Luciana se despertó con la cabeza palpitando de dolor, cada latido parecía intensificar el malestar que la noche anterior había dejado en su cuerpo. A medida que la bruma del sueño se despejaba, los recuerdos comenzaron a invadir su mente como una marea implacable. Primero, el mareo. Luego, la terraza del bar. Y finalmente, el beso. El beso que, por error, había dado a Christopher en lugar de a Santiago. La culpa y la vergüenza se apoderaron de ella al recordar cómo sus labios se habían unido a los de Christopher, el hermano gemelo de Santiago. ¿Cómo había podido confundirse así? La idea de haber besado al hombre que más la intimidaba la hacía sentir una completa estúpida. Christopher siempre había sido cínico, frío y arrogante. A pesar de haber crecido juntos, él mantenía una distancia casi infranqueable, no solo con ella, sino con todos a su alrededor. Luciana sabía que esa actitud no era personal, era simplemente su forma de ser. Pero ahora, él sabía su secreto más íntimo: que es
Luciana estaba inmersa en sus estudios cuando un golpe en la puerta la hizo salir de su concentración. Abrió la puerta y se encontró con Santiago, que sostenía una bolsa de helado con una sonrisa en el rostro. —Buenas noches, niña mimada —dijo él, con un tono juguetón—. Te traje helado para que miremos películas. Son tus sabores favoritos. Luciana frunció el ceño al ver los sabores en la bolsa. —Esos no son mis sabores favoritos, sino los tuyos, Santiago —respondió, tratando de mantener una actitud firme a pesar de su malestar. Santiago se inclinó un poco, como si fuera a revelar un gran secreto. —No quiero que estés enojada conmigo. Somos mejores amigos —dijo, con sinceridad en la voz. Luciana suspiró, sintiendo una mezcla de frustración y ternura. —Ya ni siquiera puedo enojarme contigo. Después de todo, siempre serás un patán —contestó con una pequeña sonrisa, aliviada por el gesto amistoso. —Vamos, Lu, vamos a ver una película —invitó Santiago, moviendo la bolsa de helado
Christhopher estaba sentado en su oficina, visiblemente molesto, cuando su madre, Elizabeth, entró sin previo aviso y lo abrazó con cariño. Aunque él era un hombre serio y reservado, siempre había algo en el afecto de su madre que lo conmovía en lo más profundo, aunque nunca lo admitiera abiertamente. —Cariño, por favor, acompáñame al evento de la academia. Tu papá está trabajando y no puedo localizar a Santiago —le pidió Elizabeth, con su voz suave pero firme. Christhopher soltó un suspiro, dejando que su incomodidad se reflejara en su expresión. —Mamá, tengo asuntos que atender, y además, no me gusta el ballet —respondió, intentando evitar la invitación. Elizabeth sonrió con dulzura, sabiendo que su hijo, a pesar de sus protestas, tenía un lado más suave que rara vez mostraba. —Sé que te gustó alguna vez. Aún recuerdo cuando tú y San eran pequeños y asistían conmigo, desde que diseñé los planos para la academia —dijo, evocando recuerdos de su infancia. Christhopher rodó
Luciana estaba radiante, aún sintiendo la emoción de su exitosa presentación. Las felicitaciones no habían cesado; Santiago la abrazó y la llenó de elogios, su madrina Elizabeth la felicitó con orgullo, y aunque Christhopher no dijo mucho, su ausencia cuando la vio abrazada con Santiago dejó un vacío que Luciana prefirió ignorar. Luego de la presentación, Santiago la invitó al cine. Luciana aceptó encantada, feliz de pasar tiempo con él. Al salir del cine, caminaron juntos bajo las luces de la ciudad, conversando sobre la película y sus planes futuros. —Me encantó la película, Santi. Y estoy muy feliz porque iremos a Villa Del Carmen —dijo Luciana, con una sonrisa que iluminaba su rostro. —Sí, va a estar genial... Hace años que no visitamos el mar —respondió Santiago, con un tono de nostalgia en su voz. Villa Del Carmen era un lugar especial para ambos. Rodrigo, el padre de Santiago, le había regalado una mansión a Elizabeth en ese pintoresco pueblo costero donde ella había c
Luciana se despertó antes de que el sol asomara por el horizonte. El día que había esperado con tanta emoción finalmente había llegado: su primer día en la oficina de la naviera de los Montalban. Mientras permanecía en la cama, sintió cómo los nervios y la emoción competían por dominar sus pensamientos. No era cualquier pasantía; era una oportunidad en la empresa más importante de la familia de su padrino, y sabía que debía estar a la altura.Después de una ducha rápida, se plantó frente al espejo y decidió dejar su cabello suelto. Las suaves ondas castañas caían en cascada sobre sus hombros, aportándole un aire juvenil, pero con la seriedad que requería el día. Se maquilló ligeramente, aplicando un toque de rímel para resaltar sus ojos y un suave tono rosado en sus labios. Quería verse profesional, pero sin perder su estilo fresco y natural.A la hora señalada, el chófer de la familia estaba listo para llevarla. Luciana, todavía insegura para conducir por la ciudad, optó por la comod
Luciana estaba exhausta. Había sido una semana interminable en la oficina, llena de tensiones y malentendidos. No podía soportar a Christhopher con sus constantes órdenes y su actitud déspota hacia los empleados. A esto se sumaba el comportamiento extraño de Santiago, quien apenas le dirigía la palabra últimamente, dejándola confundida y preocupada. Esa mañana, mientras caminaba por los pasillos de la empresa, charlaba con una de sus compañeras de trabajo, tratando de distraerse de la tensión que sentía. Justo cuando pasaban cerca de la entrada principal, vieron a Christhopher, quien estaba enfrascado en una conversación con su asistente personal, Alessio. Luciana notó que su compañera se quedó mirando a los dos hombres, especialmente a Christhopher. Alessio era la única persona que parecía tolerar el temperamento de Christhopher, y era evidente que él también gozaba del respeto de su jefe. Sin embargo, lo que más sorprendió a Luciana fue la forma en que su compañera miraba a Christ
Luciana estaba sentada en el avión, entre Santiago y Mariana, mientras el paisaje se deslizaba bajo ellos en dirección a Villa Del Carmen. El vuelo había sido tranquilo, pero su mente no dejaba de revolotear entre los eventos recientes y la incertidumbre que sentía. Solo iban ellos tres con Elizabeth en ese viaje, ya que los padres de Luciana habían decidido tomarse un fin de semana romántico, y Rodrigo, junto con Christhopher, estaban ocupados con el trabajo a pesar de ser fin de semana. "Me alivia que él no venga," pensó Luciana, mientras lanzaba una mirada furtiva a Santiago, que dormía profundamente a su lado y la usaba como almohada. "No puedo olvidar lo que pasó entre nosotros... ese beso. ¿Cómo se supone que debo enfrentarlo cuando lo vuelva a ver?" —Luciana, hace mucho que no hablamos —la voz de Mariana interrumpió sus pensamientos. Se habían quedado solas por un momento mientras Santiago seguía dormido. Mariana, la más joven de los Montalban, tenía la reputación de ser
Luciana dejó de llorar de inmediato cuando sintió los brazos de Elizabeth rodeándola por detrás. La calidez del abrazo y la familiaridad del gesto la hicieron sentir un poco más segura, aunque la tristeza seguía pesando en su corazón. —¿Qué pasa, mi amor? —le susurró Elizabeth con dulzura, apoyando la barbilla sobre el hombro de Luciana. —No es nada, madrina —respondió Luciana, intentando sonar convincente, pero su voz aún temblaba ligeramente. Elizabeth suspiró suavemente, dándole un apretón reconfortante. Conocía a Luciana lo suficientemente bien como para saber que algo la estaba atormentando. No obstante, decidió no presionar. —Lu, sé que aún te duele lo de Gala, pero tienes que recordar que ella está en un lugar mejor. No querría verte así. —Elizabeth se apartó un poco para mirarla a los ojos—. ¿Por qué no vas a divertirte con los demás? Ya están en la piscina. Ponte tu traje de baño y únete a ellos, o, si prefieres, puedes venir conmigo. Voy a visitar a unos amigos. Lu