Decidí alejarme del drama en la mansión visitando a mi madre en la clínica. Pasar tiempo con ella siempre me brindaba una sensación de paz y perspectiva. Le aseguré que todo estaba bien con Paula y que ya estaba viviendo en la mansión conmigo. Suspiró aliviada, la preocupación que había tensado su rostro se suavizó un poco. Pasé unas horas hablando con ella, intentando que se sintiera lo más cómoda y segura posible. Prometí mantenerla informada de todo y la tranquilicé, diciéndole que me aseguraría de que Paula se enfocara en sus estudios. Al regresar a la mansión, noté inmediatamente el caos en mi habitación. Paula estaba dentro, hurgando en mi clóset con una expresión concentrada. Había vestidos esparcidos por toda la habitación, algunos colgando de las perchas de manera precaria, otros tirados en la cama y el suelo. —¿Qué estás haciendo, Paula? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras absorbía el desorden a mi alrededor. —Buscando algo que ponerme para la fiesta d
Adrián Fontana.No lograba contener mi rabia. La imagen de Álvaro besando a mi esposa ardía en mi mente, incrementando mi furia con cada segundo que pasaba. ¡Ese maldito miserable y mi esposa! No podía creer su traición. Sin pensarlo dos veces, me dirigí a la habitación de Álvaro, movido por una mezcla de ira y despecho. Ahí estaba, la guitarra que él tanto ama, su tesoro más preciado. Recordé cuántas veces lo había escuchado tocarla, sintiendo orgullo por su talento, pero ahora solo sentía rabia. La tomé con fuerza, notando su peso en mis manos. Sin dudarlo, la levanté y la estrellé contra la pared. El sonido de la madera rompiéndose fue como un bálsamo momentáneo para mi furia. La golpeé una y otra vez, con más fuerza cada vez, hasta que la guitarra quedó hecha añicos. Las cuerdas rotas colgaban inertes, y las astillas de madera se esparcieron por la habitación. El eco de los golpes aún resonaba en mis oídos mientras me quedaba ahí, respirando con dificultad, observando el de
Me siento devastada debido a mi discusión con Adrián. No soporté ver a Álvaro llorar de ese modo cuando él le rompió la guitarra. Ese instrumento significaba mucho para él porque era el último regalo que recibió de parte de su padre antes de que él muriera, cuando era apenas un niño. La música le ha servido muchísimo para expresar sus emociones. Lo último que quiero es que Álvaro vuelva a caer en las adicciones, pero Adrián lo trató tan mal, lo lastimó con sus palabras y le rompió lo único que tenía. Además de revelarle que él y yo habíamos estado juntos, lo cual rompió el corazón de Álvaro. No soporto verlo así. Él simplemente, luego de hablar conmigo, subió a su habitación y no ha salido en todo el día. Paula me pidió disculpas por su imprudencia, sin embargo, yo sé que la culpa no es de Paula, ni de Álvaro, ni siquiera mía. La culpa es de Adrián, quien es un monstruo y ni siquiera quiere a su propio hermano. No entiendo esa escena de celos que hizo cuando me ha dicho hasta el c
Como ocurre la mayoría de las noches, me congelé en mi habitación debido a que el aire acondicionado está roto. Por ello, tomé unas cobijas y me dirigí hacia la sala... Para llegar a la sala, debí pasar por las habitaciones, y en la de Clara, no pude evitar escuchar gemidos que provenían de su cuarto. Es evidente lo que está haciendo con Adrián. Ella insistió en que su departamento está inundado y debe quedarse a dormir esta noche con nosotros. Los ignoré y me acerqué a la chimenea, la encendí y luego me recosté en el sofá, arropada con mi cobija. Esto es gloria comparado con mi cama pequeña y la habitación helada. Es increíble la ironía: la esposa en el sofá y la amante en la cama acostándose con el esposo, aunque yo no lo considero mi esposo. Más bien, un monstruo y un tipo que me provoca solamente asco. Nunca me fijaría en él y nunca podría quererlo, no después de todo lo que me ha humillado. No estoy segura de cuánto tiempo me dormí; creo que fueron dos o tres horas, pero fu
Adrián Fontana Me encuentro completamente molesto; el miserable de Álvaro ha pasado todos los límites y no se lo perdonaré. Siento un fuego abrasador en mi pecho, mis manos están temblando y no puedo dejar de apretar los puños. Me he refugiado en mi despacho, intentando calmarme, intentando encontrar un resquicio de tranquilidad. Me siento en mi silla de cuero, girándola hacia la ventana para evitar cualquier distracción, mirando el horizonte con la esperanza de que la vista me apacigüe. Pero mi madre no me deja en paz. Ha estado llamando a la puerta insistentemente, su voz cargada de preocupación y autoridad, exigiendo que hable con ella. Sus palabras traspasan la puerta cerrada, cada vez más urgentes, más demandantes. —Adrián, abre la puerta. Necesitamos hablar —insiste una y otra vez, su tono oscilando entre la súplica y la orden. Cada vez que suena su voz, siento un nuevo pico de ira y frustración. Quiero gritar, quiero arrojar algo contra la pared, quiero hacer cualquie
Natalia Bernal Me sentía muy mal porque Adrián se había encerrado en su despacho y no dejaba de romperlo todo y llorar. Sabía que no era por mí que estaba así, que había algo más. La impotencia y la preocupación me carcomían por dentro. No sabía cómo ayudarlo, cómo aliviar ese dolor que claramente lo estaba consumiendo. Cuando estuvo a punto de llegar la noche, reuní el valor para entrar al despacho. Abrí la puerta con cautela y lo vi allí, en el suelo. Su corbata estaba desordenada, colgando de su cuello de forma descuidada. Su cabello oscuro, que siempre lucía impecable, ahora estaba revuelto, un reflejo del caos interno que lo atormentaba. Sus ojos verde esmeralda, normalmente tan brillantes y llenos de vida, estaban repletos de lágrimas. La imagen me rompió el corazón. —Adrián... —dije en un susurro, acercándome a él lentamente, temerosa de empeorar la situación. Él levantó la mirada y, por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Pude ver el abismo de su dolor, una mezcl
Cuando desperté, me di cuenta de que estaba con Adrián rodeando mi cintura. Sentir su cuerpo contra el mío me provocaba una mezcla de emociones confusas. Por un lado, me sentía cómoda y protegida entre sus brazos, pero por otro lado, esa sensación me molestaba profundamente. No podía olvidar quiénes éramos él y yo: dos personas que se odiaban profundamente y que habían sido forzadas a casarse por circunstancias que estaban más allá de nuestro control. Sentí sus brazos firmes alrededor de mi estómago, su cuerpo pegado al mío, como si no quisiera soltarme nunca. Su aliento cálido rozaba mi oreja, enviando escalofríos por mi espalda, y mi corazón comenzó a latir más rápido en respuesta a su cercanía. Traté de apartarme de él, pero su agarre se volvió aún más firme, como si supiera lo que estaba pensando y no estuviera dispuesto a dejarme ir. Por un momento, me sentí atrapada en esa posición, atrapada entre el deseo de escapar y la necesidad de permanecer donde estaba. —Adrián... —m
No he dejado de pensar en Adrián, en sus manos y sus labios sobre mi cuerpo. A pesar de todo, la memoria de su tacto me sigue provocando escalofríos y, sin querer, una sonrisa se dibuja en mis labios. Intento concentrarme mientras estoy con Paula, visitando a nuestra madre. Finalmente, ella aceptó venir a verla después de tanto tiempo. —¿Por qué sonríes así? —pregunta Paula, levantando una ceja, claramente intrigada. —Nada, solo estoy contenta de que hayamos logrado traer a mamá aquí —respondo, tratando de desviar la conversación. —Hmm, no te creo, pero bueno —dice ella, dejando el tema de lado mientras caminamos hacia la sala de estar. Mamá está sentada en la cama de hospital, mirándonos con una mezcla de sorpresa y alegría. —Hola, mamá —saluda Paula con una sonrisa, inclinándose para darle un beso en la mejilla. —Hola, mis niñas —responde ella, su voz suave y cargada de emoción—. Me alegra tanto verlas aquí. —Nosotras también estamos felices de verte, mamá —digo, acer