Deseo, deseo...

Romina caminaba por los pasillos del palacio de vuelta al jardín cuando se encontró con el señor Hakim que venía saliendo de una habitación, probablemente del baño.

—Felicidades —le dijo con una sonrisa.

La trigueña devolvió la sonrisa y dejó sus brazos descansando sobre su regazo, parada frente al hombre parecido a su esposo.

—Gracias… —Era uno de esos momentos incómodos donde no hayas que más responderle o preguntarle a esa persona con la que te has cruzado—. ¿Cómo ha estado?

—Oh, bien. ¿Tú cómo has estado? Supongo, que mis nietos te han hecho querer asesinar a mi hijo.

Romina suspiró y el hombre asintió sonriente.

—Los bebes están bien —aseguró—. Y bueno, Hasan a veces se busca sus problemas…

Un minuto de silencio…

—Eh…, bueno. Yo seguiré, supongo que tú ibas al jardín. —Romina asintió, y agradeció que él mismo terminara con aquella extraña conversación—. Las mujeres deben estar esperándote, dijeron que tienen tu ramillete, para que lo lances y veamos quién es la próxima en casarse
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