La despertó un enorme estruendo. Pasos subían y bajaban las escaleras a gran velocidad. Se escuchaban gritos por toda la mansión, sobre todo los de Milia, la rusa sonaba histérica. —Ya tranquilízate. —Le han disparado a mi hermano, ¿cómo quieres que me tranquilice? Eso la hizo reaccionar. Se cambió rápidamente de ropas, optando por unos jeans y un jersey y salió al pasillo. La habitación del Don quedaba a tres puertas de la suya, y frente a ella estaban reunidos todos lo Ivanov. —¿Como sucedió esto?- preguntó intranquilo Yura. —Salía de uno de los clubes cuando lo emboscaron.-susurro Yelana. —¿Se sabe quiénes montaron la emboscada?- insistió Yura. —Sí.- masculló Yelana dirigiéndole una mirada cargada de odio.- eran hombres de Vitorio Visconti. —¿Italianos?- increpó Eván.- ¿basura italiana en nuestro territorio? —Llegaron hace unos días al país, haciéndose pasar por turistas.- explicó Yelana, visiblemente pálida, sacando un bulto de documentos de su cartera.- estos son los que
—La próxima vez que algo así suceda, esperarán a que yo esté consciente y dé la orden antes de hacer cualquier cosa, ¿les queda claro? Lo que es más, a partir de hoy de entre nosotros soy el único que tiene permitido ponerle la mano encima a la italiana. —Sí, mi Don. —Sí, mi Don. Alexis miró a su hermana de soslayo. —¿Milia?- ladró. —Creímos que hacíamos lo correcto. —Pues creyeron mal, y por sus decisiones precipitadas mi plan para desbancar a los Visconti pende de un hilo. ¡Ahora, obedece y promete no meterte más en lo que no te importa! Milia bajo su cabeza en señal de derrota. —Sí, hermano. —Bien, y ahora largo. Déjenme a solas con Yelana. Tres semanas le llevó a Sofía recuperar la conciencia y cuando lo hizo deseó no haber nacido nunca. Cada que respiraba sentía como si la apuñalaran y todo su rostro y su cabeza eran único y monstruoso dolor. —Al fin despiertas,baranina.- Ella ni siquiera pestañeó, hacerlo le provocaba un dolor infernal. —Si vienes a continuar con e
Alexis: En un par de tirones la reacomodo sobre mi hombro, aprovechando la oportunidad para asestarle una fuerte nalgada. Chilla de dolor y mi verga comienza a ponerse dura. —¡Maledeto, uno de estos días te mataré, lo juro!- grita en italiano. —No se lo que has dicho y no me importa. No sé cómo te tratarían los Visconti, pero aquí en Rusia a las niñas malcriadas se las castiga. Bajo las escaleras con ella echa una furia sobre mi hombro. La mantengo sujeta de la cintura y las piernas para evitar que intente patearme. Sus manos son otra cosa, golpea mi espalda con sus puños repetidamente y aprieto la mandíbula. La m*****a italiana ha lastimado mi herida de bala. Sofía: Forcejeo y bufo, chillo y golpeo su espalda, sin lograr absolutamente nada. Mientras más me revuelvo sobre su hombro, más fuerte azota mi trasero. Ha recorrido media mansión conmigo en andas, como si yo fuera una especie de presa y él el cazador que regresa victorioso. Enredo mi mano en su cabello extremadamente l
Sofía: Sangre. Hay sangre en mis manos y en mis ropas, incluso creo que mi cabello está mojado de sangre. Algo terrible ha debido suceder, pero no lo recuerdo. ¿Que sucedió? Lo último que viene a mi mente es que el ruso infernal puso un b**e en mis manos. ¿Lo golpeé? ¿Lo maté? No lo sé, pero no lo creo. No es posible, porque de haber sido así, Milia y la gatubela no estarían tan tranquilas. Entonces, ¿qué demonios sucedió? ¿Golpeé a esos hombres? ¿Por qué no lo recuerdo? Dentro del camión, viajamos el chofer, un escolta, Milia, Yelana y yo. La visibilidad es prácticamente nula. Se ha desatado una tormenta y nos vemos forzados a viajar en un camión todoterreno modificado para avanzar sin dificultad sobre la nieve. Según entiendo, estos vehículos no se orientan por satélite, hacerlo durante una tormenta de nieve de esta magnitud sería sino difícil, imposible. Por lo tanto, para no perdernos en la Siberia, los vehículos vienen con brújula integrada. Milia mira por la ventana, est
Sofía: Regresamos a este lugar hace tres días y aunque Yelana lo intenta, no logra contactar con Alexis o con Yura. Milia está histérica y no soporto pasarme una hora más sentada frente a la televisión viendo los mismos reportajes una y otra vez. Quedarme dentro del edificio principal no es una opción. La matrona me regaña a cada paso que doy y las sumisas del servicio me miran con mala cara. Estoy harta. Así que después de almuerzo, en lo que Milia y Yelana toman una siesta, me visto acordé a la temperatura de cinco grados bajo cero que hace afuera del edificio principal y camino sobre la nieve, disfrutando el sonido de aplastarla bajo mis botas. Me he puesto un gorro, un abrigo extra grande, que parece hecho de piel de oso polar, un chaleco térmico y por encima dos t-shirts , dos pantalones de algodón, medias, uff. Parezco una vaca con tanta ropa encima pero morir congelada no me parece que sería agradable, además, también me he puesto un par de guantes. Nunca había tenido op
Sofía: —Aquí es dónde probamos las armas.- anuncia Eván con aire orgulloso. Me ha traído a un lugar que solo he visto en películas, es un cuadrilátero rodeado y protegido por cristales, imagino que sean cristales blindados. Hay tres canchas, pero solo en la del medio ( la que tenemos de frente) está colocado ese característico póster con la silueta humana. Sobre una mesa a mi izquierda hay un grupo de revólveres, escopetas, ametralladoras e incluso granadas de mano, organizadas por orden de tamaño, de menor a mayor, de izquierda a derecha. —¿Que son esas?- pregunté. Mirando con curiosidad unas cosas cilíndricas, que parecían lápices labiales sin embargo tenían un botón rojo en borde superior. —Esas son mis bebés.- comentó Eván sonriendo ampliamente.- son un tipo especial de granadas de mano diseñadas por mí. Sólo nosotros poseemos este tipo de armamento, es exclusivamente nuestro, no lo vendemos. Toma uno de los cilindros entre sus dedos, ofreciéndomelo. No me atrevo a tocar esa
Sofía: Alexis estaba prácticamente sobre mí, metido por completo en su espacio personal y respirándole encima. Cierra su mano sobre la solapa del abrigo, tirando de mí con brusquedad hasta pegándola a su cuerpo. Un sudor frío la recorre. Terminaré con tortícolis de extender tanto el cuello, a veces olvido lo increíblemente alto que es. Debe medir dos metros o más. Hoy trae el largo cabello recogido en una coleta. —Te advertí que te mantuvieras alejada de mi hermano, italiana.- masculla entre dientes.- ¡parece que además de tonta eres también sorda! Me aparta de un empujón y se dirige a la cama, sentándose sobre ella, masajeando sus sienes con el rostro fruncido. —Parece que no comprendes tu situación.- continúa, apretando fuertemente el puente de su nariz.- puede que seas mi esposa pero continúas siendo mi prisionera. Todas esas pequeñas libertades de las que gozas pueden desaparecer con el simple chasquido de mis dedos. Entorna sus diabólicos ojos, mirándome a través de sus
Alexis: Cinco horas antes: Había optado por reunirme con las mujeres en la Ciudadela. No ordené que el Jet nos recogiera porque el país entero está en alerta máxima debido al “ atentado “ de hace dos días. ¡Ja! Es preferible que la opinión pública crea que el estallido en el hotel se debió al accionar de una célula terrorista desconocida y no a una guerra entre mafias. Además, los italianos muertos tenían de turistas lo que yo de sacerdote. Planeaban expandirse tomando el hotel como punto de partida y apoderarse del mayor distrito de Moscú, ilusos. Y ahora son unos ilusos en bolsas para cadáveres en la morgue. La verdad es, que me asombra la osadía de Vitorio. El hombre simplemente alucina si cree que tendría el más mínimo chance de crearse un foco italiano en mi país y menos en mi ciudad. Que de vez en cuando nos robemos unos a otros pequeñas porciones de territorios a nivel internacional es esperable, pero que venga a querer montar su negocio en mi patio, es un nivel de estupi