Natalia Bernal Me sentía muy mal porque Adrián se había encerrado en su despacho y no dejaba de romperlo todo y llorar. Sabía que no era por mí que estaba así, que había algo más. La impotencia y la preocupación me carcomían por dentro. No sabía cómo ayudarlo, cómo aliviar ese dolor que claramente lo estaba consumiendo. Cuando estuvo a punto de llegar la noche, reuní el valor para entrar al despacho. Abrí la puerta con cautela y lo vi allí, en el suelo. Su corbata estaba desordenada, colgando de su cuello de forma descuidada. Su cabello oscuro, que siempre lucía impecable, ahora estaba revuelto, un reflejo del caos interno que lo atormentaba. Sus ojos verde esmeralda, normalmente tan brillantes y llenos de vida, estaban repletos de lágrimas. La imagen me rompió el corazón. —Adrián... —dije en un susurro, acercándome a él lentamente, temerosa de empeorar la situación. Él levantó la mirada y, por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Pude ver el abismo de su dolor, una mezcl
Cuando desperté, me di cuenta de que estaba con Adrián rodeando mi cintura. Sentir su cuerpo contra el mío me provocaba una mezcla de emociones confusas. Por un lado, me sentía cómoda y protegida entre sus brazos, pero por otro lado, esa sensación me molestaba profundamente. No podía olvidar quiénes éramos él y yo: dos personas que se odiaban profundamente y que habían sido forzadas a casarse por circunstancias que estaban más allá de nuestro control. Sentí sus brazos firmes alrededor de mi estómago, su cuerpo pegado al mío, como si no quisiera soltarme nunca. Su aliento cálido rozaba mi oreja, enviando escalofríos por mi espalda, y mi corazón comenzó a latir más rápido en respuesta a su cercanía. Traté de apartarme de él, pero su agarre se volvió aún más firme, como si supiera lo que estaba pensando y no estuviera dispuesto a dejarme ir. Por un momento, me sentí atrapada en esa posición, atrapada entre el deseo de escapar y la necesidad de permanecer donde estaba. —Adrián... —m
No he dejado de pensar en Adrián, en sus manos y sus labios sobre mi cuerpo. A pesar de todo, la memoria de su tacto me sigue provocando escalofríos y, sin querer, una sonrisa se dibuja en mis labios. Intento concentrarme mientras estoy con Paula, visitando a nuestra madre. Finalmente, ella aceptó venir a verla después de tanto tiempo. —¿Por qué sonríes así? —pregunta Paula, levantando una ceja, claramente intrigada. —Nada, solo estoy contenta de que hayamos logrado traer a mamá aquí —respondo, tratando de desviar la conversación. —Hmm, no te creo, pero bueno —dice ella, dejando el tema de lado mientras caminamos hacia la sala de estar. Mamá está sentada en la cama de hospital, mirándonos con una mezcla de sorpresa y alegría. —Hola, mamá —saluda Paula con una sonrisa, inclinándose para darle un beso en la mejilla. —Hola, mis niñas —responde ella, su voz suave y cargada de emoción—. Me alegra tanto verlas aquí. —Nosotras también estamos felices de verte, mamá —digo, acer
Mientras los tres tipos seguían al volante a toda velocidad, me sentía atrapada en el asiento trasero del carro, con la preocupación y el miedo aumentando en mi interior. Deseaba fervientemente que Adrián hubiera respondido mi llamada y estuviera en camino para ayudarnos. Sus palabras reconfortantes y su presencia segura habrían sido un alivio en ese momento de incertidumbre. Mis manos estaban aferradas a las de Paula, quien parecía estar al borde del pánico. Traté de transmitirle tranquilidad con un apretón reconfortante, aunque por dentro también me sentía nerviosa y vulnerable. Nunca antes me había enfrentado a una situación así, y no sabía cómo iba a terminar. — Paula, escúchame bien. No quiero tener que recurrir a medidas drásticas, pero si no vuelves conmigo, no sé qué podría pasar —dijo Jason con voz amenazante, mientras mantenía una expresión fría en su rostro. —¿Qué quieres decir con eso, Jason? ¿Estás tratando de amenazarme? —respondió Paula, visiblemente nerviosa, sus
Estoy demasiado asustada. Leonel me hizo el favor de levantar la denuncia y acompañar a Paula a declarar mientras yo me encuentro en la sala de espera de la clínica esperando a que curen la herida de Adrián. No puedo dejar de pensar en lo cerca que estuvimos del peligro, y en lo que podría haber pasado si Adrián y Leonel no hubieran llegado a tiempo. Me alivie cuando Doctor me informo que la herida de Adrián ha sido tratada. La bala no afectó ningún órgano vital y han suturado la herida. Necesitará descanso y seguir algunas recomendaciones, pero estará bien. Me levanto rápidamente y sigo al médico por un pasillo hasta llegar a la habitación donde está Adrián. Cuando entro, lo veo acostado en la cama, con una venda alrededor del brazo y una expresión cansada pero aliviada en su rostro. Sus ojos se encuentran con los míos y una pequeña sonrisa aparece en sus labios. —Hey, preciosa. Estoy bien, ¿ves? —dice Adrián, tratando de sonar despreocupado.— No morí. —No hagas bromas, A
Hace más de una semana que Adrián ha estado en reposo, y hoy finalmente le dieron el alta. Durante todo este tiempo, me he dedicado por completo a atenderlo, prepararle el desayuno, el almuerzo y la cena, además de acompañarlo en cada momento que lo necesitaba, incluso compartiendo la cama con él para asegurarme de que descansara bien. Sin embargo, a pesar de la cercanía, no he vuelto a entregarme a él de la misma manera que antes. La culpa por haberlo herido sigue pesando sobre mí, impidiéndome dejarme llevar por completo. En este momento, me encuentro entrando a la clínica donde está mi madre. Pero al escuchar risas desde el interior, me detengo en seco. Al adentrarme un poco más, me doy cuenta de que esas risas provienen de Adrián, lo cual me desconcierta por completo. — ¿Qué haces tú aquí? — Pregunté — No seas grosera, Natalia, saluda como es debido. El joven Adrián ha venido a visitarme. — Informa mi madre. — Paula me informó que tu madre deseaba conocerme. Natalia, no e
No he dejado de recibir llamadas de Álvaro y, sinceramente, me siento muy mal por no responderle. Cada vez que veo su nombre en la pantalla, una punzada de culpa me atraviesa el pecho. Lo que me duele más es la confusión que me consume, una maraña de emociones que no me deja pensar con claridad. Le he jurado a Álvaro que nunca tendría nada con su hermano, pero la verdad es que le he mentido. No sé cómo llegué a este punto, ni cómo fui capaz de hacerlo, pero siento que todo se está desmoronando a mi alrededor. La culpa me asfixia y no puedo evitar pensar que si Alvi se ha ido de mi casa, ha sido por mi culpa. Lo he visto en sus ojos, esa mezcla de dolor y decepción que me parte el alma. Para colmo, la señora Gloria me sigue mirando muy mal. Su mirada penetrante y juiciosa me sigue a todas partes. Sé que sabe algo, o al menos lo sospecha. Esa mujer siempre ha tenido una intuición afilada, y cada vez que paso a su lado, siento que me desnuda con la mirada, que ve a través de todas mi
Lancé un jadeo cuando Adrián volvió a unir sus labios a los míos. La intensidad de su beso me sorprendió y me atrapó al instante. Sus labios se movían con hambre, con esa pasión que siempre lograba despertar en mí un torbellino de sensaciones. Mordí suavemente sus labios, saboreando su deseo, justo en el momento en que sentí cómo entraba en mí. El mundo a mi alrededor pareció desvanecerse, quedando solo la sensación de su cuerpo y el latido acelerado de mi corazón. Cada movimiento suyo era una mezcla de fuerza y ternura, un contraste que me hacía perder el aliento. En un principio, sus movimientos fueron lentos, casi torturadoramente lentos, como si quisiera grabar en mi piel cada centímetro de su ser. Cada embestida era una caricia profunda que me hacía arquear la espalda y exhalar suspiros cargados de deseo. Pero luego, como una ola que crece y se rompe con fuerza, Adrián comenzó a aumentar la velocidad. Abrió mis piernas y las acomodo alrededor de su cadera. El ritmo se vo