Esa tal... mujer.

Antes de tomar el auto al aeropuerto, junto a su esposo, Romina decidió buscar y hablar con una persona que se le había acercado unas horas atrás. Se trataba del príncipe Bahir, la trigueña necesitaba hablarle antes de irse, porque por medio de él comenzaría una alianza que desde hace rato llevaba planeando.

—Príncipe, Asghar —le habló a un lado de una fuente en el jardín donde los invitados gozaban de músicos populares y grandes banquetes—. ¿Puedo hablarle, su majestad?

El muchacho sonrió y le respondió:

—Debo admitir que no esperaba que lo hiciera tan pronto —confesó—. Pero bueno, por supuesto que puede hablarme. ¿Para qué le soy bueno?

Aunque era joven se le veía maduro, su forma de mirar era propia de la realeza musulmana, ojos cafés y semblante altivo. Su anatomía era delgada, pero poseía fuerza en los músculos.

—Me sirve de mucho, majestad —confesó Romina, atrevidamente—. He observado que se lleva bien con aquellos hombres
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