—No es culpa tuya—, le dijo la reina a Gisal.La princesa Gisal había llegado al palacio al día siguiente, muy temprano por orden de la reina. De manera discreta, la reina le pidió que llegara como cuando iba a visitarla. Aunque para la mayoría de las personas que trabajaban y vivían allí, verla en ese lugar después de tanto tiempo les pareció extraño.—Claro que es culpa mía—, se quejó ella. —Me tardé en llegar a ese club, si no me hubiera distraído antes…—Los ‘hubieras’ no existen, querida— respondió la reina. —Aquí los incompetentes fueron los empleados. La reina seguía molesta con ese asunto.—Ha sido mala suerte que se haya cruzado con otra, —opinó Gisal. —Nunca pensé que eso ocurriría.—Nadie consideró algo así— indicó su majestad. —Esa mujer se le puso en el camino y se le metió por los ojos, incluso estoy segura de que ella lo planeó.—Pero entonces ella sabía quién es Rhys, si dice que fue de esa manera.La reina le echó una mirada fulminante. La princesa guardó silencio en
Claro que estaba siendo una mañana muy desasosegante. Anastasia estaba pasándolo mal. Se había quedado desconcertada al ver el personal que entraba y salía de su habitación. Su vida tranquila y normal había pasado a ser ajetreada y llena de órdenes, órdenes que no tenía intención de cumplir y contra las cuales seguía oponiéndose.Anastasia observaba con perplejidad los vestidos extravagantes que le mostraban y dejaban en su amplia cama. Con telas abundantes y joyas ostentosas que relucían incluso a distancia. La presión de elegir su atuendo diario la abrumaba, una rutina que ahora tendría que seguir cada día tras levantarse, algo completamente extraño para ella.«¿Por qué esta gente tiene que decidir qué vestir todos los días? Si ponerse ropa es lo más simple del mundo» pensó para sí misma.Se sintió mareada por toda la atención constante que recibía y los objetos brillantes que la rodeaban. No entendía por qué debía soportar a tantas personas pendientes de ella las 24 horas del día,
Mientras se dirigían hacia el auto, Anastasia mantenía su mente ocupada en cómo abordar el tema con la reina. No quería parecer arrogante ni desafiante, pero necesitaba transmitirle su malestar y su deseo de volver a su vida normal. Sin embargo, antes de que pudiera articular sus pensamientos, la puerta del auto se abrió con ayuda de su dama.Anastasia observó a su dama por un segundo y luego el interior del auto. Titubeó en subir, pero al final, abordó el vehículo. Cuando se deslizó en el asiento trasero, la puerta se cerró y acto seguido puso su mano para que la dama se detuviera.—¿No me acompañarás? —le preguntó Anastasia a la joven empleada.La dama bajó la cabeza de inmediato.—Lo siento, alteza. —Esta vez ni detuvo sus palabras. —Sí la acompañaré, pero no subiré en este auto. Viajaré en uno de los de atrás —le informó con un rubor en su cara, ya que le había dado pena.Anastasia frunció el ceño, no comprendía.—¿Por qué? —inquirió. —Todavía hay espacio en este auto. —Hojeó con
La presión del ambiente lujoso y sofisticado era abrumadora para Anastasia, quien se sentía fuera de lugar en ese mundo pudiente y gélido. Aun así, se obligó a respirar profundamente y a mantener la compostura, pensando que ese día pasaría rápido. A pesar de su incomodidad, sabía que debía mantener su firmeza, pues era una joven valiente que no permitiría que nada ni nadie la hiciera sentir diferente a los demás.Al descender del auto, Anastasia abrió los ojos asombrada por la magnificencia del lugar. El edificio se alzaba majestuoso frente a ella, con su arquitectura moderna. No parecía una simple tienda de ropa, sino más bien un santuario de la moda, donde cada prenda era una obra de arte, algunas incluso brillaban intensamente.Siguiendo a la reina y a la princesa, entraron al establecimiento, donde fueron recibidas por un séquito de asistentes ataviados con trajes impecables. Anastasia se sintió como una intrusa en ese mundo, como el frijol en el arroz, dentro de un espacio donde
Por otro lado, el reservado donde la reina era atendida por la dueña del lugar, la mujer le mostraba una inmensa línea de vestidos de alta costura, hechos por diseñadores reconocidos.Mientras Anastasia se quedó en el recibido, mirando rodeada a los empleados que salían y entraban de esa sala. Observó cada detalle, cómo colocaban los vestidos en perchas doradas y sacaban las joyas de las elegantes vitrinas.El brillo de las gemas y la suavidad de las telas creaban un ambiente casi mágico; sin embargo para Anastasia, era un mundo ajeno y distante, algo de lo que nunca creyó ser parte. No es que fuera horrible, puesto que mujer no quisiera vivir al menos un momento como ese. Tener la oportunidad de comprarse un hermoso vestido y costoso, colocarse diamantes y mostrárselo a sus amigas, pero no del modo que ella lo estaba viviendo.Ya no era dueña de su libertad ni de sus decisiones, incluso su opinión no era tomada en cuenta.Un suspiro escapó de sus labios mientras recordaba las palabr
Horas más tarde en el palacio:–Te he oído antes hablando con tu madre sobre el gran baile de palacio que se celebrará en Cardiff, ¿y todo para que? Para hacer anunciado tu compromiso –dijo Gisal mientras entraba a la habitación donde Rhys practicaba tenis–. ¿No crees que es algo precipitado hacer un anuncio como eseLos ojos de Rhys se fijaron en ese silueta mediana y delgada que caminaba hacía él. Paró su práctica y le indicó al entrenador de tenis que se marchará.—Hola para ti también —contestó él, se giró y caminó hacia la banca que había allí, tomó la botella de agua y bebió un sorbo.—Si la reina no me hubiera contado, ni enterada estuviera. —Hizo un gesto de tristeza en su cara. —¿Cuando pensabas llamarme y decírmelo?Rhys no le respondió de inmediato. Ellos nunca fueron novios ni estuvieron comprometidos, de hecho, el príncipe era ajeno a los sentimientos de Gisal, pero ambos habían crecido juntos, como los primos que eran, y por ello había una conexión entre los dos.La apre
Se había negado tajantemente a volver a cambiarse de ropa.«Qué afán el suyo de querer que vista más de diez atuendos en un solo día», pensó con frustración Anastasia.Se sentía agobiada y cansada. No dejaban de decirle qué ponerse y con qué frecuencia. Un traje o vestido diferente para cada ocasión la hacía sentir como un maniquí en exhibición.Esa noche, le tocaba bajar y cenar con todos en la mesa. El rey había solicitado la presencia de toda la familia, y como dictaba el protocolo, Anastasia debía presentarse en el comedor quiera o no.Esta vez no iba a oponerse ni a replicar por asistir a la cena. Estaba harta de pelear y de no lograr que respetaran su opinión.Anastasia se paró en la entrada de su gigante armario de ropa. Nunca creyó poder tener algo así, incluso estaba segura de que ese sitio era del mismo tamaño que su apartamento.El nuevo guardarropa y las joyas que le habían comprado y que insistían en que se pusiera no eran para ella. Tenía que representar el papel de la e
—Perdón, pero no soy un animalito al que pueden mangonear a su antojo, su majestad —las palabras salieron disparadas de la boca de Anastasia.La reina abrió los ojos con espanto y comenzó a abanicarse con la mano delante de su rostro. —¡Por Dios, qué insolencia la de esta mujer! Es por eso que te digo que le enseñes modales —volvió a dirigirse a su hijo, como si Anastasia no estuviera presente. —Madre —pronunció el príncipe, rara vez la llamaba de ese modo. —No es culpa de Anastasia haber recibido una educación diferente a la nuestra. Ella ha vivido una vida cotidiana y se ha relacionado con la gente día a día. —Pero ahora no está en su pueblito ni con esa gente —dijo con tono de desprecio. —Lo que más necesita con urgencia son clases de dicción. —Si no dije nada malo —replicó Anastasia. —No fui grosera con usted, le llamé majestad. El rey, quien llevaba minutos en silencio, soltó una risa discreta que no fue tan baja, ya que su esposa la escuchó y le lanzó una mirada de desaproba