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Capítulo 4: Le Grand Lord.

El calor rectaba por la oscuridad como si ambas fueran una misma sustancia. Las sombras ondulaban, parecían vivas… Aquella cámara laberíntica de la Maison de Noir era llamada le estomac du dragon y desde el principio Friedrich estuvo de acuerdo con aquel nombre. Estaba sudando como un demonio… Deseaba arrancarse la cape noir, el jubón de cuero, las botas; todo… Lo único que se lo impedía era el sentido común, allí dentro se podía prender fuego, y no quería por nada del mundo revivir aquel desgarrador momento. En ocasiones, cuando alguna emoción lo perturbaba, podía sentir las llamas consumiendo su mano.

Comodoro lo guió con una lámpara de hierro que cortaba la asfixiante oscuridad de los túneles. Según contaban, el recinto fue construido sobre un conjunto de cuevas subterráneas que mantenían a raya los accidentes alquímicos… La red de túneles era tan profunda que uno podía pasar una vida entera recorriéndolos.

La gigantesca cámara tenía treinta y tres hornos de los cuales al menos la mitad estaban encendidos. El aire viciado apestaba a azufre, metal derretido y almizcle rancio. Comodoro entrecerró sus ojillos claros de anciano y señaló con un dedo fino y arrugado.

–Enseguida asigné a los treinta que nos enviaron, son carne fresca para los hornos–se rió con una risa de pollo, se veían sus encías rojas, sin dientes–. El fuego los endurece y los prepara para el arduo camino de la metalurgia y el hermetismo.

<<Pobres diablos>> pensó Friedrich.

El calor le golpeaba el rostro, no se atrevió a dar un paso más. La mano de oricalco, de un frío vivo, tembló… Un chico ¿o una chica? Arrastraba una carreta llena de carbones. Estaba cubierta de trapos chamuscados.

–Los jóvenes aún no soportan el calor–apuntó Comodoro–. No como los grandes forjadores que trabajan el oricalco–echó una ojeada a la mano falsa de Friedrich, enguantada… aquello siempre le disgustaba.

Un hombre curtido levantó un gran trozo de hierro al rojo vivo con unas enormes tenazas y otro que tenía unos brazos como fuelles se acercó con un monstruoso martillo y lo golpeó repetidas veces.

–Estuve pensando en mandar a todos los jóvenes aquí–replicó Comodoro–. Con todo lo que el rey Joel nos solicitó, lord Verrochio…

–Que se haga de la forma antigua.

El camino del alquimista consistía en aprender del conocimiento que el universo tenía ante sus ojos. Si todos los jóvenes eran enviados al estomac du dragon, solo saldrían vulgares herreros.

–¿Los alimentan bien? –preguntó. Los alquimistas de la Maison de Noir también fueron encomendados a buscar una panacea para la tierra, que moría día a día… En el sur, desde los campos de Pozo Obscuro no llegaban más noticias que de plagas y pérdidas significativas. Aquello que ocurría también recaería en una fatalidad para la recaudación del impuesto anual de las tierras sureñas, del cual los Verrochio estaban encargados. Y necesitaban los impuestos más que nunca…

–Hacemos lo que podemos con tantas bocas y pocos recursos–respondió Comodoro como quien no quiere la cosa–. Los jóvenes son muy resistentes. Hasta ahora el sorteo ha sido muy justo y complaciente.

Friedrich asintió.

En sus días de novicio había metido su mano en el saco tantas veces. La Maison de Noir tenía un sistema de aprendizaje muy peculiar: dictaminado por el destino. La noche de luna llena metías la mano en el saco de cuero y sacabas una esfera de material con un pensamiento grabado. El material de la esfera correspondía al lugar donde trabajarías hasta la siguiente luna llena. De esta manera, la esfera de hierro con el ogham que significaba <<forjar, fuego, crear>>, te asignaba a aprender el arte de la metalurgia; la esfera de plata te enseñaba el conocimiento de las sustancias; la esfera de oro, las misteriosas enseñanzas del hermetismo; la esfera de oricalco te llevaba a estudiar con los grandes acólitos…

Luego, Comodoro lo llevó con los artesanos que habían tenido la mala suerte de sacar la esfera de madera (a Friedrich nunca le gustó la artesanía). Debían construir trabuquetes, escorpiones, lanzas, hachas y otras armas que desconocía… El salón estaba lleno de largas mesas de madera que se apretujaban repletas de rudimentarias herramientas. En el fondo del salón había un gigantesco cañón que parecía un lobo plateado con la boca abierta, una tonelada de acero sobre cuatro sendas ruedas de carro.

–Nos basamos en los bocetos y relatos de las armas de nuestros enemigos–aclaró Comodoro–. Fue bastante… complicado recrearlas.

Ascendieron por los incontables escalones, Comodoro podría parecer muy viejo y frágil pero se movía con soltura.

–Nos costó bastante, pero recibimos a los trescientos sesenta y cuatro que nos envió el rey Joel, no recibíamos tantos desde…, bueno soy un hombre muy viejo, pero nunca han sido tantos los novicios. Lord Verrochio.

Comodoro se había retirado del cargo de representante de los alquimistas hace varias generaciones. Cuando Friedrich lo conoció ya era muy viejo. Su rostro parecía cera derretida y su mente una vieja máquina destartalada. Pero lo cierto era que el anciano, podría ser por mucho la persona más brillante y codiciosa que nunca había visto…

Friedrich le dedicó una mirada despectiva.

–El rey Joel tendrá sus intenciones…

Los acólitos murmuraban que el anciano conocía el secreto de los elixires de la larga vida, <<la vida eterna no existe>>. Pero Comodoro era muy recatado y no compartía sus secretos, salvo con los reyes que se lo pedían. Bajaron por unas empinadas escaleras de piedra y con cada escalón sintió que el aire se templaba, no paso mucho hasta que pudo exhalar una nube de vaho congelado. Sabía a qué lugar se acercaban: la cámara de los cristales. Había enormes cristales gélidos de valor incalculable, cristales menos raros como cuarzo y galena, y cristales artificiales creados con alquimia como la esencialina que era la cristalización de las propiedades energéticas que poseían los de sangre peculiar: la llamada <<quintaesencia>>. La alquimia y su aplicación significaban grandeza, el universo se abría para revelar sus misterios a los que veían más allá… a los que estaban dispuestos a llegar tan lejos.

Comodoro carraspeó y lo arrancó de su ensimismamiento.

–Por otro lado–sus ojos verduscos hundidos en sus cuencas viejas destellaron, sabía dónde iba.

–Fuegodragón–le cortó Friedrich… sintió un cosquilleo en los dedos de oricalco.

–Es un encargo muy… imposible–replicó con una mueca, o lo que parecía ser en aquel rostro derretido y surcado de arrugas–. Los acólitos estudian y crean nuevos métodos para destilar la sustancia de manera eficiente, pero hacerlo es sumamente peligroso por no decir que: mon seigneur perdió un brazo manipulando…

–¡Ya! —Friedrich apartó aquel comentario con un brusco ademán.

–Oui...–Comodoro se frotó las manos blandas–. Lo estamos preparando a cantidades desmesuradas. Estamos estudiando métodos antiguos, e intentamos recrearlos, pero están perdidos. Es como mirar un libro cuyas páginas se despedazan. Bueno, aquel conocimiento que fue sellado por el rey Julian. Eso y otras cosas… El conocimiento es poder–su rostro arrugado se tensó en lo que parecía ser una sonrisa–. Si lo que he escuchado es cierto sobre mon seigneur Friedrich. Las puertas que estamos a punto de abrir nos conducirán a un gran…

–... descubrimiento–Friedrich leyó sus pensamientos a través de sus ojillos codiciosos.

Mientras menos supiera Comodoro sobre los hallazgos que habían encontrado en la cripta de los Sisley, menos problemas tendría. Él mismo había seleccionado a los alquimistas y magicians que abrieron las tumbas, y los había silenciado con las monedas y las amenazas necesarias. 

–… Oui mon Lord Verrochio–se rió con su estridente risa de pollo atragantado–. Todo eso que… je, je queremos estudiar. Me he mantenido vivo esperando el día que uno de los reyes abriera la bibliothéque.

Friedrich levantó una mano e hizo callar a Comodoro de inmediato. Se llevó la mano al pecho donde llevaba el colgante de oro, oculto en la túnica empapada, la llave que no tenía puerta…

–Ya basta de palabras–estaba harto de tanta lambisconería de aquel viejo, necesitaba nombrar a un nuevo encargado para la Maison de Noir–. Debo volver al Château de la Coupe cuánto antes.

–Merci beaucoup mon lord–el anciano hizo una temblorosa reverencia–. Sólo una cosa más…

–Comment?

–He escuchado a muchos de los acólitos mencionar que sería interesante estudiar a una de esas… creaciones de Giordano Bruno. Está prohibido crear homúnculos pero…

–Sir Cedric quemó a todos los cadáveres—le cortó, frío.

El rostro del anciano se abrumó como si le hubieran dicho que un familiar suyo había muerto en vez de aquellas horrorosas cosas… Nunca pudo verlas, pero los relatos que escuchó hablaron por si solos… Y el rostro demacrado de Cedric y sus descompuestos magicians era prueba suficiente.

–Es una lástima–Comodoro negó con su cabeza floja, el cabello ralo y descolorido se estremeció–. Eran creaciones magníficas… Giordano siempre fue un alquimista excepcional… A su alteza le serían de utilidad. Y si en el bosque aún merodean algunas enviaré a los acólitos a capturarlas.

Friedrich frunció el ceño, era cierto que Comodoro no tomo partido en la expulsión del Homúnculista de la Maison de Noir, y siempre había tenido fascinación por el lado oscuro de la alquimia. Además casi toda la investigación frustrada sobre homúnculos se había llevado a cabo por Comodoro hace mucho, mucho tiempo.

Pasaron junto a un salón con un inmenso tragaluz circular donde caía la luz dorada con el sol en lo alto, alrededor del pilar de luz se congregaban un grupo de novicios entonando un conjuro… el aire olía a ozono. Un acolito se paseaba por el círculo de luz pregonando:

–La esencialina es la cristalización de la quintaesencia, que fluye en pocas familias de nuestro pueblo–vestía una larga túnica negra ceñida con un grueso cinto de cuero y de su cuello colgaba la insignia de plata de los acólitos–. Pero no sólo se encuentra en la sangre en forma de energía ionizada, también está en todas las cosas que nos rodean, lo que conforma el todo… sólo hay que recordárselo a la materia–a través de las siluetas de capas negras se veía una mesa aterciopelada bañada por la luz, pero la escasa esencialina que podían transmutar del sol no podía mantener una forma sólida y concisa, parecía arenilla de vidrio descontrolada. El acolito que no era más joven que ninguno negó con la cabeza–. La esencialina es uno de las sustancias fundamentales para las reacciones, es un poderoso reactivo y disolvente. La <<proyección>> es uno de los dones que debe tener un alquimista capaz de influir en el universo.

Siguieron caminando por el largo trecho poco iluminado. Friedrich dominaba siete de los doce dones del alquimista, aunque la mitad de los dones eran inservibles si disponías de las herramientas necesarias en el laboratorio y de maeglafia.

–Seigneur! –Escuchó una voz jadeante a sus espaldas.

Marco se acercó con la respiración entrecortada, cuando corría se pisaba los ruedos de la cape noir. Tenía el pelo negro pegado al rostro sudoroso. Era otro joven que había ascendido a acolito y servía a Friedrich como ayudante. La insignia se bamboleaba en su pecho.

–Lo buscan mon seigneur–explicó, entrecortado.

–Qui?

El joven no supo que decirle, parecía temer una reprimenda por interrumpir a Friedrich en su recorrido por la Maison de Noir como representante de los alquimistas en el Château de la Coupe. Pero no sabía el favor que le hacía al quitarle otro segundo cerca del insoportable Comodoro.

–Una anciana–Marco tenía profusas ojeras, siempre parecía muy cansado. Si no fuera por la palabra que añadió no le hubiera dado importancia–: Una druida…

Intentó no sonreír de satisfacción… 

–Fue un placer, maître Comodoro–ladeó la cabeza como si le doliera con toda el alma despedirse.–Au revoir mon lord–Comodoro realizó una temblorosa reverencia.

Tardaron media hora en salir de los túneles y emerger de las escaleras, el sol estaba un poco más arriba y la luz del mediodía acentuaba los colores, pasaron bajo unos arcos de piedra gastada que se pegaban al techo y salieron por una puerta alta de bronce con los siete principios del universo grabados. La Maison de Noir estaba rodeada por unas gruesas murallas negras como el azabache. Varios árboles se refugiaban dentro, cubriendo el suelo de baldosas de mármol con una alfombra de hojas muertas. Todo el recinto era un conjunto de torreones pequeños, nada que ver con los cientos de túneles y cámaras bajo tierra.

–¿Dónde está? –Friedrich le lanzó una mirada despectiva a Marco.

Pero el muchacho señaló a unos árboles mientras se miraba las botas polvorientas… Allí estaba, a la sombra de un tosco olmo, una anciana pequeña como una niña, arrugada, ataviada en una descolorida túnica marrón muy gastada y el pelo blanco en una larga trenza que casi tocaba el suelo.

–Mon seigneur–sus ojos marrones estaban cargados de solemnidad–. Necesitaba hablar con vous.

Nirvana era una de los pocos druidas del Bosque Espinoso, mantenían las extintas creencias de los dioses del bosque y heredaron regalos de la Grand Mer. Desgraciados por la esencia, refugiados en el bosque y benditos por la naturaleza.

–Marco–le hizo unas señas.

El muchacho hizo una reverencia y se fue a toda prisa.

–Caminemos–le sugirió y la anciana echó a andar con paso ligero, pero se tambaleaba como si tuviera cortes en las plantas descalzas.

–¿Qué han decidido los druidas?

En la antigüedad fueron líderes religiosos que guiaron a las tribus mucho antes de que llegaran los hijos de los dragones y los reyes del bosque. <<La magia del bosque>> iba más allá de la quintaesencia o la alquimia…

–Hace dos noches nos reunimos ante el roble que crece sobre la roca–explicó–. Muchos de nosotros desaparecimos los últimos meses, los que fueron estaban asustados y no se atrevían a internarse en el corazón del bosque. Hay cosas antinaturales en el bosque, aberraciones que hacen llorar a la Grand Mer y llenan de ira a los dioses antiguos.

–Eso ya lo sé, anciana–frunció el ceño, los druidas también podían ser muy molestos con todas sus supersticiones.

Nirvana suspiró. Una lechuza blanca revoloteó sobre su cabeza.

–Las aves migran en la dirección equivocada, los animales mueren… la tierra se estremece…, la tierra muere–le dedicó una mirada acusadora a Friedrich como si toda la culpa fuera suya–. Están envenenando nuestra isla.

<<Pero tendremos al mundo entero>> no dijo nada, era mejor que esos druidas se extinguieran junto al pasado manchado de polvo y sangre.

–Si viniste a decirme profecías tontas…

–¡La Gran Madre llora! –Sollozó Nirvana–. Por favor, te lo pido… vimos como habrían los sepulcros y dejaban al mal libre. Usted es un <<gran señor>>…

<<Pero no el rey de esta isla>> se adelantó a ella y la dejo atrás, ya había tenido suficiente de todo y todos. La poca paciencia con la que nació quedo atrás durante los desperdiciados años de su solitaria y frustrante juventud. Ya no estaba para nadie, la única persona para la que estuvo dispuesto a abandonar todo había muerto hace muchos años, pero no había día que no pensará por descuido en ella…

–Todo lo que hacemos–se llevó la mano a la redecilla de oro que colgaba de su cuello, oculta–. Será por quitarles lo que nos arrebataron.

Se marchó a zancadas, sus pasos resonaban furiosos… sentía una intolerante disolución vibrando en su mente.

–Lo he visto–replicó la anciana.

Friedrich se paró en seco, el vello de su nuca se erizó.

–¿Qué has visto?

La anciana sonrió con aquellos labios mustios, parecía idiota.

–El final de todo–su sonrisa se ensanchó aún más–. Te vi morir Lord Verrochio: un demonio de ojos rojos te arrancará el corazón.

Soltó una risa similar a la de una mula mostrando unos dientes amarillos y feos. Friedrich se acercó a ella decidido y la abofeteó con su mano verdadera…

–¡Silencio, bruja!

Nirvana se limpió la sangre del labio roto con el dorso de la mano.

–Tú eres un hombre justo–volvió a sonreír mostrando sus encías viejas, sangrantes–… Recuerda esto porque es lo que debes evitar: esperar lo imposible, llorar por lo irrecuperable y temerle a lo inevitable.

Friedrich levantó la mano para golpearla de nuevo pero… se dio la vuelta y se marchó con las muelas apretadas.

<<Un demonio de ojos rojos>>

El muñón que se amoldaba a la mano de oricalco comenzó a picarle como si lo tuviera en llamas… Había salido mal, quizás el frasco no era de calidad óptima y… estalló en su mano, el fuego azul lamió su brazo hasta el codo y derritió la carne hasta el hueso. Hubiera muerto, los guérisseurs le habían cortado los restos de su mano con una dolorosa sierra y por poco hubiera perdido hasta el codo si no hubieran sido los cuidados de Nirvana quienes detuvieron la gangrena. Tenía horrorosas cicatrices en todo el brazo izquierdo y la mitad del costado. 

Pero… Ese era el menor de sus problemas. Por decreto real, al menos quinientos jóvenes, niños y niñas habían sido arrancados de sus familias… La gran mayoría ni siquiera poseía la quintaesencia. Los castillos estaban entrenando magicians, la Maison de Noir tenía más novicios que nunca en su historia y las barracas de les cape violette estaban atestadas de novatos que no sabían qué lado de la lanza era la punta. Lord Beret tenía en cuenta que casi toda la guarnición de sir Cedric había desaparecido tras su muerte…

En Pozo Obscuro se construían barcos de guerra…

Pero lo que no dejaba descansar a Friedrich por las noches era que el reino pendía de un hilo fantasmal, sólo faltaba un catalizador para que todo se volviera una volátil sustancia… Un informante le mencionó detalles sobre un grupo de conspiradores ocultos en la rue Obscura, su deber era impedir que la verdad saliera a la luz.

La verdad sobre: los secretos de Julian Sisley, la verdad detrás de la plaga que mataba los cultivos, lo que estaba por venir y qué era lo colgaba de su cuello…

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