el tío Midas!